Interpretación de la violencia ambiental en el deporte

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URBANIZACIÓN Y VIOLENCIA
Una interpretación de la violencia ambiental en el deporte
©Artemio Baigorri
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V Congreso Español de Sociología – Granada, 1995. GRUPO 10. SOCIOLOGÍA DEL OCIO Y DEL DEPORTE. Sesión 4ª. Desviación social y violencia en el deporte.
Una versión de este trabajo se ha publicado en M.García Ferrando y J.Ramón Martinez, eds., Ocio y deporte en España. Ensayos sociológicos sobre el cambio, Tirant lo Blanch, Valencia, 1996, pp. 339-352
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INTRODUCCIÓN Y RESUMEN
La mayor parte de las aproximaciones sociológicas al fenómeno de la violencia en el deporte se basan, directa o indirectamente, en el paradigma estructural-funcionalista sobre la anomia y el conflicto social. Las aproximaciones marxistas parten en realidad del mismo paradigma: dando la vuelta a la teoría de la función integradora del conflicto de Coser, hacen reacer en la violencia ambiental deportiva la función de expresar en términos comunicativos alguna especie de proceso revolucionario, o siquiera reivindicativo, inconsciente, amparados en el aserto de Marcuse sobre la revelión juvenil: «Si son violentos es porque están desesperados». Sin embargo, esta interpretación, con ser parcialmente correcta, cae por su peso ante el hecho de que no son justamente los sectores más castigados por el capitalismo quienes protagonizan los actos de violencia.
Enfoques más pragmáticos como el de García Ferrando, basados en un paradigma conflictualista de la sociedad, tampoco terminan de ser claramente explicativos, al dejar de lado una cuestión fundamental: que los conceptos de conflicto, violencia y agresión no son sinónimos, aún perteneciendo al mismo campo semántico, ni forman parte de una escalada necesaria. Hay conflictos mucho más importantes en la sociedad que sin embargo no se resuelven mediante la violencia.
En cuanto a las teorías que buscan la explicación en los propios rasgos del juego deportivo, caen en una tautología irresoluble, al afirmar que hay violencia porque hay violencia.
Esta comunicación pretende plantear, como hipótesis para la reflexión, que las tesis de Eric Dunning, enmarcadas en la teoría de Elías sobre deporte y proceso civilizatorio, pueden aportarnos más luz para la explicación sociológica de este tipo de violencia. Como es sabido, se basa en la permanencia, en las sociedades urbanas y altamente desarrolladas, de grupos sociales -que todos los autores identifican con las clases trabajadoras empobrecidas- entre los cuales valores como la agresividad, el machismo y el liderazgo violento siguen teniendo fuerte peso, y que habrían encontrado -primero en el fútbol- un excelente escenario en el que expresarlas.
La aportación teórica -al no disponer de datos empíricos para contrastarla y desarrollarla- que se pretende es la de incorporar, a la tesis de Dunning/Elías, el concepto de urbanización. En mi opinión el alcance explicativo de esa teoría se amplía si probamos a demostrar que esos grupos sociales no se corresponden con el concepto clásico de una clase obrera empobrecida, sino más bien con sectores de inmigrantes rurales, insuficientemente urbanizados a causa de la crisis económica de las grandes ciudades. Sectores que, en lugar de urbanizarse, han ruralizado diversos espacios sociales de la ciudad, entre ellos el deporte y especialmente el fútbol. Si el proceso de civilización, tal y como Elías lo entiende, es un proceso de urbanización, la existencia -en contradicción con el ecosistema dominante- de fragmentos de ruralidad desintegrada en las grandes ciudades supone la permanencia en dichos espacios de esos valores pre-civilizados a que se refiere Dunning.
