En los últimos meses, cuando he tenido la oportunidad en Venezuela de interactuar con otros profesionales de seguridad siendo su socio de aprendizaje en temas de prevención, surge con cada vez mayor frecuencia un factor hasta hace poco rara vez mencionado: “la cultura del relajo”. Bajo ese término pasamos a incluir todos aquellos comportamientos y actitudes del recurso humano de las organizaciones que contribuyen al desorden, el descontrol y hasta la anarquía.
Las características más comunes de esta cultura podrían identificarse con el término económico de Pierre Samuel “laissez faire, laissez passer; le monde va de lui meme” (dejar hacer, dejar pasar, el mundo va solo). El protagonismo de esta práctica es asombrosamente democrático, ya que incluye a miembros de diferentes niveles en organizaciones de cualquier naturaleza. Por tanto, podemos identificar desde ejecutivos de alto nivel de la empresa privada o funcionarios con importantes responsabilidades de la administración pública, hasta comerciantes, docentes y estudiantes, entre otros. Todos creen o hacen creer que la responsabilidad es asunto de los otros, por lo que todos y ningunos contribuyen al abandono de las gestiones propias de sus cargos.
La “cultura del relajo” tiene una peligrosa propiedad como es la de multiplicarse aceleradamente como si se tratara de un virus que a todos contagia. Y una de las vías que utiliza para ello es el modelaje sumado a la impunidad. Cuando el individuo detecta que se desarrolla un comportamiento indebido que a alguien beneficia y no hay penalizaciones para el infractor, tiene todos los incentivos para convertirse en un multiplicador.
Cuando la cultura se arraiga, se sufre un deterioro cultural y una mutación tal, que hasta lo que hace poco eran comportamientos impensablemente aceptables, pasan a ser normalizados e exigidos como derechos. Las consecuencias no pasan desapercibidas y son de efectos múltiples y casi inmediatos a su implementación. Abarcan el hurto a bienes de la organización y de otros trabajadores, el incumplimiento de los horarios de trabajo, el irrespeto de las normas de comunicación y convivencia laboral, la multiplicación de eventos violentos, la improductividad y el deterioro de la reputación e imagen ante terceros, entre otros.
Algunos explican este comportamiento como algo innato de la cultura del venezolano, e incluso lo relacionan con lo que podría calificarse como una fatal frase condenatoria pronunciada en 1812 por el Generalísimo Francisco de Miranda “¡Bochinche, bochinche! ¡Esta gente no sabe sino hacer bochinche!”. Personalmente lo considero una simplicidad justificada en otra realidad histórica. Prefiero optar por lo que me explicara el insigne intelectual venezolano Arturo Uslar Pietri, a finales de la década de los años setenta. Para él, Venezuela tenía ya para entonces, una grave vulnerabilidad por la poca importancia que los líderes políticos y empresariales le daban a la ética, la moral, los valores y el cumplimiento de las normas. Este factor impactaba y aún hoy afecta, a las fortalezas que poseemos como nación. Por otra parte, consideraba que era posible retomar la senda del orden si se convertía en objetivo común a alcanzar por todos los ciudadanos.
No se niegan las particulares condiciones por las que coyunturalmente pasa nuestro país, pero depende de nosotros, no de los demás, decidir si nos resignamos a la cultura del relajo, o iniciamos el realizable camino a ser una experiencia de éxito para el mundo. Para ello, debemos tener la convicción de que es posible, que nos merecemos una mejor calidad de vida y, sobre todo, que se trata de un deber a cumplir para las generaciones por venir.
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