Los campesinos quieren escapar al horror de la producción de coca.
El reciente informe de la Oficina contra la Droga y el Delito de las Naciones Unidas en torno a los cultivos de coca en nuestro país (‘Colombia. Monitoreo de cultivos de coca, 2005’) amerita un amplio debate nacional. El Programa Global de Monitoreo de Cultivos Ilícitos viene trabajando en Colombia desde 1999. En ese año había en nuestro territorio 163.000 hectáreas de coca, mientras que en el año 2004 solo quedaban 80.000 (51 por ciento menos) gracias a varios factores: la aspersión aérea y la erradicación manual, el desarrollo del Programa de Familias Guardabosques y los proyectos de desarrollo alternativo.
Muchos países del mundo que sufrían el flagelo de la siembra de drogas ilícitas han logrado su erradicación total. Basta mencionar los casos de Turquía, Líbano, Pakistán, India, China, Vietnam, Laos y Tailandia.
El éxito alcanzado por estas naciones constituye un fuerte mentís a quienes sostienen que es imposible erradicar en un país la producción de drogas ilícitas mientras no se derrote la demanda mundial. Incluso Colombia –a pesar de los pronósticos de algunas aves de mal agüero– lo está logrando.
Sin duda, no es una tarea fácil. Colombia continúa siendo el primer productor mundial de coca, a pesar de que su participación ha caído del 74 al 51 por ciento. Además, el ‘efecto globo’, es decir, el traslado de los cultivos de un país a otro o de una región de un país a otra, continúa limitando los éxitos alcanzados.
La disminución de los cultivos de coca en Colombia se han visto compensados por los aumentos de los cultivos en Perú y Bolivia, lo cual ha mantenido estable el número de hectáreas cultivas (158.000). En Colombia, si bien la disminución ha sido dramática, el 62 por ciento de los cultivos existentes hoy son nuevos y han hecho metástasis en la amplia geografía nacional.
El ‘efecto globo’ en la región andina nos demuestra que es necesario realizar un amplio esfuerzo regional, para evitar que la coca viaje de un país a otro, como ha venido ocurriendo en la última década. La eficaz erradicación en Bolivia y Perú en los años 90 trasladó el cáncer a Colombia y, ahora, la erradicación en Colombia lo está devolviendo a aquellas dos naciones. De otro lado, el ‘efecto globo’ en el territorio nacional nos plantea la necesidad de continuar ahondando en las líneas de acción actuales (aspersión, erradicación manual y proyectos alternativos), poniendo el acento en esta última política.
En efecto, según las Naciones Unidas, el eje principal del éxito que está logrando Colombia reposa en la sustitución de cultivos, para la cual se han destinado ya 590 millones de dólares. Los campesinos quieren escapar al horror que significa la producción de coca y amapola: ilegalidad, presión de grupos armados, asesinatos. Pero, para ello, requieren un apoyo sostenido para sustituir los cultivos ilícitos y sostener a sus familias. ¿Qué hacer?
La Oficina contra la Droga y el Delito de las Naciones Unidas ha llamado a los colombianos, tanto a nivel individual como a las instituciones públicas, a adquirir los productos de los ex cultivadores de drogas ilícitas. Se les ha denominado «productos de paz». Hoy existen más de 30 productos que están siendo vendidos en distintos supermercados, tales como Carrefour y Carulla: palmitos, agua fresca, chontaduro, jugos, caucho, tomate, café, yogur, arequipe, queso, mantequilla, fríjol, chocolate, panela, miel de abejas.
¿No es posible que el Ministerio de Defensa adquiera estos productos de manera privilegiada para sostener los casinos y, a su turno, apoyar la erradicación de cultivos ilícitos? ¿O los restaurantes comunitarios de Bogotá? ¿O el ICBF y otros organismos del Estado?
Si se lograra que la sustitución de cultivos fuera un éxito, Colombia podría cantar victoria –la erradicación total de los cultivos ilícitos– en pocos, muy pocos años.