LA VIOLENCIA EN EL DEPORTE COMO HECHO SOCIAL
El estudio de la violencia es ya, en la sociología del deporte, un capítulo obligado. Y ello a pesar de que, en el acerbo sociológico, la violencia no constituye un tema de mucho peso. Incluso la sociología del conflicto suele detener sus pasos en el punto en que la violencia se desata. La gran atención que la psicología ha prestado al fenómeno de la agresión interpersonal, así como la excesiva atención prestada por la biología, concretamente por la etología, probablemente hayan contribuido a cierto alejamiento de los sociológos, por temor de caer en interpretaciones sociobiologistas que cargan excesivamente el peso de las influencias de la naturaleza, es decir genéticas, como desencadenantes. De hecho la gran discusión entre quienes consideran que los hechos humanos son influenciados básicamente por el ambiente, es decir por la sociedad (creencia que está en la base de la sociología), y quienes los atribuyen a factores biológicos, sigue todavía en pie. A finales de 1994 se ha levantado una gran polémica en la comunidad científica anglosajona, al publicarse algunos trabajos de genetistas que afirmaban haber aislado el gen de la violencia, casi como si se tratase de un virus curable. El problema, se ha advertido desde la sociología, es que casualmente esos genes violentos aparecen siempre en grupos socialmente marginados, con lo que cuestión sigue sin resolverse. Es un círculo vicioso, en el que unos apuestan por el huevo y otros por la gallina.
Para los ambientalistas la cuestión está clara. Con independencia de que la violencia esté o no en los genes, se observa empíricamente que en aquellos sectores beneficiados por el bienestar económico y social las tendencias violentas tienden a reducirse. Sin embargo, es también la experiencia la que nos muestra que esos mismos grupos beneficiados por el bienestar pueden desencadenar en un momento dado fenómenos de violencia desmesurada, como se comprueba siempre que se implantan dictaduras (los casos de Chile y Argentina han sido ejemplos de la ferocidad que los grupos supuestamente civilizados pueden mostrar en un momento dado). Tal vez podrían explicarse tales procesos en términos de activación de algún temor ancestral a la pérdida del bienestar y los privilegios. Quizás en esos momentos el gen de la violencia, desactivado por la civilización, se active de nuevo.
Pero lo cierto es que la cuestión no está cerrada todavía. Sólo una más estrecha colaboración entre la biología, la psicología y la sociología podrán dar respuesta algún día a este dilema, y aislar definitivamente ese virus, si es que existe como tal enfermedad. Ashley Montagu, que dedicó muchos años a esta cuestión, propuso que «la naturaleza humana es buena. Lo malo es la educación humana. Tenemos que adaptar ésta a las exigencias de aquélla, y desengañar a la humanidad del mito de la maldad innata del género humano» (MONTAGU,1993:125). Es probable que Montagu tenga razón, pero entretanto los sociólogos debemos ocuparnos de aquellos fenómenos actuales, todavía no resueltos por la educación, que constituyen un problema social. Y la violencia en el deporte parece que constituye claramente, ahora mismo, un problema social.
Sin embargo, si observamos la evolución moderna de los deportes, vemos que todos ellos responden al esquema del proceso civilizador de Norbert Elías. Eric Dunning ha seguido el proceso de desarrollo de varios deportes, y ha comprobado cómo la violencia se viene reduciendo sistemáticamente. El propio desarrollo de los deportes es, casi, un proceso de acotamiento, control y reducción planificada de los comportamientos violentos y agresivos, que hoy se consideran de hecho como sinónimos de comportamiento antideportivo.
¿Por qué razón, entonces, nos preocupa tanto hoy el fenómeno de la violencia?. En primer lugar, desde luego, porque la ola de violencia en torno al deporte provoca daños personales, materiales y morales que son evidentes. Pero especialmente porque, a causa de ese mismo proceso civilizatorio, nuestro umbral de tolerancia hacia la violencia ha descendido, y aunque tanto en términos absolutos como relativos la violencia sea menos intensa que en otras épocas, nuestra sensibilidad es más elevada que antes. Y también por las propias características de la sociedad de masas, ya que los deportes de masas suponen una concentración de los hechos violentos, dando mayor espectacularidad a los mismos, y el propio funcionamiento de los medios de comunicación de masas, al darles una gran resonancia, los amplifica. Veamos ahora qué entendemos por comportamientos violentos, y qué tipos de violencia nos interesa analizar.
