¿El mercado del arte se ha convertido en cómplice del lavado de dinero sin saberlo?

Cuando vendes tu casa, el contrato de compraventa lleva tu nombre y la búsqueda de escrituras detalla los nombres de las personas que fueron propietarias de la casa antes. Sin embargo, cuando alguien vende obras de arte en una subasta —incluso una que vale 100 millones de dólares, mucho más que una casa— por lo general no se revela la identidad del vendedor.

Los papeles de la compra quizá digan que la obra proviene de “una colección europea”. Pero el comprador no suele tener ni idea de con quién está tratando en realidad. Algunas veces, de manera sorprendente, ni siquiera la casa de subastas conoce la identidad del vendedor.

La discreción y el secreto han sido centrales para el mundo del arte durante mucho tiempo. El anonimato protege la privacidad, añade mística y elimina el estigma de comercio burdo en dichas transacciones. No obstante, algunos expertos ahora dicen que este tipo de discreción —que surgió en una época más sencilla, cuando solo unos cuantos coleccionistas adinerados formaban parte del mercado del arte— no solo es anticuada sino imprudente ahora que el arte se comercializa como una mercancía y se sospecha que se usa cada vez más para lavar dinero.

“El mercado del arte es un terreno ideal para el lavado de dinero”, dijo Thomas Christ, miembro del consejo del Basel Institute on Governance, una organización suiza sin fines de lucro que ha estudiado el tema. “Tenemos que pedir transparencia real, saber de dónde salió el dinero y adónde va”.

El debate sobre el anonimato en el mundo del arte se ha intensificado en el último año, alimentado en parte por la publicación de los Panama Papers, que detallan el uso de fachadas corporativas para ocultar quién es el propietario, para evadir impuestos y permitir la delincuencia, dicen sus autores.

Ahora, varios grupos de expertos como el Basel Institute están proponiendo formas en las que los marchantes y las casas de subastas pueden frenar el secretismo y combatir el lavado de dinero. En un cambio importante, Christie’s declaró la semana del 13 de febrero que había fortalecido su política en los últimos meses y ahora pide que los agentes que buscan vender una obra a través de la casa de subastas informen el nombre del propietario al que representan.

“Si tiene alguna duda, Christie’s rechaza la transacción”, dijo la empresa en un comunicado.

Los riesgos han aumentado junto con el valor del arte, cuyas ventas en el año 2015 se calcularon en 63,8 mil millones de dólares.

“El mercado del arte es un terreno ideal para el lavado de dinero. Tenemos que pedir transparencia real, saber de dónde salió el dinero y adónde va”.
THOMAS CHRIST, MIEMBRO DEL CONSEJO DEL BASEL INSTITUTE ON GOVERNANCE

En un caso reciente de lavado de dinero, las autoridades estadounidenses acusaron a funcionarios malasios y a sus asociados de convertir miles de millones de dólares de fondos públicos malversados en inversiones de bienes raíces y arte. Con eso habrían comprado obras maestras de Basquiat, Rothko, Van Gogh y otros, muchas de ellas en subastas de Christie’s, según la denuncia civil presentada por fiscales federales de Estados Unidos. Posteriormente, dijeron las autoridades, una empresa de las Islas Caimán propiedad de uno de los presuntos lavadores de dinero, Jho Low, adquirió en 2014 un préstamo por 107 millones de dólares de Sotheby’s usando algunas de las obras de arte como garantía.

Otra controversia reciente parece revelar que las casas de subastas no siempre saben a quién pertenece el arte que venden. En este caso, un coleccionista acusó a Sotheby’s de vender una pintura de Henri Toulouse-Lautrec valuada en 16 millones de dólares sin saber quién era el propietario real.

La obra de Toulouse-Lautrec “Au Lit: Le Basier”, enviada en 2015 aSotheby’s de Londres para su venta, retrata a dos mujeres que se dan un beso en una cama. El marchante suizo que compró la obra a Sotheby’s, Yves Bouvier, firmó el papeleo habitual relacionado con la venta, que requiere que el consignador indique que efectivamente es propietario de la obra o está autorizado para venderla. Después de la venta, se le entregaron las ganancias.

Sin embargo, el propietario real era un fideicomiso controlado porDmitry E. Rybolovlev, un multimillonario ruso que había estado usando a Bouvier como su asesor de arte. Rybolovlev acepta haber autorizado la venta, pero dice que Sotheby’s debió haber verificado quién era el propietario real antes de entregar el dinero.

Jussi Pylkkanen durante una subasta de Christie’s CreditKevin Hagen para The New York Times

“Es extraordinario que una obra tan única y de gran valor se haya vendido en una subasta sin que la casa de subastas supiera la identidad del verdadero propietario”, declaró Tetiana Bersheda, abogada de la oficina de la familia Rybolovlev.

En realidad no es tan raro, afirman los expertos.

“¿Las casas de subastas saben quién es el dueño principal?,” preguntó Amelia Brankov, abogada especializada en el mercado del arte. “No creo que siempre sea así”.

Las casas de subastas viven de los honorarios que obtienen por ser intermediarios en la venta, así que tiene sentido que valoren y confíen en los clientes que les llevan una gran cantidad de negocios, como Bouvier, quien puso a la venta cientos de millones de dólares en arte.

Las obras de arte son especialmente susceptibles de convertirse en vehículos para el lavado de dinero, dicen los expertos, debido a que cambian de mano fácilmente y se almacenan de inmediato, tal vez en un sótano o en un paraíso fiscal en el extranjero. A diferencia del mercado de bienes raíces, donde las subidas relámpago de precios son infrecuentes, los valores en el arte pueden impulsarse repentinamente por motivos intangibles como la moda y el gusto personal.

Muchos en el mundo del arte creen que la eliminación del anonimato dañaría al mercado y sería una invasión a la privacidad. Algunos de los vendedores son familias que tratan de evitar la vergüenza de las deudas aplastantes. Otros pueden ser museos que buscan deshacerse de obras de su colección sin causar un gran alboroto.

Pero más allá de cuestiones de lavado de dinero, algunos expertos dicen que el anonimato tanto de compradores como vendedores entorpece la capacidad de rastrear a los propietarios, elemento clave para establecer la autenticidad de una obra.

Los esfuerzos para reducir el anonimato no han rendido fruto. En 2012, una corte de Nueva York estableció que las casas de subasta tenían que avisar a sus compradores las identidades de los vendedores. Pero la decisión fue revertida en una apelación.

Las casas de subasta y algunos expertos dicen que la amenaza de lavado de dinero ha sido exagerada y que los casos son poco comunes. La imposición de reglas a las casas de subastas, argumentan, solo haría que el negocio se trasladara a mercados menos regulados en el extranjero o a marchantes privados, quienes no están obligados a anunciar las ventas o publicar los precios.

“Tenemos que proceder con precaución”, dijo Evan Beard, asesor de arte y finanzas en U.S. Trust, “salvo que comencemos a ver que se está haciendo mal uso del arte de varias formas. Hay que lograr hacerlo sin poner demasiadas trabas”.

Fuente:  nytimes.com