El decreto fue anunciado con el propósito de “Proteger a la nación contra el ingreso de terroristas extranjeros a Estados Unidos”. Pero la orden firmada el viernes por Donald Trump difícilmente reducirá la amenaza terrorista en el país, la cual ha sido una parte mínima de la violencia total registrada desde 2001.
Muchos expertos, de hecho, creen que la consecuencia indeseada de la orden ejecutiva será un empeoramiento de la amenaza.
La orden requiere que el Departamento de Seguridad Nacional emita un reporte dentro de 180 días con estadísticas detalladas sobre nacionales extranjeros que hayan cometido actos de violencia. Pero investigadores especializados en terrorismo ya tienen a la mano una abundancia de datos. Por ejemplo, según el profesor de Sociología de la Universidad de Carolina del Norte Charles Kurzman, desde el 11 de septiembre de 2001 nadie ha muerto en Estados Unidos a causa de un ataque terrorista perpetrado por alguien que haya emigrado o sea hijo de alguien que haya emigrado desde Siria, Irak, Irán, Libia, Somalia, Sudán o Yemen, los siete países que fueron blanco de la prohibición durante 120 días de visas.
De los musulmanes estadounidenses involucrados en algún tipo de extremismo violento —acusados de planear actos terroristas o de apoyar a algún grupo, por ejemplo— solo 23 por ciento tenía antecedentes familiares en esos siete países, según Kurzman, quien acaba de publicar la versión más reciente de su estudio sobre estadounidenses musulmanes y terrorismo.
Según Kurzman, 123 personas han muerto en Estados Unidos a manos de terroristas musulmanes desde los atentados de 2001, fuera de más de 230 mil muertes a manos de narcotraficantes, cónyuges, supremacistas blancos, psicópatas, personas alcoholizadas y muchas otras descripciones. Por lo que la orden de Trump atiende, a lo sumo, 1/1870 del problema de la violencia letal en Estados Unidos.
El principal punto hecho por los expertos es que los ataques yihadistas atraen un nivel de atención mediática desmedido en comparación a lo prevalentes que son, y la orden del presidente Trump parece resultar de los temores viscerales que los terroristas quieren fomentar en vez de un pensamiento racional de los riesgos verdaderos.
Incluso la lista de los países vetados es algo azarosa: excluye a Arabia Saudita y Egipto, donde surgieron los fundadores de Al Qaeda y varios otros grupos terroristas. Tampoco están Afganistán y Pakistán, donde un extremismo persistente y décadas de guerra han producido a varios milicianos que han logrado llegar a Estados Unidos. Y algo notorio es que la lista no incluye a ningún país musulmán en el que Trump tiene intereses empresariales.
También fueron excluidos los países europeos con comunidades musulmanes marginadas que se han vuelto focos centrales de militancia y derivado en ataques en París o Bruselas llevados a cabo en nombre del Estado Islámico.
Entre 30 y 50 por ciento de los estadounidenses dicen estar “muy preocupados” o “algo preocupados” por posibles ataques terroristas. Por lo que en el ámbito político, donde importa lo simbólico, la orden de Trump podría hacer sentir a algunos estadounidenses que están protegidos contra el terrorismo y, en general, calmar las preocupaciones de algunos sobre si los migrantes musulmanes tienen una cultura extraña. El decreto, además de prometer lidiar con el terrorismo, dice que Estados Unidos debe ser protegido de aquellos con “actitudes hostiles hacia los principios fundacionales” o quienes “no apoyan la constitución”.
“La orden parece estar basada principalmente en una promesa de campaña”, dijo Jonathan Schanzer, vicepresidente de investigación en la Fundación para la Defensa de las Democracias. Según él, los procedimientos de revisión migratoria no tienen problemas evidentes y es poco probable que sean mejoradas durante los 120 días que durará el veto.
El problema con proveer esa seguridad mental para algunos es el costo, dicen expertos en terrorismo. Es un precio que será cobrado a nivel doméstico y en el extranjero, donde Estados Unidos depende de aliados –incluidos varios países musulmanes– para conseguir inteligencia y ayuda de otro tipo en el combate al terrorismo.
“En mi opinión, este es un error enorme en cuanto a la cooperación antiterrorista”, dijo Daniel Benjamin, académico de Dartmouth y otrora el mayor funcionario de antiterrorismo en el Departamento de Estado. “No logro entender por qué querríamos hacer de lado a los iraquíes cuando son la fuerza terrestre en contra del Estado Islámico”.
En Estados Unidos, dijo Benjamin, la amenaza terrorista ha surgido en buena medida a nivel doméstico, y la orden podría generar los resentimientos y ansiedades entre la comunidad musulmana que derivan en apoyo a la ideología de Al Qaeda o el Estado Islámico.
“Le envía un mensaje a la comunidad musulmana estadounidense de que se enfrentan a la discriminación y el aislamiento”, dijo Benjamin. Eso “alimentará la narrativa yihadista” de que Estados Unidos está en guerra contra el islam.
Para Schanzer, durante el gobierno de Obama no se puso suficiente atención a lo que causa los flujos de refugiados y terrorismo yihadista en Estados Unidos y otras partes del mundo. “Tenemos muchos conflictos complejos, entrelazados y sangrientos en Medio Oriente”, dijo. “Le toca a la nueva administración encontrar políticas que atiendan estos conflictos. Y hay que reconocer que no es fácil”.
Es mucho más fácil emitir una orden ejecutiva con atractivo político y un nombre que parece tener sentido común. Pero el gobierno de Trump está descubriendo que tales pronunciamientos tienen consecuencias y no todas son las deseadas o anticipadas.
Fuente: nytimes.com