La mayoría de quienes habitan Venezuela, representan lo mejor de nuestro país. Son personas trabajadoras, honestas y ocupadas por brindar lo mejor de sí a sus familiares, seres queridos y al país. Existe una minoría que viven bajo preceptos morales y éticos negativos para ellos y se convierten en pésimos modelos que lamentablemente son seguidos con cada vez más frecuencia por los jóvenes.
Para ilustrar este tipo de modelajes negativos voy a hacer uso de dos casos, cuyos protagonistas van a ser mencionados con nombres que no son los reales ya que, dentro de lo que se expone, la identificación pasa a segundo plano.
Pablo W., es un joven de aproximadamente 22 años de edad, trabajador de la industria de la construcción y con una reconocida habilidad como albañil. Padre de tres hijos, vive en una zona popular de Maracaibo. Se encuentra feliz ya que después de mucho esfuerzo adquirió una moto de segunda mano. Cuando lo felicito por su logro me dice “ahora falta la pistola”. Ante mi sorpresa, explica que, con una moto y un arma, podría “salir de abajo” ya que lo que gana no le alcanza para cubrir los gastos elementales de su hogar. Luego de una larga explicación de mi parte respecto a las consecuencias negativas que tendría para él y su familia el incursionar en el delito, me comparte su punto de vista. Conoce a varias personas que, sin dejar de dedicarse a sus actividades laborales, completan la semana con hurtos a diversas organizaciones, pero los robos dan mayores ingresos. En los pocos casos que han sido sorprendidos la detención ha sido breve, e incluso en oportunidades, las empresas han tenido que reengancharlos en sus puestos de trabajo. No quiere seguir siendo “el bobo” del grupo y de ver cómo los demás “se superan” mientras él sigue pasando trabajo. Para concluir me dice “pana, con honestidad no se paga el mercado”.
Ricardo C., caraqueño con entre 12 y 14 años de edad ante mi pregunta de qué le gustaría ser “cuando esté grande” responde con firmeza ¡Quiero ser PRAN! El término PRAN (Preso Rematado Asesino Nato), es la denominación que se da a quienes se encuentran en las cárceles pagando sus deudas a la sociedad, y que ostentan un liderazgo reconocido por sus seguidores. Cuando le pregunto al niño qué es un PRAN, responde: alguien con mucho dinero, joyas, luceros (escoltas), mujeres, alguien a quien respetan y con armas poderosas. Cuando le comento sobre diversas opciones que existen para que estudie y obtenga un título universitario, el argumento parece no ser convincente. Algunos padres de sus compañeros de estudios son universitarios e igual están sufriendo penalidades, así que lo mejor es irse sobreseguro y con lo que da resultados más rápido. No existe respeto hacia los funcionarios policiales, ya que sabe cómo varios se dejan sobornar. En última instancia, la cárcel no infunde temor, “he visto por YouTube que la familia y los amigos los visitan, tienen piscina, salones para bailar, comida, bebidas, dinero y armas…”.
En ambos casos hay factores comunes que deben ser señales para un Estado y una sociedad que necesita revisiones y acciones inmediatas: líderes negativos con fuerte imagen de poder en los medios, irrespeto y falta de confianza en funcionarios policiales e instituciones del Estado, impunidad, distorsión en la apreciación de los valores ciudadanos, debilidad de la familia como célula social fundamental.
Que este tipo de situaciones sucedan no es fruto del azar. Son consecuencia de políticas erradas o ausentes por parte del Estado, así como de la indiferencia o ceguera selectiva de un segmento importante de la sociedad la cual pareciera preferir voltear la mirada… hasta que sus efectos los alcanzan de manera brutal.
El resultado de los líderes negativos va más allá de los inmediatos a la integridad física de las personas y la apropiación indebida de sus bienes. Corroe los principios y valores del recurso más valioso del país, su gente, distorsionando la visión y comprometiendo el futuro de la juventud.
Se necesita de las acciones mancomunadas entre el Estado, la sociedad civil y las organizaciones públicas y privadas. La participación de los miembros del grupo familiar es fundamental, para lo cual vale recordar las palabras de Carl Gustav Jung “El pequeño mundo de la niñez con su entorno familiar es un modelo del mundo. Cuanto más intensamente le forma el carácter la familia, el niño se adaptará mejor al mundo”. Por otra parte, la oportunidad de una educación de calidad es fundamental como ha sido demostrado repetidamente en diversos países.
La situación por la que pasa Venezuela no debe ser obstáculo insalvable para las iniciativas. Bien lo ilustra Bertolt Brecht “No aceptes lo habitual como cosa natural. Porque en tiempos de desorden, de confusión organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural. Nada debe parecer imposible de cambiar”.
Twitter: @alfredoyuncoza