LA VIOLENCIA Y LA AGRESIÓN INTERNA
En realidad, y aunque provisionalmente mantendremos el término de violencia, por ser el más aceptado, no nos estamos refiriendo exactamente a violencia, sino a agresión(1), aunque de hecho son términos que pertenecen a un mismo campo semántico, y por lo tanto tienden a confundirse.
La violencia se define como «todo cuanto se encamine a conseguir algo mediante el empleo de una fuerza, a menudo física, que anula la voluntad del otro» (UNESCO,1988, T.IV: 2354); es un acto finalista, orientado a la consecución de algo: un gol, un país, un bolso, un hueco para aparcar el coche, o el cuerpo de una mujer…, un acto en suma que no puede ser gratuito. Jurídicamente se distingue entre violencia y coacción o intimidación, términos éstos relacionados con aquellos actos por los que se inspira a alguien el temor racional y fundado a sufrir un mal inminente en su persona, bienes o familia.
La violencia es por tanto, en este sentido, una forma de resolución de los conflictos de intereses, sean interpersonales, internacionales, económicos, sociales o políticos… El proceso civilizador viene intentando desterrar, por supuesto, este burdo mecanismo de resolución de conflictos y de satisfacción de necesidades, pero es evidente que aún no se ha conseguido. Los medios de comunicación nos muestran a diario las pruebas.
Entendida con este sentido finalista, el concepto de violencia sólo tiene sentido en el mundo del deporte internamente. En la medida en que todos los deportes competitivos -especialmente los deportes de equipo- se basan en el enfrentamiento por un recurso escaso -la victoria-, es esperable que en el decurso de los enfrentamientos se produzcan situaciones primero de coacción e intimidación, y en último extremo de violencia, De hecho, algunos de estos deportes -como el boxeo, la lucha libre y las llamadas artes marciales- se basan específicamente en la práctica de la violencia controlada.
Naturalmente, el descontrol de los niveles de violencia en los deportes violentos, o la aparición de fenómenos de violencia en deportes considerados no violentos, constituye un problema importante en la actualidad. La obsesión por el fair-play lleva a los profesionales del deporte a sensibilizarse cada vez más frente a comportamientos violentos o superviolentos. Es probable incluso que, a la vista de los elevadísimos montantes económicos en juego, que de día en día se acrecientan en progresión geométrica, haya habido un cierto incremento de la auténtica violencia intradeportiva. Pero la evidencia muestra que, a pesar de la aparatosidad con que los medios de comunicación tratan estas cuestiones, se cumple el paradigma general de Elías sobre los procesos civilizatorios (ELÍAS&DUNNING,1992), así como el de Dunning sobre la evolución de los distintos deportes hacia formas cada vez menos violentas (DUNNING,1993). Como señalaba Cagigal, «todas las semanas tiene lugar un suceso más o menos conflictivo en algún terreno o cancha de juego deportivo (…) Pero este mismo fin de semana (…) han sucedido docenas de miles de encuentros deportivos, con sus resultados, sus alegrías y decepciones (…). Estas docenas de miles de partidos no han pasado a ser noticia -fuera de lo estrictamente deportivo- porque no han supuesto nada anormal» (CAGIGAL, 1990:71).
Seguramente estamos hablando de tasas no muy superiores a la que podríamos llamar violencia relacional cotidiana; tal vez incluso más bajas de las que podemos medir entre los pacíficos conductores de automóvil en las grandes ciudades españolas, o las que podrían medirse en encuentros del tipo de los inicios de rebajas en los grandes almacenes.
