Tras 30 años en los que hasta los más altos cargos de la policía brasileña daban por perdidas las favelas de Río de Janeiro dominadas por los narcotraficantes, la luz al final de túnel comienza a verse para los miles de familias cariocas que han vivido atemorizadas por un poder paralelo al Estado. «Ahora nos lo creemos porque lo hemos visto con nuestros ojos. Esta vez, las fuerzas del orden van en serio», dijo un hombre de las favelas que componen el Complexo do Alemão, liberado en los últimos días por una operación conjunta del Ejército y la Policía Militar inédita en los 25 años de democracia brasileña.
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha elogiado la labor de las fuerzas de seguridad y ha dicho que la guerra del Gobierno de Río de Janeiro contra el crimen organizado será hasta la victoria final. Lula visitará próximamente el Complexo do Alemão, una zona cuyo acceso, hasta el domingo pasado, tenía que ser negociado por las autoridades con los narcos. Y para evitar el resurgimiento de las bandas en la barriada, el gobernador de Río, Sérgio Cabral, ha pedido que al menos 2.000 soldados permanezcan en la zona liberada de narcos al menos durante los próximos siete meses para ayudar a la policía militar y civil a completar la obra de pacificación de un territorio de 240.000 habitantes que reúne a 15 de las favelas más violentas de la ciudad.
El Gobierno también ha anunciado que la guerra contra el narcotráfico no ha acabado con la toma del Complexo do Alemão y de otra docena de favelas menores ya pacificadas. Se calcula que los criminales dominan aún 420 de las más de 1.000 favelas que rodean a la ciudad como una corona de espinas. De ellas, las dos más emblemáticas -y cuya pacificación supondrá el paso definitivo en la lucha por desterrar la brutal violencia ciudadana- son las de Rocinha y Vidigal, ambas enclavadas en el corazón rico de la ciudad y cercanas a sus famosas playas de Leblón e Ipanema, y claves para la imagen de Brasil con vistas al Mundial de Fútbol que acogerá en 2014 y a los Juegos Olímpicos, que se celebrarán en 2016.
Es un secreto a voces que las fuerzas armadas y policiales preparan el asalto a ambos barrios y el propio gobernador Cabral ha asegurado que el control de ambos territorios por parte del Estado es inminente. Las autoridades saben que solo a partir del éxito de estas operaciones se podrá decir de verdad que puede hacerse realidad el sueño de convertir a las grandes y famosas favelas cariocas en barrios normales.
Las favelas de Rocinha y Vidigal son las que más atención de los políticos han recibido, así como de un sinfín de ONG con iniciativas sociales, culturales y religiosas para mejorar la vida cotidiana. Se las conoce como «las favelas de la droga de los ricos», porque a ellas suelen acudir los consumidores de clase media y alta.
Vidigal, aunque solo cuenta con 10.000 habitantes, es de las favelas más significativas y violentas de la ciudad. Situada al pie de los rascacielos más lujosos de Río, sus moradores se encuentran entre los más pobres y más golpeados por la violencia de los narcotraficantes que operan desde ese barrio.
La favela de Rocinha, próxima a la de Vidigal, en el camino de las carreteras que llevan a São Corrado y Barra, es también la mayor de todos los poblados de chabolas, con más de 100.000 habitantes (el Complexo do Alemão tiene más, pero es un conjunto de 15 favelas). Los habitantes de Barra, considerada la Miami de Río por su modernidad, sufren diariamente los asaltos por parte de los narcos que bajan de las favelas.
Después del asalto militar y policial y la toma de ambos barrios, vendrá una segunda fase más difícil, según los analistas de seguridad pública: la de la guerra contra todo el entramado que nutre y potencia las organizaciones criminales, una fuerza nueva y moderna del tráfico de drogas que incluye a miembros corruptos de las fuerzas policiales, abogados vendidos a los grandes capos de la droga que siguen dando órdenes desde las cárceles, y jueces y políticos sobornados.
La toma de las tres grandes favelas es solo el primer paso para derrotar al crimen organizado y el requisito para empezar a atajar la corrupción que apuntala el tráfico de drogas. La población de Río de Janeiro, según las encuestas, no solo apoya las operaciones de las Fuerzas Armadas, sino que exige a las autoridades políticas que lleguen hasta el final del asunto y que destierren de una vez para siempre el narcotráfico de las favelas.