Cuando los colombianos creíamos superada la pesadilla del terrorismo y nos preparamos para la paz, las bombas en Bogotá y los atentados contra la infraestructura petrolera vuelven a despertarnos del sueño. De nuevo, el desafío del atentado traicionero y aleve que lesiona a seres humanos desprevenidos y destruye el patrimonio nacional nos vuelve a la realidad que no podemos olvidar.
El pasado domingo, un grupo de miembros de la Policía Nacional se preparaban para atender la seguridad de la Plaza de Toros la Santamaría, en la capital de la República, cuando fueron sorprendidos por un estallido que dejó 27 lesionados, algunos de ellos con heridas graves. “El petardo contenía dos kilos de metralla y fue puesto en donde se ubicaría el cordón de seguridad (…), lo que indica que tenía el objetivo de herir a nuestros uniformados”, afirmó el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa.
Horas antes, otro petardo había explotado en otro barrio de esa ciudad. Y en días anteriores se habían producido atentados del mismo estilo que si bien no dejaron víctimas y afectaron a otros sectores tenían la clara e indiscutible intención de causar alarma, amedrentar a una sociedad que en el pasado ha sufrido las consecuencias de esa clase de terror, y enviar un mensaje a las autoridades sobre las intenciones de sus autores.
La experiencia le dice a Colombia que explosiones como las que se han presentado en el último mes no pueden ser consideradas como hechos aislados y dirigidos contra individuos o empresas. Por el contrario, son la notificación de que alguien, o alguna organización están dispuestos a atentar en forma masiva e indiscriminada, y que no les preocupa si sus acciones llegan a producir resultados monstruosos como los de las épocas del terrorismo o la voladura del club El Nogal en la Capital.
De otra parte, en las horas de la noche del domingo el oleoducto Caño Limón Coveñas fue volado por segunda vez en la última semana. De nuevo, la extorsión que pretende cubrirse con motivaciones políticas causa un desastre ecológico y un daño al patrimonio de todos los colombianos, lo que no puede desconocerse, a pesar de haberse convertido casi que en ese paisaje de destrucción y violencia al cual parecemos acostumbrados.
¿Quiénes pueden ser los autores de esos atentados? En el caso del oleoducto, voceros de la Octava División del Ejército afirman que fue causado por el ELN. Y en cuanto al de Bogotá, el Ministro de Defensa afirmó: “¿Que tiene que ver este atentado con las bombas panfletarias de hace unas semanas? La hipótesis más probable es que sí y la hipótesis más probable es que sea el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en unas de sus ramificaciones urbanas”.
Si esa presunción se confirma, debe tener consecuencias en las negociaciones que se adelantan en Ecuador. Nada puede justificar que se repitan errores del pasado al considerar el terrorismo como instrumento político. Ni por buscar la paz el país vuelva a quedar atrapado en el terror mediante atentados indiscriminados para demostrarle un poder mentiroso o para ejercer la extorsión inaceptable a la sociedad.
Fuente: elpais.com.co