Síndrome de Estocolmo

La información presentada a continuación fue el resultado de una investigación «El Secuestro, una muerte suspendida» realizada por Emilio Meluk en 1998, sobre los efectos Psicológicos del secuestro en sus víctimas. Este trabajo ha sido un gran aporte a la problemática social del secuestro; su estudio se centra en las experiencias vividas por ochenta ex secuestrados después de su liberación y un número similar de familias.
La expectativa por saber si padecieron, o padecen el Síndrome de Estocolmo es una de las preocupaciones más expresadas por parte de los ex secuestrados después de la liberación. Se preguntan, reiteradamente, si algunos de sus comportamientos durante el cautiverio, y después de haber sido liberados, corresponden a esta secuela del secuestro. Lo ex­presan con signos claros de temor y remordimiento, como si de haberse presentado en ellos significara haber sido «débiles”, “haber claudicado”’, o ser portadores de un estigma nefasto y vergonzante.
Hay que aclarar, en primera instancia, que por misma definición de este síndrome, la identificación con los propósitos de los secuestradores debe ser un proceso psicológico inconsciente; por lo tanto, cuando se presenta el síndrome de Estocolmo, el secuestrado expresa simpatías por los plagiarios sin un propósito deliberado ni con un objetivo explícito. El Síndrome de Estocolmo es simplemente algo que la víctima de secuestro percibe, siente y cree que es razonable que sea de esa manera, sin percatarse de la identificación misma ni sentirla como tal. Solamente un observador externo podría encontrar desproporcionado e irracional el que la víctima defienda o adopte actitudes para disculpar a los secuestradores y justificar los motivos que tuvieron para secuestrarlo. Para que se pueda desarrollar el Síndrome de Estocolmo los expertos del tema aseguran que es necesario que el secuestrado no se sienta agredido, violentado ni maltratado por los plagiarios. De lo contrario, el trato negativo se transforma en una barrera defensiva contra la posibilidad de identificarse con sus captores y aceptar que hay algo bueno y positivo en ellos y sus propósitos. Si se tiene en cuenta que los ex secuestrados califican las condiciones de secuestro y el trato de los plagiarios como deleznable, y afrentoso, esos mismos hechos impiden el desarrollo del Síndrome. Es más, muchos de los ex secuestrados antes del plagio, sienten algún tipo de simpatía por el movimiento guerrillero en Colombia o encuentran algún tipo de justificación en el comportamiento de la delincuencia común, dadas las desigualdades socio-económicas propias del país; pero al padecer el secuestro y enfrentar a la guerrilla y a la delincuencia común, ya no como un discurso teórico sino desde la experiencia de la proximidad con la propia muerte, se produce un cambio radical en la percepción que tienen de ellos. Se podría decir que en estos casos analizados antes que desarrollarse el Síndrome de Estocolmo, se modificaron los juicios favorables que tenían de los subversivos y delincuencia común. Las actitudes de complacencia, los comportamientos condescendientes y las afirmaciones hechas por los secuestrados para hacerles pensar a los secuestradores que están de su parte, las realizan intencionalmente para manipularlos y obtener algún beneficio. Son comportamientos al servicio de la supervivencia, una expresión más de la esperanza de vivir. Es importante establecer esta diferencia, pues se aclaran dos comportamientos distintos que pueden darse durante un secuestro y que podrían confundirse.
En un secuestro, los intentos de manipulación son frecuentes, en casi todos los casos los secuestrados manifiestan que lo hacen con el objeto de conseguir información para garantizar, con mayor probabilidad, la vida y sus bienes, un mejor trato de los plagiarios y condiciones físicas de cauti­verio más aceptables, Son con comportamientos y actitudes fingidas para poder sobrevivir, tienen un sentido de ataque y no de sometimiento Son expresio­nes de la limitada capacidad de defenderse que se tienen en una situación de secuestro y de la forma que adopta la defensa de los plagiados durante el cautiverio.
Esto se ve más claramente al comparar la acti­tud que tienen los secuestrados con sus plagiarios durante el cautiverio y la forma como ellos mismos se refieren a los secuestradores cuando han quedado libres. Mientras en cautiverio pudieron tener actitudes condescendientes y comportamientos amigables, adquirida la libertad y ausente el riesgo in­minente de morir, los ex secuestrados se refieren a ellos de un modo negativo, con epítetos denigrantes y deseándoles el peor de los futuros. Lo cual seña­la que lo expresado en cautiverio no es una identificación con los plagiarios sino un anhelo de sobrevivir. También se dan algunos casos en donde se presenta una relación ambivalente.
La esperanza de vivir no solamente se expresa en los comportamientos y actitudes condescendientes. Algunos recuren a la simulación de enfermedades o a la dramatización de algunas ya existentes, con el objeto de movilizar y manipular a sus secuestradores para lograr un trato más considerado, o simplemente para sentir que tienen algún control sobre la situación, y sobre ellos. Fingir un infarto, un ataque epiléptico o exagerar una deformación física es frecuente. En últimas, cuando el secuestrado logra el objetivo de poner en su favor algunos sentimientos de los secuestradores y obtiene respuesta que los benefician de esa manera, conjura la posibilidad de morir durante el cautiverio o aproxima la probabilidad de obtener la liberación. Uno de los casos de secuestro, analizados por Arias y Sepúlveda (269, 1993) también ilustra este tipo de manipulación y acercamiento.