Por supuesto, no se niega aquí la importancia de estos fenómenos de violencia. La Psicología Social se ocupa de estudiar estos pequeños conflictos que se producen tanto en el marco de la interacción de los pequeños grupos, o intergrupal, como a nivel intragrupal (SETZEN, 1984:292). Y en este sentido el tipo de conflictos que se producen en un campo de juego son cualitativamente semejantes a los que se producen en cualquier otro campo de competición, reglada o no reglada: sea entre equipos de vendedores, equipos de producción en una cadena de montaje, cuadrillas de trabajadores temporeros de la agricultura o la construcción, etc. Y ello incluye, por supuesto, los conflictos dentro de los propios equipos, que hacen que, aunque de forma menos habitual que frente a miembros de equipos rivales, se produzcan enfrentamientos -e incluso reacciones violentas dentro del propio campo- entre jugadores de un mismo equipo, o entre éstos y el entrenador/capataz (PASTOR, 1978:598). Estamos, en suma, frente a un proceso de tensión controlada, en el que diversas estructuras de polaridad actúan sistemáticamente, provocando tensión. Y teniendo en cuenta que «los jugadores por separado y los equipos tienen objetivos, uno de los cuales es marcar goles» (ELÍAS&DUNNING, 1992:243-246), no es improbable el desencadenamiento de fenómenos de violencia, en cuyo desenlace influirán por otro lado las actitudes no sólo de los espectadores, sino también del líder del grupo, de las denominadas estrellas del grupo, por supuesto del entrenador, y desde luego del árbitro.
Sin embargo, con ser un interesante objeto de estudio para la Sociología de los Grupos Pequeños, e interesar mucho a los comités y federaciones que se encargan de regular el fair play en los deportes, sin embargo no es la violencia en el juego la que nos interesa analizar ahora.
LA AGRESIÓN Y LA VIOLENCIA AMBIENTAL COMO CONFLICTO SOCIAL
La Sociología, a nivel macro, se interesa más bien por el tipo de agresión, individual o de grupo, socialmente originada y manifestada también en el marco de las grandes estructuras sociales. Es decir, la que se produce no en el juego sino en torno al juego, con independencia de que en la misma puedan participar también, en distinta medida, los jugadores y no sólo los espectadores.
Smith distingue en primer luygar (SMITH, 1983) los desórdenes con un motivo estructural, sea bajo la forma de demostración política o de confrontación entre dos facciones rivales, siempre provocados por un conflicto social, esto es «una lucha en torno a valores o pretensiones a status, poder y recursos escasos, en la cual los objetivos de los participantes no son sólo obtener los valores deseados, sino también neutralizar, dañar o eliminar a sus rivales; puede desarrollarse entre individuos, entre colectividades o entre individuos y colectividades» (COSER, 1974). El conflicto puede tener raíces políticas, culturales, económicas, territoriales, étnicas, religiosas, etc.
Los desórdenes con un motivo situacional responden sin embargo a detonantes como la falta de entradas, o la frustración por una derrota casi siempre interpretada como injusta por los aficionados del equipo perdedor. En cuanto a los desórdenes inmotivados, son difíciles de admitir desde la Sociología, pues supondría la existencia de violencia irracional, atávica, dando con ello la razón a los etólogos, la gran bicha, que plantean una naturaleza violenta del hombre). Pero no deja de ser cierto que a veces la celebración exaltada y alcoholizada de una victoria puede empezar festivamente, pero terminar como el rosario de la aurora si la masa festiva se encuentra con grupos que expresen rechazo a su ruidoso comportamiento, o con hinchas del equipo contrario; otras veces se trata de lo que algunos autores denominan desórdenes del tipo tiempo de descanso, esto es actos violentos que tienen lugar en fines de semana, fiestas, celebraciones, ceremonias o en cualquier ocasión especial «en que las habituales prescripciones contra la violación de normas morales se suspenden o rebajan», pasándose por alto por parte de los ciudadanos y autoridades ciertos comportamientos como las borracheras, alteraciones del orden, peleas, pequeños robos… «Todas las culturas conocen estos periodos de descanso. Y con frecuencia, el deporte suministra el pretexto para un tiempo de descanso, y desgraciadamente el relajamiento inicial de la situación puede acabar en conflicto abierto»(GARCÍA FERRANDO, 1990:226).
Por supuesto, no pocos casos que la opinión pública presenta como como enmarcados en la violencia del deporte son accidentes debidos al mal estado de las instalaciones deportivas, del mismo tipo que puede ocurrir en un colegio, un teatro o un palacio de la ópera. Pero ello no puede ocultar la existencia de graves desórdenes, y agresiones intergrupales, de proporciones crecientes. Es a estos desórdenes a los que denominamos agresión y violencia ambiental deportiva, y son los que propiamente deben ocupar a la Sociología del Deporte.
