América Latina ha experimentado en los últimos años importantes avances en cuanto a la reducción de la pobreza y la desigualdad. Su crecimiento económico es más que notable. Sin embargo, la región sigue arrastrando como una losa el fantasma de la inseguridad. Aunque es cierto que hay lugares con indicadores de criminalidad similares a los de los países europeos, como Chile, otros presentan cifras de homicidios superiores a las de naciones en guerra.
Cada año, según un informe de la ONU, mueren de forma violenta más de 100.000 personas en Latinoamérica. Algunos de sus países, sobre todo los de América Central, tienen tasas de asesinatos que podrían catalogarse de epidemia, de acuerdo a los parámetros de la Organización Mundial de la Salud. En general, esta región es hoy en día más fuerte, igualitaria y democrática que hace una década, pero continúa fallando en el combate a la violencia y la criminalidad, lo que lastra el desarrollo económico y humano de sus ciudadanos.
EL CASO DE MÉXICO
“La transformación de las instituciones democráticas en la región, su crecimiento”, explica Antonio Luigi Mazzitelli, representante en México de la oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, “provocó que se abrieran espacios que han sido ocupados por actores criminales”. Mazzitelli considera que los países del continente han descuidado la profesionalización de las policías y la modernización de la justicia. Ahora están pagando el precio.
En muchos países se ha descuidado la profesionalización de la policía y la modernización judicial, dice la ONU
Pocas naciones representan mejor que México este descuido. Los alcaldes y gobernadores locales armaron policías ineficientes que, con el tiempo, acabaron en manos de los cárteles de la droga, descontrolados por la incapacidad del Estado de abarcar su vasto territorio. Hasta que se produjo la confrontación. La alternancia en el poder, la modernización de algunos aspectos fundamentales de la sociedad mexicana vino acompañada de una guerra civil, sui generis si se quiere, por la estrategia del presidente Felipe Calderón de combatir frontalmente a los grupos criminales. El saldo, repetido en estos últimos años como un mal sueño que a menudo nos visita, es de 100.000 muertos y 23.000 desaparecidos. Si bien los niveles de homicidios se están reduciendo (de 16.000 en 2011 a 8.000 en 2014, según dice el analista Eduardo Guerrero en la revista Nexos), por el camino, la imagen internacional del país ha quedado muy deteriorada.
México (con 10 ciudades entre las 50 más peligrosas del mundo; menos que Brasil, por ejemplo, que tiene 19) se encuentra ahora mismo en un punto medio. El promedio actual de homicidios es de 16,5 por cada 100.000 habitantes, cuando en plena guerra contra el narco, en 2011, se llegó a 23,5. Antes de esta confrontación directa, hay que retrotraerse a 2007, era de ocho por cada 100.000 habitantes, un dato mejor que el de las peores épocas de ciudades estadounidenses como Los Ángeles o Baltimore. El presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, cambió la narrativa en cuanto a la violencia: quería mudar la piel bélica por una reformista y moderna. Pero no iba a ser tan sencillo.
Casos salvajes como Iguala, la ciudad del sur en la que fueron ejecutados y calcinados 43 estudiantes a manos de una combinación letal de policías y políticos corruptos, puso de relieve que todavía las instituciones tienen un largo camino que recorrer para garantizar la seguridad de los mexicanos.
La historia de la violencia latinoamericana es también una historia de grandes contrastes. Chile y Uruguay han venido disputándose en los últimos años en primer puesto regional del Índice de Paz Global. La nación que gobierna Michelle Bachelet es considerada un oasis en medio de las balas que zumban a su alrededor. Un informe del think tank estadounidense Wilsom Center destaca las reformas del país en cuanto al proceso penal y la creación de programas comunitarios de policías y ciudadanos. Aunque también tiene oportunidades de mejora. La socióloga Lucía Dammert considera que existe un déficit de capacidades humanas y financieras que permitan a las autoridades chilenas implementar programas de seguridad a más largo plazo. Dammert cree primordial un proceso más profundo de modernización del Estado para combatir con mayor eficiencia el crimen.
Ahora los contrastes: si antes hablábamos de dos países con niveles razonables de criminalidad y acceso a la justicia, más al norte, la zona de Centroamérica ha sido definida en un informe sobre drogas de la ONU como la más mortífera del mundo. Uno de cada 50 hombres morirá antes de cumplir los 31 años. Por cuarto año consecutivo, San Pedro Sula, la segunda urbe más grande de Honduras, ocupa el primer puesto en el ranking de las ciudades más violentas del mundo. La debilidad de los Estados, la corrupción, la pobreza, una larga historia de guerrillas, son algunos de los factores que explican este magma violento. La situación geográfica tampoco ayuda. Honduras, Guatemala y El Salvador son el tránsito principal de la droga que llega al primer consumidor del continente: Estados Unidos.
FAMILIAS ROTAS
Los factores sociales explican parte de este drama. La desestructuración familiar es un problema muy común en la periferia de las grandes urbes como Ciudad de México, Sao Paulo o Lima, auténticos cinturones de miseria con muy pocas posibilidades de desarrollo humano. A la hora de prevenir el delito, las instituciones consideran que hay tres pilares básicos: la familia, la escuela y la ciudad. Estadísticamente, un buen porcentaje de los delincuentes han nacido en familias desestructuradas, para a continuación fracasar en la escuela. El hecho de que vivan en zonas urbanas no es una coincidencia: las ciudades concentran el mayor índice de delito. Dos datos reveladores para ahondar más en este asunto: uno de cada cuatro hombres presos no conoció a su padre o a su madre, y uno de cada tres se fue de su casa antes de los 15.
Colombia es quizá el ejemplo de que se pueden implementar políticas exitosas en un periodo razonable de tiempo —Venezuela, de que se puede ir hacia atrás con el aumento de los secuestros y los homicidios—. La caída de la criminalidad en ciudades como Bogotá y Medellín representa el trabajo conjunto de las alcaldías y el Gobierno. Lo que antes era un Estado fallido, hoy recibe elogios por su determinación a la hora de intentar alcanzar la paz, pese a los importantes desafíos que aún tiene pendientes. Esos retos son extrapolables al resto de países, que muestran déficits importantes en seguridad. Es la asignatura pendiente de Latinoamérica.
Fuente: seguridadenamerica.com.mx