En el año 2014 el mundo sufrió 13.370 atentados terroristas que dejaron como saldo 32.658 muertes en 162 países, según el Instituto para la Economía y la Paz (www.visionofhumanity.org). En el mismo período, sólo Venezuela reportó como causa de la violencia en el país un total de 24.980 asesinatos (www.observatoriodeviolencia.org.ve) y Latinoamérica como región sobrepasó las 170 mil víctimas de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud.
No queda la menor duda que la diferencia entre el número de muertes producto de la violencia criminal y el terrorismo es abismal. De hecho, la tasa entre una y otro es 13 veces mayor. Pero siendo así; ¿por qué importa e impacta tanto la acción terrorista, cuando mueren muchas más personas por la violencia de todos los días?
Me hago esta reflexión a la sombra de los atentados de Bruselas, que una vez más manchan a Europa de sangre y extremismo, y al mismo tiempo, las redes sociales anuncian la matanza en una zona de El Valle, en Caracas dónde un enfrentamiento entre bandas deja un saldo de 10 acribillados. Ya sea por terrorismo o violencia delincuencial, toda muerte es una tragedia, más aún cuando por costumbre terminamos viviendo entre ella y haciéndola rutina cotidiana.
El terrorismo, sin embargo, trasluce otro nivel de violencia, uno cargado de simbolismos y metamensajes que trascienden al minimizado y rústico homicidio callejero. La muerte del terror es cruel y la vez, banal. Es propaganda mediática y al mismo tiempo, expresión de radicalismo religioso. En definitiva, la víctima del terrorismo es en simultáneo, expresión máxima de la inocencia y objetivo inexcusable de la maldad. En su complejidad contradictoria, la violencia fanatizada aniquila a sus propios autores y los hace héroes en una guerra oscura, incomprensible para muchos y que con mayor frecuencia e impacto tiene al mundo entero como escenario.
Desde el 2000 hasta hoy, la tasa de muertes por terrorismo se ha multiplicado por 9. Ya, las capitales del mundo han vivido en sus propias calles la expresión violenta del terror y, de manera más que preocupante, infraestructuras muy críticas y sensibles comienzan a caer en sus redes. Se hace insuficiente, por tanto, limitar el impacto de un ataque al básico conteo de las víctimas. En el caso de Bruselas, la afectación al principal aeropuerto del país y al sistema de transporte subterráneo representa un altísimo costo para la ciudad que es además sede del gobierno de la Unión Europea y base principal de la OTAN.
Estas células terroristas son hábiles escogiendo sus objetivos, pues para ellos el éxito de sus operaciones depende de la magnitud del daño que generen a los íconos del poder. No por casualidad, el 11 de septiembre se escogieron como blancos a las torres gemelas, el Pentágono y la Casa Blanca, siendo este último inalcanzable debido a la acción de los pasajeros que lograron derribar el Jet de United, conocido como el vuelo 93.
El terrorista con su acción intenta marcar con huella indeleble los lugares y las mentes. Esta semana en Bruselas y hace unos meses en París, sus habitantes se paseaban por las calles en una suerte de marcha silenciosa, tratando de reclamar el espacio público robado por las bombas, pero aun con la conmoción de los estallidos mutilantes.
Ya el papa Francisco lo adelantó a finales del pasado año, inclusive un poco antes de los sucesos de Francia: “vivimos una tercera guerra mundial combatida por partes…es una locura alimentada por conceptos como «la avaricia, la intolerancia y la ambición de poder» que a menudo encuentran justificación en la ideología y que lo destruye y lo trastorna todo.”
En nuestra realidad más local, la violencia roba vidas y hiere a familias enteras dejando desolación a su paso. Somos víctimas de nuestra propia incapacidad. En los últimos años el Estado, en su desmontaje institucional, ha creado gigantescos vacíos que hoy llenan las bandas criminales como generadoras de oportunidades fáciles para jóvenes. El perfecto caldo que aquí genera malandros y en Europa produce yihadistas.
@seguritips
*Yihadismo: neologismo occidental utilizado para denominar a las ramas más violentas y radicales dentro del islam político, caracterizadas por la frecuente y brutal utilización del terrorismo.