INTERPRETACIÓN SOCIOLÓGICA DE LA VIOLENCIA AMBIENTAL
No vamos a intentar aquí una revisión de la literatura, pero debemos trazar siquiera las grandes líneas interpretativas existentes, teniendo en cuenta tanto la literatura especializada como la literatura sociológica en general(2). Retengamos por ahora las conclusiones de la encuesta de la Comisión Investigadora del Senado, por la variedad y multidisciplinariedad de los participantes en la misma. Los diversos factores(3) señalados como productores o desencadenantes de la violencia ambiental podrían reducirse a cinco grandes grupos causales: el fanatismo y el culto a la violencia bajo todas sus formas, en primer lugar; problemas estructurales de la sociedad -falta de cultura, conflictividad ambiental, desigualdades y crisis económica-; la tolerancia social, especialmente por parte del Estado como detentador en exclusiva de la violencia, hacia este tipo de comportamientos; influencia de los medios de comunicación de masas; y en último lugar la desorganización y el mal estado de las infraestructuras o la mala actuación de los árbitros, es decir los hechos auténtica y directamente relacionados con el hecho deportivo.
Al revisar las explicaciones que la literatura sociológica aporta, vemos que, en cierto modo, hay una coincidencia con el diagnóstico multifactorial de la comisión senatorial. De hecho, aunque en Sociología estamos obligados a no practicar el eclecticismo teórico, prefiriéndose el monismo explicativo, resulta difícil en esta cuestión no tener en cuenta las múltiples aportaciones que, desde paradigmas muy dispares entre sí, pueden ayudarnos a una interpretación holista aún por hacer.
En cierto modo debemos volver provisionalmente al punto de partida, al debate entre ambientalistas y biologistas, pues de alguna manera el tipo de explicaciones sociológicas propuestas se sitúan en un contínuum que va de la agresión instintiva a la violencia estructural de la sociedad.
Una de las propuestas más instintivistas es la de Marsh, quien cree descubrir una función ritual, que denomina aggro, en las agresiones intergrupales que se producen en el deporte, especialmente en el fútbol. Esta función sería la de afirmar la pertenencia significativa a microculturas que les diferencia de la amorfa cultura unitaria del conjunto de la sociedad, y sería una prolongación histórica de los antiguos enfrentamientos que se daban entre los aficionados romanos a las carreras de caballos. Cree que es una función universal, y que es una forma de ritualizar y sublimar conflictos reales, proponiendo así una lectura utilitarista de este tipo de violencia, por permitir «el mantenimiento de un cierto nivel de dinamismo una sociedad, y renovar las bases de la cohesión cultural en periodos de cambio social» (citado en GARCÍA FERRANDO,1990:228). En realidad para entender la propuesta de Marsh es preciso señalar siquiera las bases del paradigma biologista, o etológico, sobre la agresión intergrupal en el hombre, según el cual la agresividad es un instinto innato del hombre, como en otras especies animales, que ha facilitado su adaptación filogenética a un medio ambiente hostil. Al haberse modificado las condiciones del medio ambiente, «ese instinto sería arrastrado como una carga genética históricamente superada, de manera parecida a como ocurre con el apéndice» (EIBL-EIBESFELDT,1989:179) en el cuerpo humano, activándose de tanto en tanto casi como una infección vírica. En este marco es razonable aceptar canales adecuados para desahogar ese instinto, socialmente inocuos, como el deporte, la caza o las guerras justas.
Aparentemente cercanas a esta interpretación están todas aquéllas que, de un modo u otro, suelen echar en el debe de las masas todos los males habidos y por haber. La Psicología Social nació con Le Bon obsesionada por el advenimiento de las masas como principales actores de los estados industriales y democráticos. Gabriel Tarde reconocía la dificultad de encontrar «crímenes que no impliquen, en ningún grado, la complicidad del medio» (TARDE,1986:142), pero no olvidaba recalcar que «las multitudes son inferiores en inteligencia y moralidad a la media de sus miembros», lo que explicaría «su gusto singular por los vidrios rotos, el ruido, la destrucción pueril» (TARDE, 1986:151).
