En los primeros días de febrero un informante llegó hasta la sede de la Dirección Central de Policía Judicial -Dijin- en Bogotá. Les contó a varios miembros de un grupo especial antinarcóticos que cerca de Tumaco, en la desembocadura del río Mira, se estaban registrando grandes movimientos de insumos químicos. A los pocos días dos investigadores viajaron hasta la zona para verificar los datos . Consiguieron trabajo como ayudantes de los pesqueros lo que permitió que durante los siguientes dos meses se pudieran movilizar entre los municipios de Llorente y Tumaco, recolectando información sin despertar sospechas. En la segunda semana de mayo los hombres de la Dijin informaron a sus superiores que habían logrado establecer que se iba a sacar un alijo de droga. No sabían cuándo, dónde o de quién era.
Desde Bogotá la Policía y la DEA enviaron refuerzos y equipos de inteligencia para hacer controles de comunicaciones. Pudieron confirmar que un cargamento iba a ser enviado al caer la noche del 12 de mayo. Sin dudarlo y con poco tiempo para actuar, los policías pidieron apoyo a la Fuerza Naval del Pacífico. A las 6 de la mañana de ese 12 de mayo seis lanchas piraña con 60 infantes de Marina y los miembros de la Dijin salieron desde Tumaco por el río Mira. Dos horas más tarde llegaron a un paraje a 30 kilómetros de distancia a lo que parecía un laboratorio de coca. Allí encontraron ocho lanchas cargadas conun total de 15,1 toneladas de cocaína. Era el cargamento más grande descubierto en la historia del país. La noticia le dio la vuelta al mundo. «La operación fue un modelo de coordinación y sincronización de esfuerzos entre la Armada y la Policía en una zona muy compleja en donde parecía imposible un despliegue institucional», afirma el director de la Dijin, coronel Óscar Naranjo. La importancia del hallazgo iba mucho más allá del inmenso volumen de droga.
La bodega
Las investigaciones y especialmente las marcas distintivas de cada uno de los paquetes, lo cual es una especie de huella dactilar que indica de quién es la droga, permitieron establecer que el cargamento pertenecía a siete ‘dueños’ diferentes. Una parte era de varios jefes del cartel del norte del Valle. Otro porcentaje pertenecía a capos de Cali, Medellín y el Meta. La gran mayoría del alijo era de las AUC y las Farc. Aunque no era nuevo descubrir que los paramilitares y la guerrilla trafican y envían cargamentos, lo que sin duda es revelador, es encontrar que las dos organizaciones, que son enemigas declaradas, terminaron siendo socias en un negocio de exportación de cocaína.
Según las autoridades, la droga de las Farc pertenecía al frente 29, que actúa en el sur de Nariño y la de las AUC era del Bloque Libertadores del Sur-BLS-, una facción de las autodefensas que depende del Bloque Central Bolívar -BCB-. El sitio en donde fue encontradas la droga, zona de influencia del BLS, era uno de los principales y más antiguos centros de acopio en el sur del país. «El resultado es histórico no solo por el gran volumen sino porque es un golpe simultáneo a los tres ejes mafiosos (narcos, paras y Farc) que hoy convergen alrededor del negocio de las drogas», afirma el coronel Naranjo.
El lugar era controlado de tiempo atrás por Wenceslao Caicedo. Conocido con el alias de ‘W’ era desde hace varios años el encargado de llevar, desde Colombia hasta México, la droga que le entregaban los paras, la guerrilla y los narcos. ‘W’ era uno de los asesinos más crueles s en la historia del crimen organizado en el país (ver recuadro). Gracias a ese poder sanguinario consiguió que las AUC y las Farc aceptaran sus reglas y se aliaran para transportar la droga por el Pacífico.
A finales de marzo la Dijin y la Policía ecuatoriana arrestaron a ‘W’ y sus lugartenientes en Manta, Ecuador. Con su captura su centro de acopio quedó a la deriva y con toneladas de droga almacenada, lo cual explica por qué la Policía encontró semejante cargamento hace dos semanas.
Lo importante del decomiso, más allá de la cantidad, es que es el último y el más grande de los casos en los que queda en evidencia una unión entre las Farc y las AUC. Aunque no se trata de una alianza militar, en algunas zonas los dos grupos tienen una especie de ‘pacto’ de no agresión que les permite participar y lucrarse del tráfico de drogas. ¿Cómo se llegó a esa situación?
