La modernidad líquida en el sentido metafórico de la transitoriedad y el cambio frecuente, apareció como concepto a finales de la década de los 90 del siglo XX, acuñado por Zygmunt Bauman, filósofo y sociólogo polaco, fallecido en enero de 2017.
Bauman afirma en su obra, Miedo líquido, que la mayor preocupación de la vida social e individual actual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar en el futuro. Es una especie de aversión a lo permanente y, simultáneamente, una adicción al cambio. Estos son tiempos en los que nada dura mucho, constantemente aparecen nuevas oportunidades que devalúan las existentes, no solo en lo material, también en las relaciones con los otros. Una veloz dinámica de lo temporal en la que desaparecen los asideros y las referencias se desvanecen en la brevedad.
Pero en una realidad sin parámetros sólidos, ¿cómo se construyen certezas, y por tanto, seguridad? Definitivamente, no resulta fácil la respuesta, entendiendo que la seguridad es un asunto de convicciones, de confianza y hasta de fe.
Cabe aquí entonces la idea de una seguridad líquida, ensamblada sobre entornos cambiantes, dominados de incertidumbre y sometidos a la ubiquidad de amenazas anónimas. Si bien, la metáfora de la liquidez, es a primera vista, incompatible con la seguridad, debemos asumir que la impredecibilidad del cambio se contrapone a la necesidad de la previsión. Esta seguridad operaría como un sistema de imaginación de posibles futuros, con el único propósito de crear respuestas frente amenazas probables. Aunque parezca ciencia ficción, ya una buena parte de los modelos de Inteligencia Artificial utilizados para la Seguridad y Defensa de los Estados funcionan bajo esta premisa. Pudiéramos pensarlo como una partida de ajedrez donde, a partir del movimiento de una pieza, se analizan los posibles desenlaces del juego.
Una necesidad adicional que surge como consecuencia de la seguridad líquida es el impresionante desarrollo de los sistemas de vigilancia, trazabilidad y control de todo lo que ocurre en el mundo que nos rodea. En teoría, a mayor cantidad de eventos “vigilados” los modelos predictivos de cambio y futuro tendrán menores márgenes de error y mejores capacidades de análisis. Es lo que hoy se llama el big data. Recientemente presencié en una ciudad de Los Estados Unidos cómo la policía local a través de un programa sofisticado de geolocalización de mensajes enviados por redes sociales, lograron capturar a una decena de miembros de una banda que dominaba el tráfico de drogas en la zona. De hecho, la seguridad líquida está poniendo a prueba las legislaciones en varias partes del mundo, pues pudiera considerarse que con el análisis dinámico del entorno se están violando la privacidad de las comunicaciones y la libertad de expresión.
Pero la modernidad líquida y la seguridad derivada de ella encierran una falla y es, como lo señala Anna Minton en su libro Ground Control: Fear and Happiness in the Twenty-First Century City, “la necesidad de seguridad puede hacerse adictiva cuando la gente piensa que, por mucha que tenga, nunca será suficiente, y empieza entonces a parecerse a una droga que debe consumirse con más frecuencia y en mayor cantidad para que genere el mismo efecto” Es, visto de otra forma, “el miedo que alimenta al miedo”. Frente a tal realidad, el individuo no tiene defensas por lo que, al verse desvalido ante el simple hecho de existir en una vida líquida, apela, paradójicamente a la única referencia sólida que es Dios.
La seguridad líquida, o como lo destaca David Lyon en su entrevista a Bauman, Vigilancia líquida, es un modelo de respuesta a la velocidad con la que se suceden los cambios y se derrumban paradigmas en nuestro mundo y dará mucho que hablar en los próximos años, sin embargo, por muy líquida que sean estas respuestas, nada sustituye la solidez de la intuición y el sentido común que por milenios nos han mantenido como la especie dominante del planeta.
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