Obras robadas se comercian en Miami

RODOLFO WINDHAUSEN
Especial para El Nuevo Herald
El tráfico de obras de arte robadas sigue siendo un problema en Miami, una situación que se agrava por la entrada y salida del país de piezas falsificadas, opinaron expertos locales y funcionarios federales. No obstante, los casos han disminuido desde que se implantaron nuevos controles de seguridad tras la tragedia del 9/11 y por las crecientes precauciones tomadas por galerías, museos y coleccionistas. Aunque eso puede ser sólo la punta del témpano de hielo.
Una portavoz de la Agencia Federal de Investigaciones (FBI), que pidió permanecer en el anonimato, dijo, en conversación con El Nuevo Herald, que si bien aumentó la detección de arte robado, «muchos otros casos pueden haber pasado inadvertidos».
»Otro problema que todavía tenemos es que simplemente es imposible abrir todos los paquetes que entran al país; los puertos de entrada son enormes y los inspectores de aduanas carecen de personal suficiente», agregó la vocera.
En algunas circunstancias, la detección de las obras robadas fue posible por la rápida denuncia de las galerías o museos de donde fueron sustraídas, y la agente Alexis Carpenteri citó como ejemplo el robo de una pintura ocurrido en Buenos Aires »que se pudo resolver a los tres días» por la denuncia que hicieron de inmediato los propietarios de la obra.
En otros, según un portavoz de la oficina de la Aduana de los Estados Unidos en Miami, se trata de objetos de arte precolombino »que son más fáciles de detectar» y sistemáticamente se confiscan para devolverlos a los gobiernos de los países de origen.
Carpenteri, que intervino en varios casos de obras robadas entre 1998 y el 2004, confirmó que había bajado el número de casos de piezas robadas detectados en Miami desde el 2000: de cuatro anuales resueltos por el FBI, hubo uno en el 2004 y otro en lo que va del 2005. Esto indicaría que los controles más severos están funcionando.
Una de las características del robo de arte, según los funcionarios, coleccionistas y galeristas consultados por El Nuevo Herald, es que generalmente los autores del robo son »ladrones inteligentes», que no dañan las obras y saben cómo manipularlas para que conserven su valor en el mercado negro, que se sospecha mueve millones de dólares por año en la región.
Ese fue el caso de una veintena de obras robadas a la galería de Gary Nader, considerado uno de los principales galeristas de arte latinoamericano en los Estados Unidos, a quien le sustrajeron en 1982 y en 1998, entre otras, las telas Oiseaux (Pájaros, 1944), de Wifredo Lam; Serenata, de Mario Carreño, y Naturaleza muerta con pez (1946), de Mariano Rodríguez. Las de Carreño y Rodríguez fueron robadas en ruta de Santo Domingo a Miami tras haber sido expuestas en una muestra colectiva en Chile y Perú hace siete años. Del total de las obras sustraídas sólo cuatro han sido recuperadas hasta ahora, dijo el galerista.
Nader está convencido de que los robos »fueron encargados por alguien que sabía perfectamente el valor de lo que mandaba a robar». Carpenteri acotó que »nadie va a robar un Picasso porque es muy fácil de detectar, pero con otras obras menos conocidas no pasa lo mismo». Una excepción a esa regla, en el ámbito internacional, fue el sonado caso de la pintura El grito, del expresionista Edvard Munch, que pese a su notoriedad fue recientemente robada de un museo en Noruega.
Genaro Ambrosino, galerista venezolano que lleva varios años establecido en Miami, sostuvo, por su parte, que el tráfico de arte robado y falsificado se ha visto favorecido por la fuerte expansión del mercado de arte en Miami en los últimos años. »Es natural que cada vez sucedan más esas cosas; además, por la tentación de hacer dinero fácil», indicó.
Ambrosino citó el ejemplo de una obra del pintor francés Henri Matisse, Odalisca con pantalón rojo, que había sido robada del Museo de Caracas y sustituida por una falsificación. En 2003, un cliente local consultó a Ambrosino, quien recomendó al interesado que no hiciera la operación de compra porque la obra era de procedencia dudosa.
Para protegerse de engaños y de la adquisición en buena fe de obras robadas, muchos coleccionistas y galeristas apelan no sólo a la opinión de expertos, sino también a los recursos de la tecnología moderna.
Ramón Cernuda, cuya galería vende primordialmente pintura cubana, indicó que análisis como el de carbono 14 nuclear pueden determinar »la composición de los pigmentos e incluso si la tela fue preparada en una determinada época», porque tanto los papeles como los lienzos han evolucionado en sus componentes químicos a lo largo del tiempo. En un caso, un cliente de su galería pudo determinar que una obra sin título atribuida a la pintora cubana Amelia Peláez había sido falsificada en los años 80, porque tenía una base sintética que no existía en el decenio de 1940, cuando supuestamente la artista la había realizado.
Otros coleccionistas y expertos recurren a los sitios de internet, como Art Loss Register (www.artloss.com), que han compilado bases de datos sobre tráfico de obras robadas las cuales comparten con Interpol, galerías y museos de todo el mundo, el FBI y las policías e instituciones culturales de numerosos países. Algunas revistas especializadas, como Art News (www.artnews.com), de Nueva York, y Art Newspaper (www.artnewspaper.com), de Londres, también han publicado periódicamente información sobre obras de arte robadas.
Pese a las precauciones, en algunos casos los traficantes han conseguido engañar a galerías y casas de subastas prestigiosas, como Sotheby’s y Christie’s de Nueva York. Esta última tuvo que retirar de remate en noviembre de 2004, al comprobarse que era falsa, una obra titulada Volcán atribuida al pintor mexicano David Alfaro Siqueiros, y hasta la había utilizado en la tapa de su catálogo de subastas. Hace unos años había ocurrido algo similar con una obra del colombiano Fernando Botero.
En la legislación de muchos países, entre ellos la de los Estados Unidos, la mera posesión de una obra de arte robada o falsificada no es un delito que movilice de inmediato a las autoridades, porque tiene que haber un intento de comercializarla para que éstas intervengan. »Ni el FBI toma el asunto muy en serio, porque considera [el robo de arte] un crimen que ocurre entre ricos», comentó Cernuda.
Con todo, los expertos coincidieron en afirmar que »cada día se vuelve más difícil» el tráfico de obras robadas o falsificadas, tanto gracias a los avances de la tecnología como al aumento de los controles y a las precauciones que toman los propios coleccionistas, museos y comerciantes de arte.
»Lo importante es ser cauteloso y nunca aceptar prima facie que una obra es realmente de quien el vendedor dice que es», afirmó un coleccionista que pidió anonimato. «Lo malo es que siempre hay alguien dispuesto a caer en la tentación».

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