Las autoridades mexicanas decomisaron un cargamento de droga que había sido enviado en lanchas rápidas desde Colombia. La coca era de Juan Pablo Rojas, alias ‘El Halcon’, un socio de ‘Los Mellizos’
Enemigos y socios
Durante años tanto las Farc como las AUC han tenido negocios con capos colombianos. Les han cuidado los cultivos, los laboratorios, los embarques e incluso, en ocasiones, se han unido con ellos para, en un solo viaje, enviar cargamentos en los que va droga del capo, de la guerrilla o de los paramilitares. La regla general era que el capo que ‘trabajaba’ con los paramilitares no tenía negocios con la guerrilla y viceversa. Narcotraficantes como Leonidas Vargas trabajaron en llave con varios frentes del Bloque Sur de las Farc que lo surtían de droga en Caquetá y Putumayo. Clanes como los Nasser Arana hicieron lo mismo con los paramilitares de Hernán Giraldo, en la Sierra Nevada, o las autodefensas del Bloque Norte de las AUC. Así fue durante años. Pero esas relaciones ‘comerciales’ cambiaron como consecuencia de la dinámica que ha tomado el negocio del narcotráfico en el último lustro.
Uno de los primeros antecedentes de la sociedad narcos-paras-Farc se conoció en 2001. En ese año el Ejército realizó la operación ‘Gato Negro’ en las selvas del Guainía y Vichada. Destruyó 97 laboratorios, 12 cristalizaderos y 38 campamentos del frente 16 de las Farc. Según la investigación de la Fiscalía, en esa zona las Farc producían y comercializaban directamente la droga. Frente a la ofensiva estatal la guerrilla decidió movilizar su tráfico hacia Arauca. Aunque había presencia de guerrilla en esa región también había actividad de grupos paramilitares. Las Farc sabían que una confrontación a gran escala con los paras iría contra sus intereses económicos. Optaron por algo tan simple como efectivo. Buscaron a los hermanos Didier y Yesid Ríos. A ellos les vendían la droga y ellos, a su vez, tenían los contactos para comercializar los cargamentos con los paramilitares de la zona que la vendían a grupos de narcotraficantes que se encargaban de sacarla hacia el exterior.
Las Farc sabían que la coca iba para los paramilitares y éstos a su vez que uno de los proveedores era la guerrilla. Aunque las autoridades sabían que la droga provenía de los frentes 10 y 16, sólo varios años después, en 2004, se pudo establecer quiénes eran los socios paramilitares de las Farc.
A finales de enero de ese año la Procuraduría General de la República de México -PGR-, el equivalente a la Fiscalía colombiana, arrestó en Ciudad de México a un colombiano llamado Juan Pablo Rojas López. Esa captura terminó destapando la caja de Pandora de las relaciones entre las Farc, los paramilitares y carteles mexicanos.
Corrido mexicano
Rojas es conocido en el mundo del narcotráfico con el alias de ‘El Halcón’. Durante los años 80 trabajó para el cartel de Medellín y tras la desarticulación de esa estructura y la muerte de su jefe, Pablo Escobar, se refugió en México. Durante años poco se supo de ‘El Halcón’ pero éste no se quedó quieto. En México se vinculó con el llamado cartel del Golfo y organizó una red de tráfico de drogas entre los dos países (ver recuadro).
‘El Halcón’ les confesó a las autoridades mexicanas reveladores datos sobre los pormenores que tenía el negocio del narcotráfico. Contó que sus contactos paramilitares en Colombia eran los jefes del Bloque Vencedores de Arauca, los hermanos Miguel Ángel y Víctor Mejía Múnera. ‘El Halcón’ reveló que en 2002 ‘Los Mellizos’, como son conocidos en el mundo del narcotráfico, lo contactaron para surtir de droga al cartel del Golfo.
‘El Halcón’ y varios de sus socios mexicanos viajaron hasta Colombia y allí se dieron cuenta de que la droga que ‘Los Mellizos’ les ofrecían provenía de las Farc. Al ‘Halcón’ y sus socios poco les interesaba cómo o dónde conseguían la coca que les ofrecían ‘Los Mellizos’. Sólo querían hacer negocios y así lo hicieron.
Según las autoridades mexicanas entre 2002 y 2004 ‘El Halcón’ llevó desde Colombia hacia México dos toneladas mensuales de cocaína. «Las transacciones eran directas con ‘Los Mellizos’ pero a veces, dependiendo de la ruta, nos enviaban a negociar los cargamentos con sus enlaces en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). Ahí los contactos eran Mauricio y Carlos Jaramillo Correa, que siguen una ruta que incluye Venezuela, Panamá, México y Estados Unidos», les confesó ‘El Halcón’ a los investigadores de la PGR.
El caso de ‘El Halcón’ es una prueba de ese matrimonio fatal entre paras, guerrilla y narcos. Pero a la vez evidencia algo mucho más de fondo. La creciente influencia y dominio de los carteles mexicanos de la droga.
Los capos de los dos países han mantenido relaciones desde hace varias décadas. Estas consistían en que los colombianos transportaban la droga hasta México y allí sus contactos mexicanos se encargaban de introducirla a Estados Unidos. Por esa labor los mexicanos cobraban, en dinero o droga, un porcentaje que máximo llegaba hasta el 20 por ciento del valor del cargamento. En Los Ángeles, por ejemplo, un kilo de coca puede llegar a los 30.000 dólares. De esa cifra 6.000 dólares iban para los mexicanos y lo demás para los capos colombianos. Esas relaciones del negocio han cambiado y ahora son los mexicanos los que se están quedando con los mayores dividendos.