Ciñéndonos a la definición de síndrome de Esto­colmo de Skurnik, antes señalada, éste no se pre­sentó en los secuestrados que se analizaron para esta investigación sino en una porción insignifican­te y de manera episódica durante el cautiverio. Nun­ca se observaron sentimientos de auto responsabilidad por lo ocurrido y comportamientos evidentes, arrai­gados y constantes de alianza con los secuestrado­res durante períodos largos de tiempo.
Contrasta lo que se halló en estos ex secuestra­dos colombianos con las afirmaciones de Raymond. Este autor afirma que «el punto en común de todos los secuestrados (que él analizó) fue una ausencia de resentimiento hacia sus secuestradores» (Raymond, S-G.. 1992 : 1 10). Así mismo señala que «se ha po­dido destacar, en las narraciones de ciertos se­cuestrados, una especie de gratitud hacia los se­cuestradores, como si ellos quisieran agradecerles el haberlos colocado en una situación que les per­mitió reestructurar su personalidad y su sistema de valores. Como si el secuestro hubiera llegado en un buen momento para el secuestrado». En el caso de las personas que se analizaron en esta in­vestigación, este fenómeno no se observó sí hubo quienes agradecieron la experiencia de secuestro porque les permitió replantearse algunos aspectos de su vida personal, sin que por eso se presentaran sentimientos positivos hacia los plagiarios en el sentido que lo plantea Skurnik. Hicieron una divi­sión clara entre lo que fue la experiencia de se­cuestro y los secuestradores; la primera intenta­ron positivarla, asumirla como algo a tener en cuenta en el desarrollo posterior de sus vidas; y a los segundos, los condenaron lo mismo que a sus prácticas que calificaron de deleznables, y a sus ideales políticos.
Ninguna de las víctimas de secuestro analizadas se auto responsabilizan de él, ni justifican los propósitos políticos de la organización que los plagió, ni los defiende públicamente. Algún grado e auto responsabilidad por el secuestro se da en aquellos casos que existiendo amenazas previas indirectas de secuestro, la víctima no se protegió lo suficiente. El no presentarse el Síndrome de Estocolmo indica que hay en los ex secuestrados conciencia del daño y de la agresión de que son objeto durante el cautiverio, que lo objetivan en los secuestradores y no e sí mismo y que rechazan asumir como propias las razones que llevan a su secuestro. Los únicos indicios de la presencia del Síndrome de Estocolmo entre los plagiados que se analizaron, se presentaron cuando el trato que les dieron los secuestradores durante el cautiverio fue ultrajante y definitivamente malo; entonces se manifestaron en el secuestrado marcados auto reproches. El auto reproche se presenta cuando la víctima asume gran parte de la responsabilidad del tratamiento deleznable del cual fue objeto, por no haber tomado las medidas de prevención necesarias para evitar el secuestro. Claro está que estos reproches no se traducen en una defensa explícita de los secuestradores y de sus propósitos, únicamente se responsabilizan por no haber sido precavidos.
Dos de los casos analizados presentaron alguna similitud con el Síndrome de Estocolmo, pero sin llegar a configurarlo; su análisis puede contribuir a la reconceptualización dada por Skurnik. Se trata de dos mujeres jóvenes, de 20 y 21 años, secuestradas por un delincuente aislado y por la guerrilla, durante 15 días y dos meses y medio, respectivamente. Posiblemente por su edad cronológica, se les percibía como inmaduras, con un lenguaje y algunas actitudes un tanto infantiles. Ambas salieron del cautiverio manifestándole a familiares y amigos cercanos un profundo vínculo afectivo con sus plagiarios y que sentían atracción y agradecimiento hacia ellos. Ambas fueron entrevistadas tres y doce días después de la liberación y se en­contraban aún en un estado de euforia, un tanto confundidas e incoherentes en su discurso y con signos evidentes de no haber tomado plena conciencia de estar por fuera de la situación de se­cuestro. Es posible pensar que las manifestacio­nes de afecto que expresaron estas dos mujeres hacia sus plagiarios se daban porque su liberación era muy reciente en el momento de la entrevista y, en el espacio de tiempo para tomar conciencia y ela­borar parcialmente la situación vivida era poco. Es válido, entonces, plantear la pregunta siguiente: si se entrevistara a estas dos personas un mes después de la liberación, expresarían los mismos sentimientos hacia sus captores? En los demás ex secuestrados, que llevaban más tiempo de haber recobrado la libertad, nunca se presentaron estos sentimientos. Se esperaría que estos dos casos evo­lucionaran en el mismo sentido, lo cual no se pudo comprobar porque la primera joven salió del país y la segunda no se pudo contactar.
Las afirmaciones anteriores no le restan validez al concepto de Skurnik, simplemente que para diagnosticarlo habría que introducirle la noción de tiempo. Es decir, que lo que él describe como síndro­me de Estocolmo es válido siempre y cuando hubiese pasado un tiempo prudencial entre la finalización del secuestro y el diagnóstico. De esta manera se anali­zaría la persona cuando ha salido del estado de euforia y la elación, se encuentra integrada nuevamente a sus rutinas habituales y ha interiorizado la finalización de la situación de cautiverio.
POR EMILIO MELUK

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