La masacre de más de 200 personas por terroristas chechenos en un colegio ruso escandaliza al mundo y pone en aprietos al presidente Vladimir Putin.
Viernes, 1 p.m. Beslan, república rusa de Osetia del Norte. Son asesinados más de 100 niños por terroristas chechenos que habían tomado la escuela número uno
El día en que comienza un nuevo período escolar es uno de los más festivos para las familias en Rusia. Esa mañana los niños y sus padres, vestidos con sus mejores galas, llevan ramos de flores y regalos a sus nuevos maestros y se reúnen en un acto que es todo sonrisas y optimismo. Pero el miércoles primero de septiembre un ataque terrorista en el pueblo de Beslán, en la república de Osetia del Norte, hizo temblar al mundo de horror e indignación y tiñó de sangre, tal vez para siempre, esa apacible tradición.
El golpe no habría podido ser más escalofriante. En medio de la multitud de padres, abuelos, niños y adolescentes, un grupo de terroristas chechenos se infiltró al final de la ceremonia en la escuela intermedia Número Uno, donde asisten niños de entre 7 y 17 años. Incluso muchas madres habían llevado a sus bebés para involucrarlos desde esa tierna edad en esa fiesta tradicional. Los terroristas, disparando al aire, obligaron a más de mil personas a concentrarse en el gimnasio del colegio, y les ordenaron a los niños que se pararan en las ventanas para usarlos como escudos humanos. En las primeras acciones cayeron al menos tres personas y 10 quedaron heridas.
No se sabe exactamente cuántos eran los terroristas, pero sí que había algunas mujeres en el grupo y que ellas llevaban bombas en sus cuerpos listas para ser detonadas. Pronto soltaron una niña con un mensaje en el que exigían la liberación de los detenidos chechenos por la ola de ataques realizada entre el 22 y el 23 de junio en la vecina Ingushetia, y el retiro de las tropas rusas de Chechenia. Un hombre que se identificó como ‘secretario de prensa’ del grupo pidió hablar con los presidentes de Osetia del Norte, Ingushetia y con un pediatra que sirvió de mediador en el ataque contra un teatro moscovita en octubre de 2002. Para empeorar las cosas, los terroristas anunciaron que asesinarían a 50 niños por cada baja que pudieran sufrir y dijeron que habían minado los terrenos aledaños a la edificación.
Oficiales del ministerio del Interior llevan a dos niños que fueron liberados el 3 de septiembre.
A la derecha, un francotirador observa el momento en que las tropas rusas entraron para tratar de salvar a los rehenesn que iba a ser publicada
En el exterior del colegio las madres rezaban por que sus hijos salieran sanos y salvos. Al menos 200 murieron
Las escenas eran desgarradoras. Las madres, que hicieron guardia durante las 53 horas que duró la toma, acariciaban por última vez a sus hijos mientras nadie era capaz de explicarles por qué ellos tenían que pagar por los intereses políticos dictados lejos de sus vidas
Mientras el presidente ruso Vladimir Putin regresaba de sus vacaciones en el mar Negro pero se abstenía de hacer declaraciones, la situación en la escuela se hacía más dantesca con cada minuto que pasaba. Los secuestradores decidieron rechazar la entrega de agua y comida, mientras en el interior del gimnasio el clima veraniego de finales de agosto convertía el recinto en un horno infernal. La sevicia demostrada por los terroristas parecía no tener límites.
Putin tardó 24 horas en manifestarse, y cuando al fin rompió su silencio lo hizo para asegurar a las familias que su prioridad sería la seguridad de los rehenes. Cuando se produjo la tragedia ya habían sido liberados 25 rehenes y los enviados del gobierno hacían lo imposible para convencer a los terroristas de buscar una salida pacífica a la crisis.
Pero las exigencias eran inaceptables para el Kremlin, y la tensión crecía por momentos dentro y fuera de la escuela, donde cientos de parientes esperaban con la angustia marcada en sus rostros. El final se desencadenó en medio de la confusión. Las versiones que se manejaban al cierre de esta edición indicaban que el tiroteo comenzó por el nerviosismo de los terroristas cuando un grupo de socorristas ingresaron al recinto, supuestamente autorizados para sacar a los muertos del primer día de la toma. Entonces se oyó una explosión y los rehenes la entendieron como una señal para tratar de escapar. Pero fueron asesinados a sangre fría con ráfagas de ametralladora mientras corrían en tropel. La policía devolvió el fuego pero no pudo evitar el saldo trágico. Las imágenes de los papás besando los cadáveres de sus hijos le dieron la vuelta a un mundo horrorizado y lleno de indignación.
La batalla continuó en edificios adyacentes, donde algunos terroristas intentaron refugiarse, y uno fue aparentemente linchado por los vecinos. Sin que se supiera con certeza si alguno logró escapar, el gobierno aseguró que varios eran árabes.
Escalada terrorista
El ataque de Beslán completó una escalada terrorista que se inició el 24 de agosto con el derribo de dos aviones que salieron de Moscú con algunos minutos de diferencia, hecho que causó la muerte a 90 personas. A tiempo los rusos se enteraban de que los desastres habían sido en realidad atentados, una mujer se inmoló a la entrada de una concurrida estación del metro de la capital, al ser requerida por unos policías. El hecho se produjo precisamente en la víspera de la entrada a clases, cuando miles de niños y sus padres estaban comprando en los alrededores los útiles escolares. Al día siguiente comenzó la masacre de Beslán.
