Atrás queda la estampa de pasajeros trabajando desde su portátil en el asiento del avión o de jóvenes (y no tan jóvenes) jugando con sus tablets. Al menos y de momento, en el caso de los vuelos de doce compañías, procedentes de ocho países de Oriente Próximo y África —de mayoría musulmana— y con destino a Estados Unidos y Gran Bretaña. El pasado viernes, ambos países occidentales aplicaron una nueva normativa aérea que prohíbe a los pasajeros de estos vuelos utilizar aparatos electrónicos más grandes que un teléfono móvil, que sí podrán viajar facturados en el equipaje de bodega. Según se explica desde el departamento de prensa de la Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESAE), la medida responde a «unaposible amenaza terrorista» y no tiene tanto que ver con la «seguridad operacional». La agencia, dependiente del Ministerio de Fomento, vela por este tipo de seguridad, que trata de reducir los accidentes por fallos en el sistema («safety»); no por ataques externos e intencionados («security»).
Como ya apuntaba a ABC Antonio Mota, miembro del Grupo de Expertos del Colegio Oficial de Ingenieros Aeronáuticos de España (COIAE), «los terroristas pueden utilizar estos aparatos como bombas al sustituir las baterías por un explosivo plástico». Es también la razón por la que países como Francia, en el punto de mira del terrorismo islámico, está sopesando si debe seguir los pasos de británicos y estadounidenses y aplicar la nueva normativa aérea.
Pero, más allá de la amenaza terrorista, ¿es peligroso volar con dispositivos electrónicos a bordo? ¿Constituyen algún riesgo para la llamada seguridad operacional? Juan Manuel Gallego, vicepresidente de la Sociedad Aeronáutica Española (SAE), «los test y pruebas que la industria —emuladores, fabricantes, aerolíneas— ha realizado indican que el uso de dispositivos electrónicos en el avión no puede catalogarse como un peligro». Eso sí, estos aparatos deberán obedecer siempre a «ciertos parámetros y reglas de uso», como los que se aplican «en despegues, aterrizajes o algunas fases de vuelo». Como señala el ingeniero, «todo ello está contemplado en las regulaciones», ya que —insiste— «estamos en una de las industrias [la aeronáutica] más reguladas a nivel internacional».
Baterías de litio, en el ojo del huracán
Y ¿qué ocurre con los dispositivos que se nutren de baterías de iones de litio? Aunque se traten de las que suelen llevar los móviles actuales, ¿es posible que generen interferencias a la hora de contactar con otros aeroplanos o que entren en combustión? Cierto es que las aerolíneas son muy prudentes a la hora de tratar este asunto. Ejemplo de ello es la española Iberia, desde la que aseguran limitarse a cumplir las reglas de la AESAE y, por otro lado, no verse afectados por la nueva norma aérea de Estados Unidos y Gran Bretaña: «Para nosotros todo sigue igual».
En la página web de la compañía se indica qué tipos de baterías (de litio) se pude portar en el vuelo y cómo: las pequeñas y las medianas se pueden llevar instaladas en el aparato, tanto en el equipaje de mano como en el facturado; sin embargo, los repuestos solo pueden ir en el equipaje de mano (en el caso de las baterías medianas, se establece un máximo de dos). Con las baterías grandes se va más allá: «Deben ser embaladas y transportadas como carga, según la Reglamentación para el transporte de mercancías peligrosas de IATA (Asociación de Transporte Aéreo Internacional)», que, además, ha publicado una guía que indica cómo transportarlas.
Queda claro que este tipo de baterías se pueden transportar en avión, pero siendo precavidos. Algo que se puso en duda el año pasado, cando estalló la polémica. La Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) prohibió que los aviones comerciales transportaran «cargamento» de baterías de litio. La noticia hizo correr la falsa creencia de que no se podrían facturar ni móviles, ni ordenadores personales, ni tabletas en la bodega del avión. La AESAE tuvo que aclarar que sí se podían facturar estos objetos; OACI solo se refería a cargamentos (baterías amontonadas), aunque no especificaba el número. Por tanto, estos aparatos se pueden facturar, siempre y cuando estén apagados y protegidos.
El mito de las interferencias
Gallego cuenta que tanta precaución se debe a que «las baterías de litio están diseñadas para producir niveles altos de energías y, en caso de cortocircuito por ejemplo, pueden generar calor, combustión y gases muy nocivos. Además, algunos incidentes recientes en aviones de pasajeros y de carga han demostrado que los extintores de halón pueden no ser suficientes para cortar y apagar un posible incendio». Más tranquilizador, afirma que no es el caso de «las baterías de litio de uso corriente que van en los dispositivos móviles que todos usamos como teléfonos o tabletas, que siempre deben utilizarse según las recomendaciones de las aerolíneas y sus profesionales». Aun así, considera que «es un avance en la seguridad que los reguladores internacionales y la industria incorporen» este tipo de medidas.
En cuanto a las posibles interferencias producidas por las baterías de litio,Javier Crespo —también miembro de SAE— explica «todos los sistemas electrónicos del avión están protegidos contra efectos electromagnéticos y no deberían mostrar susceptibilidad a este tipo de baterías. Además, la batería por sí sola no es un dispositivo que emita energía en formato electromagnético», de modo que no debería «perjudicar a los dispositivos y sistemas de la propia aeronave».
Fuente: abc.es