En esta línea, el informe preparado en Inglaterra, en 1978, por el Consejo de Investigación en Ciencias Sociales, sobre desórdenes públicos y competiciones deportivas, insiste en el hecho de que las competiciones se juegan antes grandes masas de espectadores, que atraídos y estimulados por la excitación del juego, en ocasiones provocan estallidos de violencia. Y algunos trabajos han profundizado en esta línea, sobre todo centrándose en el papel de los medios de comunicación de masas como activadores de los instintos criminales de las masas. Kevin Young ha analizado el entorno massmediático de los disturbios en el estadio de Heysel, en Bruselas, en mayo de 1985, y contrasta el sobredimensionamiento informativo prestado a este suceso, con la escasa atención a los cientos de miles de personas muertas en las mismas fechas en un ciclón ocurrido en Bangladesh, y concluye que «está claro que la prensa y los medios de comunicación de masas no crean el gamberrismo del fútbol, pero la aplicación negligente por su parte de unas técnicas de presentación que resaltan lo extravagante y lo violento contribuye muy poco a mejorar un panorama que ya es, de por sí, bastante complicado» (YOUNG, 1993:169).
Entre estas dos interpretaciones básicas hallamos cierto número de acercamientos estructuralistas, fundamentados en los conflictos y determinantes derivados de las estructuras sociales propias de las sociedades capitalistas modernas. Algunas claramente interrelacionadas con la anterior, como la de (CANCIO,1989), según la cual la crisis habría provocado en las masas frustración material y psíquica, y también resentimiento ante la continua reproducción de las desigualdades. En cierto modo es una interpretación psico-socio-económica que debe mucho a la explicación que la Escuela de Frankfurt daba al surgimiento del fascismo, y que Fromm explica del siguiente modo: «En el periodo de la posguerra no solamente se produjo una decadencia más rápida de la situación económica de la clase media, sino que también su prestigio social sufrió una declinación análoga (…) Ya no había nadie a quien despreciar. (…) De este modo la vieja generación de la baja clase media se fue haciendo más y más amargada y resentida; pero, mientras los ancianos permanecían pasivos, los jóvenes se veían impulsados hacia la acción. (…) Esta creciente frustración social condujo a una forma de proyección que llegó a constituir un factor importante en el origen del nacionalsocialismo» (FROMM, 1974:241). Pero, aunque el fácil recurso a identificar el ultraísmo en el fútbol con el ascenso del fascismo permita elegantes construcciones teóricas, e incluso puedan existir elementos comunes, no se sostiene en su conjunto. Sobre todo si tenemos en cuenta que las agresiones intergrupales en el fútbol se han dado por igual en épocas de crisis como en épocas de fuerte crecimiento económico. Al menos en España no creo que esta teoría sea muy válida.
Una línea cercana y más realista se basa en la teoría desarrollada por el estructural-funcionalismo de Parsons y Merton en los años ’50 -también utilizada por Cancio- sobre las expectativas frustradas como base del conflicto social, de las que las agresiones en el fútbol serían simplemente una manifestación. En la medida en que la sociedad capitalista ofrece unas expectativas de calidad de vida y éxito que luego no pueden ser alcanzadas por la mayoría de la población, esto despertaría, especialmente en momentos de crisis, situaciones de conflicto. Entendiendo así la agresividad intergrupal en el fútbol en términos de rebelión, tal y como la formulase Marcuse en los ’60: «Si son violentos es porque están desesperados. Y la desesperación puede ser el motor de una acción política eficaz»(MARCUSE:1968:144). Son estos también los planteamientos que guían a los radicales marxistas, para quienes la violencia en el deporte debe entenderse en el marco de las relaciones primarias entre las clases sociales y el Estado (TAYLOR, 1982).