Para Vladimir Putin el asunto de Chechenia tiene una significación muy especial. Esa república del Cáucaso, que había sido separatista desde que los zares la anexaron a Rusia en el siglo XIX, hizo un enésimo intento de separarse en 1991, en medio de la confusión por el desplome de la Unión Soviética. (Ver recuadro). En 1994 el presidente Boris Yeltsin intentó recobrar el control por las armas, pero su ejército fue humillado y Chechenia gozó de una independencia de facto hasta 1999. En ese año el primer ministro Putin, quien se proyectaba como sucesor de Yeltsin, lanzó una nueva ofensiva para recuperar el país. Esa campaña de tierra arrasada logró derrotar a los separatistas, derrocar al régimen democrático de Aslan Maskhadov, instalar en Grozny al primero de una serie de gobiernos integrados por chechenos títeres y proyectar a Putin a la presidencia de Rusia.
Putin, ex agente de la KGB, insiste cada vez que le preguntan en que la situación de seguridad en Chechenia «está mejorando» y «en vía de normalizarse». Pero lo cierto es que hoy por hoy nadie, ni dentro ni fuera de Rusia, cree una sílaba de esas afirmaciones. Por el contrario, los observadores internacionales denuncian que Grozny sigue en ruinas, miles de chechenos viven en campos de refugiados y el ejército ruso ejerce una represión llena de abusos contra la población civil, incluida la violación de mujeres y la desaparición de opositores, digna de las peores épocas del estalinismo.
Títeres en el gobierno
Es diciente que la serie de ataques coincide con los resultados de unas elecciones presidenciales en Chechenia cuestionadas, entre otros, por Estados Unidos y la Unión Europea, convocadas para reemplazar al asesinado presidente títere Ahmad Khadirov. El triunfo correspondió al candidato de Moscú, el general Alu Alkhanov, con el poco creíble porcentaje del 87 por ciento de los votos. Este año no hubo monitoreo internacional independiente ni se dispusieron mecanismos para asegurar que las urnas no fueran adulteradas. Musa Muradov, periodista del diario Kommersant, contó por ejemplo que él votó cinco veces sin que nadie lo detuviera y que hubiera podido seguir votando de no tener que entregar su artículo. Varios organismos internacionales y diarios como The Washington Post calificaron las elecciones de farsa. Según los datos oficiales la abstención fue bajísima, pero los testigos sostienen que los puestos de votación se veían vacíos y las cifras parecían sacadas de la manga.
Esa política de control total, lejos de conseguir mayor seguridad, lo que ha obtenido es que el movimiento independentista checheno se radicalice y se salga de control, como lo indican los hechos de las últimas semanas. Todo indica que los responsables de la oleada de la semana pasada pertenecieron en el pasado a los grupos independentistas del exiliado presidente Aslan Maskhadov y el líder Shamil Basayev. Este último reclamó la autoría de la toma del teatro Dubrovka de Moscú en 2002, en la que murieron 129 rehenes cuando Putin ordenó diseminar un gas soporífero, pero negó haber participado en la toma del colegio.
Los terroristas
Por ello los expertos deducen que se trata de antiguos miembros de sus grupos que ahora operan por su cuenta. Según algunos testimonios, los atacantes en Beslán hablaban correctamente el ruso, y por lo tanto incluían no sólo chechenos, sino ingusetios, osetios y rusos. Eso indicaría, según unas hipótesis, que la lucha de los chechenos se ha extendido a sectores de la población del Cáucaso desesperados por la miseria y el olvido a que son sometidos desde Moscú.
Otras corrientes sostienen que la insurgencia se ha nutrido, por el contrario, de extremistas islámicos que defienden las raíces musulmanas de los chechenos contra los invasores de la «infiel Moscú». Esa es la hipótesis favorecida por Putin, a quien ciertamente interesa involucrar su causa chechena en el contexto de la guerra contra el terrorismo del presidente norteamericano George W. Bush. Eso, de hecho, le ha permitido conseguir que la comunidad internacional cierre un ojo ante los abusos de sus tropas en ese país.
Las consecuencias políticas de la escalada terrorista aún no son claras, sobre todo en cuanto al efecto que podría tener en la popularidad de Putin. Por lo pronto cuenta con el enorme rechazo que produce, tanto a nivel nacional como internacional, una guerrilla capaz de perpetrar un acto de semejante inhumanidad. Y con que el desenlace no fue el resultado de una orden suya sino de la confusión y la extrema tensión que se vivía en el colegio. Pero a largo plazo, muchos analistas coinciden en que la semana de terrorismo de Rusia es señal del formidable desafío que enfrenta el Presidente ruso en su política hacia la inestable república separatista.
Durante años políticos rusos y gobiernos occidentales han tratado de convencer a Putin de que aun en una lucha justificada contra el terrorismo, su estrategia de someter a Chechenia por la fuerza nunca tendrá éxito. Pero él insiste y, a cambio, como dice el editorial de The Washington Post, ha silenciado a los medios rusos que tratan de informar, ha expulsado a los observadores internacionales y ha obligado a los refugiados a regresar a su destrozado país. O sea que otra de las víctimas de su insistencia ha sido la democracia en su propio país.
Entre las reacciones internacionales llamó la atención la de Bush, para quien el episodio de Beslán demuestra que es necesario extremar la guerra contra el terrorismo. Pero lo que demuestra la sevicia y el salvajismo de los infanticidas de Osetia del Norte es que no hay aparato militar capaz de suprimir el terrorismo cuando éste se basa en la percepción de un pueblo, real o no, de que es objeto de una injusticia insoportable e insuperable por los medios pacíficos y que merece venganza. Tanto Putin como los terroristas chechenos están envueltos en una espiral de violencia que no tendrá fin si no se acepta que la negociación es infinitamente mejor que el diálogo de las armas.