Los atentados del 11 de septiembre del 2001 enNueva York y Washington han obligado a las empresas a enfrentar la realidad deun mundo cuya violencia creciente los puede afectar, así no sean el objetivoprimario de alguno de los bandos en disputa.
Está claro que con las característicasglobalizantes adquiridas por la actividad terrorista, ninguna corporación puedehacer como el avestruz: esconder lacabeza para eludir responsabilidades, en el entendido de que se trata de unaguerra entre Estados Unidos y una banda de facinerosos al otro lado del mundo.
Una de las lecturas más acertadas en cuanto alos ataques del 11 de septiembre es que los extremistas buscaban derribar losíconos de la civilización occidental. Todo el que se crea parte del siglo 21 debe sentirse afectado. Podemos estar o no de acuerdo en que lasTorres Gemelas eran una representación del sistema capitalista. Podemos creer, quizá, que la bolsa de Tokioo la calle Lexington de Londres captan mejor el espíritu de una sociedadabierta y competitiva. Pero lo ciertoes que ese atentado, con toda su terrible carga de odio, impactó no solo lasmentes de los ciudadanos en todo el mundo, sino los bolsillos de millones depersonas que dependían, en forma directa o colateral, de la actividad generadaen esos enclaves.
Luego de los ataques, Wall Street registrópérdidas de 1,4 billones de dólares, en medio de una disminución acumulada del14,2 por ciento en el índice Dow Jones. Esto produjo un efecto en cascada sobre la economía mundial. Swiss Air quebró, mientras que las líneasaéreas norteamericanas se vieron en la obligación de pedirle prestado 20millardos de dólares al gobierno de Washington, al tiempo que anunciabandrásticos recortes en sus nóminas. Mientras tanto, los precios del petróleo dieron un brinco, mitigadogracias a la acumulación de inventarios. De manera que una operación probablemente gestada en Afganistán yalgunas universidades de Alemania acabó con la vida de más de 200 ciudadanos deorigen indio y dejó sin empleo a miles de habitantes entre el Río Grande y laPatagonia, que dependían de las actividades afectadas.
La percepción del riesgo, por lo tanto, debecambiar. Lo queramos o no, estamos enun mundo globalizado. Nuestratendencia, sin embargo, es a aferrarnos a lo que tenemos más cerca, y perder devista lo demás. A pensar en términos locales. La cotidianidad nos envuelve peligrosamente. Nos sentimos vecinos antes que ciudadanos del planeta. Pero ahora como nunca lo local interactúacon lo regional, y esto a su vez con lo internacional.
Colombia estalla
Esta semana, sucedió lo temido: el gobierno de Andrés Pastrana reaccionó auna cadena de actos de piratería y vandalismo, y rompió en forma unilateral lasconversaciones de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
El Ejército, al igual que la subversión, veníaapertrechándose para la gran ofensiva que actualmente está en desarrollo. La mayoría de los países ubicados en laperiferia del escenario bélico (Perú, Ecuador, Brasil y Panamá) anunciaron medidaspara la contención militar y la atención a las olas de desplazados queposiblemente traspongan las fronteras.
En este escenario, todavía no está claro qué vaa hacer Venezuela, tras un tardío pronunciamiento de su Canciller en apoyo a ladecisión del gobierno de Nariño. Esas48 horas de silencio podrían transmitir un mensaje equívoco a la comunidadinternacional –uno más-, y especialmente a los factores en conflicto. No habrá que esperar mucho para conocer lasconsecuencias.
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