La persecución a los grandes capos en Colombia ha hecho que muchos de ellos terminen escondidos, presos o extraditados. Las guerras internas entre los carteles, especialmente el del norte del Valle, también han contribuido a dejar un vacío en algunas estructuras del narcotráfico. Algunos de los narcos colombianos, menos conocidos, han buscado refugio y protección de sus antiguos socios en México, como el caso de Juan Diego Espinoza, alias ‘El Tigre’, uno de los narcos más buscados en ese país (ver recuadro).
Todas esas circunstancias han sido capitalizadas por los carteles mexicanos. Están aprovechando que sus antiguos socio-patrones colombianos ya no tienen el poder que tenían antes y están sufriendo el acoso de las autoridades. «En muchos casos ya no los utilizan y para conseguir la droga van a los distribuidores primarios como son, otros narcos, paramilitares o la guerrilla, saltándose al capo», dice un agente de la DEA que durante cinco años estuvo en México y quien lleva un año en Colombia. En otras palabras, ya no esperan a que los narcos colombianos lleven la droga hasta México para que ellos la pasen. Ahora los mexicanos están negociando y transportándola directamente desde Colombia hacia su país o Estados Unidos. Los mexicanos se han dado cuenta de que de esa manera sus márgenes de ganancia aumentan considerablemente.
Un kilo de coca comprado a los paramilitares o a las Farc tiene un valor que oscila alrededor de los 2.000 dólares. Sumados los costos de trasporte hasta las costas mexicanas el kilo termina con un valor máximo de 5.000 dólares. Ese mismo kilo se lo vendían los capos colombianos a los mexicanos en 18.000. La ganancia para los colombianos, sólo por llevar la droga hasta México, era de 13.000 dólares. Esa diferencia es la que se están ganando ahora los mexicanos.
Ese cambio en el negocio es una realidad que ya tiene pruebas concretas. Según la Procuraduría mexicana carteles como los de Tijuana, Juárez o el Golfo han enviado sus emisarios a puntos estratégicos de Antioquia, Valle, Meta, Caquetá, Tolima y Urabá para buscar los contactos con guerrilla, paras y pequeños narcos. A finales de junio del año pasado la Dijin capturó en el aeropuerto Bonilla Aragón de Cali a tres mexicanos cuando llegaban a esa ciudad con 1,5 millones de dólares en efectivo. El año pasado también fueron detectados y arrestados otros cinco mexicanos negociando coca en los cristalizaderos del Caquetá y del Meta. Otros dos fueron descubiertos cuando iba a adquirir heroína en el Cañón de las Hermosas y Vegalarga, zonas amapoleras de Tolima y Huila. A comienzos de agosto de 2004 pasado cuatro mexicanos, que no alcanzaron a ser arrestados, estuvieron varios días en Caucasia y Segovia negociando droga con paramilitares.
La situación no es desconocida y tiene alarmadas a las autoridades colombianas. «Hay muchísimos ciudadanos mexicanos que van a nuestro país no sólo a cargar droga, como correos humanos, sino comprando al por mayor, dijo Sandra Ramírez, fiscal colombiana antinarcóticos en octubre del año pasado durante una convención en Chiapas, México. Tenemos judicializados a siete ciudadanos mexicanos en diferentes procesos y se ha descubierto que la droga es para ser posteriormente exportada por ellos, se conocen el cartel de Tijuana, de Arellano Félix, básicamente son los carteles que están reconocidos».
Para la guerrilla, los paramilitares y los narcos mexicanos este nuevo escenario del tráfico de drogas es bastante conveniente. A ninguno de los tres les interesa quién vende o quién compra la droga. No hay consideraciones de orden militar, ideológico o político. Para los alzados en armas la entrada de los compradores mexicanos les representa una fuente de ingresos que se podía ver afectada, debido a la persecución a sus antiguos aliados, los capos colombianos. Para los mexicanos el hecho de no acudir a los intermediarios representa un aumento significativo en las ganancias. Paradójicamente, los capos colombianos también salen ganando de esa nueva realidad ya que a medida que los mexicanos cobren mayor relevancia y dominio en el negocio, las agencias antidrogas extranjeras y el gobierno de Estados Unidos podrían dejar de ejercer tanta presión sobre ellos y empezar a considerar, y atacar, a los mexicanos. La alianza Farc-AUC-narcos mexicanos pone en evidencia cómo el narcotráfico es capaz de penetrar todo tipo de organizaciones, aun cuando se trate de enemigos acérrimos. También hacer ver qué tan lejos está el negocio del narcotráfico de llegar a su fin.