Desde los inicios de la Era Industrial, la evolución de las tecnologías fue vista como un factor que desplazaría al esfuerzo humano, reduciría la generación de puestos de trabajo y, en fin, contribuiría a agudizar las contradicciones entre los detentadores del capital y la clase trabajadora.
La máquina, entonces, ha sido vista en el ambiente laboral como un elemento que al ser modificado, producto de los avances de la ciencia, resta oportunidades a los integrantes del sector laboral. El sabotaje nació como una respuesta airada ante este proceso: los obreros franceses lanzaban sus zapatillas de madera (sabots, en francés) en el interior de los generadores de electricidad, en los telares o en las siderúrgicas para impedir el desenvolvimiento de los procesos productivos.
El ámbito de la seguridad está siendo impactado en forma permanente por los avances de la tecnología. Como en las demás áreas del quehacer humano, los empleados tienen dos alternativas: incrementar su valor agregado mediante nuevos aprendizajes que le permitan insertarse en otras fases del proceso productivo –acaso surgidas de la incorporación de las nuevas maquinarias-, o resistirse a los cambios y finalmente ser desplazados, ya sea por las máquinas o por otros individuos con conocimientos actualizados.
Las labores de vigilancia, por ejemplo, están siendo drásticamente reformuladas. Pronto, los ojos y oídos del tradicional “sereno” serán reemplazados por cámaras y sensores de sonido capaces de ejercer una cobertura superior a la que los seres humanos podrían soñar, y con niveles de “atención” constantes. En otras palabras, con una eficiencia que no decae con el pasar de las horas, tal y como sucede con los seres humanos.
La incorporación de la “videointeligencia” le confiere a estos sistemas una capacidad para detectar situaciones anómalas y reportarlas a una central, donde un número reducido de personas evaluarán la situación y tomarán las medidas pertinentes en cuanto a la notificación de autoridades, dueños de comercios, servicios de salud, bomberos, etc.
A la vuelta de unos años, el vigilante común, tal y como lo conocemos hoy en día, será visto como un atavismo, o será designado solamente para aquellas situaciones en las que no sea rentable la adquisición e instalación de cámaras y sensores de distinto tipo. No obstante, la reducción en la demanda de mano de obra para este sector obligará a los empleados remanentes a someterse a constantes programas de mejoramiento profesional.
No es casualidad que los nuevos proyectos de seguridad que serán aplicados en puertos, aeropuertos, vías rápidas y calles de las grandes ciudades occidentales ponen un acento especial en la instalación de tecnologías, y no en la formación de tropas de vigilantes uniformados, como se les podía ver hace apenas dos décadas. Aún así, todavía se reporta un crecimiento en la contratación de oficiales de seguridad para el resguardo de edificios y otras instalaciones. Pero creemos que este es un fenómeno inercial. Con el pasar del tiempo, este trabajo será subcontratado a empresas que ponen un ojo “a distancia” de las edificaciones, y cuyos uniformados solamente se presentarán cuando sea verificada una situación de emergencia.