García Ferrando se sitúa en una perspectiva pragmática desde la cual, y a partir de un paradigma conflictualista, propone que, en la medida en que «el deporte se ha convertido en uno de los fenómenos más visibles de la sociedad de masas (…), resulta pueril pretender que se convierta en un área del comportamiento humano para el que no sean aplicables las leyes del funcionamiento de la sociedad (…) Si las relaciones de poder y dominación determinan el funcionamiento de la sociedad, así lo harán también el funcionamiento del mundo del deporte» (GARCÍA FERRANDO, 1990:228). Naturalmente, una teoría tan pragmática deja de lado una cuestión fundamental, y es que los conceptos de conflicto, violencia y agresión no son sinónimos. Asumiendo el carácter esencialmente conflictualista de la sociedades, la civilización humana ha venido creando sin embargo, de forma sistemática, instrumentos para reducir los niveles de resolución de conflictos mediante la violencia, y sobre todo ha producido actitudes de rechazo hacia la agresión como forma de relación intergrupal. No sirviéndonos por tanto, dicho pragmatismo, para explicar el por qué del rebrote y ascenso en progresión geométrica de la violencia y las agresiones intergrupales en el deporte. Como menos aún nos sirven otras teorías que buscan la explicación de la violencia en los propios rasgos del juego deportivo, creando una tautología que se resumiría en términos absurdos: hay violencia porque hay violencia.
LA VIOLENCIA COMO SIGNO DE URBANIZACIÓN IMPERFECTA
Más interés tienen, en mi opinión, las tesis de Eric Dunning, aunque requieren un mayor desarrollo. Para éste la violencia en el deporte sería consecuencia de la permanencia, en las sociedades urbanas y altamente desarrolladas, de grupos sociales -que todos los autores identifican con las clases trabajadoras empobrecidas- entre los cuales valores como la agresividad, el machismo y el liderazgo violento siguen teniendo un fuerte peso. Estos grupos (que Dunning denomina segmentarios por el predominio entre ellos de los lazos segmentarios, de adscripción a la familia y al lugar de residencia; frente a los lazos funcionales, basados en la división del trabajo, propios de las sociedades modernas) «están sometidos a restricciones desde afuera pero no, ni mucho menos en el mismo grado, desde adentro. Internamente continúan encerrados en figuraciones sociales que evocan formas preindustriales de enlace segmentario y generan sutiles formas de masculinidad agresiva. Los intensos sentimientos de pertenencia al grupo y de hostilidad hacia los demás grupos significan que el enfrentamiento es prácticamente inevitable cuando sus miembros se ven frente a frente. Por otra parte, sus normas de masculinidad agresiva y su relativa incapacidad para autocontrolarse significan que el conflicto nacido entre ellos conduce fácilmente a la pelea directa. De hecho, tanto como ocurrió con sus equivalentes preindustriales, la lucha dentro y entre tales grupos es necesaria para el establecimiento y la conservación del prestigio conforme a sus normas de masculinidad agresiva. En consecuencia, los individuos, a nivel personal, obtienen placer realizando lo que para ellos es un papel socialmente necesario.» (ELIAS&DUNNING, 1992:293). En estos términos, el fútbol se habría convertido en el principal escenario donde tales normas cobran expresión debido «en parte a que las normas de masculinidad son consustanciales a él. Es decir, también el fútbol es básicamente una lucha fingida en la que la reputación de virilidad se refuerza o se pierde (…) En la medida en que algunos aficionados proceden de comunidades caracterizadas por variantes de solidaridad segmentaria, la afición violenta y desmesurada al fútbol en forma de lucha entre bandas rivales es un resultado altamente probable».
En realidad, se trata de grupos que habrían quedado, aparentemente., en estadios civilizatorios preindustriales. Ahora bien, la explicación de Dunning, aunque elegante en los procesos y en las causas directas, es insuficiente en relación a las causas profundas del por qué estos grupos existen. Creo que el fenómeno es más complejo, y alcanzamos una mejor perspectiva si relacionamos estos procesos con la emigración de origen rural. No en vano las grandes violencias en torno al deporte aparecen no con la crisis económica, sino con la urbanización aguda de las sociedades industriales. Probablemente hemos de hablar de grupos de inmigrantes que, en lugar de urbanizarse, han re-ruralizado diversos espacios sociales de las grandes ciudades, entre ellos el deporte y especialmente el fútbol.
No se trata, en absoluto, de que los emigrantes hayan arrastrado comportamientos pre-urbanos, pues las grandes ciudades son producto de la emigración ya desde su mismo origen. Ahora bien, las últimas oleadas migratorias se han producido cuando la crisis industrial azotaba a las grandes ciudades, y habrían afectado seguramente a aquellos grupos rurales que, o bien estaban en mejor situación económica en el medio rural -respecto de los primeros protagonistas del éxodo rural-, o bien contaban con menos recursos comportamentales -menos decisión, menos preparación psicológica para el éxodo-. Mientras para las primeras oleadas la integración en la ciudad fue, más o menos compulsiva, pero progresiva y en general exitosa, a partir de los años ’70 esta integración se ha tornado mucho más difícil, cuando no imposible. Y, del mismo modo que hemos podido encontrar mecanismos de supervivencia de carácter neorural(4), es probable que, como respuesta al resentimiento hacia una sociedad urbana que no les da lo que les había prometido, que incluso en cierto casos les reduce el status del que disfrutaban en el medio rural, muchos de estos sujetos se refugien en formas culturales que reproducen lo que ellos creen que corresponde a su cultura perdida. Una cultura rural que, aunque ya desaparecida de la realidad social del campo urbanizado hace décadas en todas las sociedades desarrolladas, sigue presente todavía en la imaginería popular de los mass media. Y es con esta imaginería massmediática con la que estos grupos reruralizan su espacio social, implantando sistemas de creencias y de interrelación social preurbanos y en este sentido precivilizados. La recuperación, desde los presupuestos de la denominada ecología profunda (FERRY,1994), de supuestos valores de la tierra, pienso que ha contribuído a la popularización de esas actitudes falsamente neorurales.
La importancia de esta interpretación estriba en que, sin dejar la resolución de los problemas al albur de la revolución, tampoco se limita a la demonización -o bestialización etológica- de los violentos, previa a su tratamiento exclusivamente policial, desentendiendo así a la sociedad de su parte de culpa. Como apuntó tempranamente Castilla del Pino, «el estar resentido sensibiliza al sujeto ante las formas injustas de la sociedad (…). Por otra parte, el progreso conseguido en la estimación de ‘cualquier’ hombre como ‘un’ hombre sólo ha podido obtenerse merced al resentimiento» (CASTILLA DEL PINO, 1968:193). Ciertamente el resentimiento, que se manifiesta en la violencia ambiental deportiva, muestra la existencia de sectores con una fuerza que la sociedad debe canalizar en nuevos avances de civilización, que probablemente deban tener en cuenta ciertos valores de la tierra reciclables en la civilización urbana y que permitan una mejor integración social.
En cualquier caso, con esta interpretación se avanza únicamente una hipótesis, sin duda poco madurada, que habrá que verificar con nuevas reflexiones, y sobre todo investigaciones de carácter empírico.
NOTAS
1. De hecho el primer trabajo publicado en España llevaba por título Deporte y agresión (CAGIGAL,1990)
2. En (GARCÍA FERRANDO, 1990: 226-232 y 245,246) se recogen las principales perspectivas de la literatura especializada, algunas de cuyas citas se reproducen aquí.
3. Por este orden: grupos fanáticos, declaraciones, comentarios de los medios de comunicación, frustración social, connotaciones políticas y económicas, infraestructura adecuada, criterio del árbitro, alcohol, agrupamientos humanos, ausencia o ineficacia policial, sociedad mal educada, no aplicación de normas, ausencia de asientos, registros y chequeos, no responsabilidad deportiva en asuntos de responsabilidad, impunidad, subculturas violentas, simbología y emblemática, no separación de rivales, escasa organización deportiva, violencia en gradas, pancartas ofensivas, horizontalidad, descoordinación de las Fuerzas de Seguridad, tolerancia social, no actuación de los poderes públicos, violencia/profesionalidad, mimetización, nacionalismo, torniquetes en puertas, derbys, personas concretas, padres y educadores violentos, ausencia de planes de emergencia y solapamiento de la jurisdicción deportiva ordinaria. Vemos que muchos de los ítems son redundantes.
4. Me refiero a fenómenos como los huertos clandestinos metropolitanos (BAIGORRI&GAVIRIA, 1984)
BIBLIOGRAFÍA CITADA
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