NELIDA FERNANDEZ ALONZO
EL UNIVERSAL
Tras el volante, el venezolano se transforma y asume que los que conducen detrás de él son unos estúpidos, los que van adelante son unos bobos que no se mueven y los que van a los lados, unos imbéciles que se quieren atravesar. El sentirse atacado, violento, invulnerable o muy vulnerable, lo expone a sufrir más accidentes y a tener más peleas viales.
La conducta no es casual, y quienes creen o sienten que el tráfico caraqueño cada vez es peor, no están equivocados. El psiquiatra Luis Madrid asegura que los venezolanos están viviendo «momentos difíciles de mucho estrés», lo que los hace más agresivos al manejar, pero además sucede que «se han perdido los límites de lo tuyo y lo mío. Hay abuso sin culpas. Se trata entonces de un acto inconsciente».
Así se explica entonces que los semáforos sean un objeto casi decorativo en la ciudad, tanto para conductores como para los peatones; que «comerse» una flecha sea rutina o que las aceras sean un canal alternativo para motorizados.
Todos estos abusos incrementan la violencia en la ciudad capital y desenmascaran el hecho de que «la gente está neurotizada».
Ese aumento de la ansiedad y el estrés también ha influido en la «pérdida de la capacidad de colaborar que tenía venezolano y ya no es frecuente que un conductor se pare a ayudar a algún accidentado», dice la psicóloga clínica Tamara Blanco.
La especialista apunta que ese exceso de estrés, la pérdida de la capacidad de recreación y la necesidad de trabajar por más horas para poder estirar el presupuesto producen ciudadanos «apagados o pasivos» o, por el contrario, «impulsivos o agresivos».
Ultimas vacaciones
El 28 de marzo pasado, el lunes que correspondió el fin de las vacaciones de Semana Santa, El Universal reseñó las informaciones aportadas por Protección Civil, organismo que reportó la muerte de 130 temporadistas, así como los datos ofrecidos por el Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre, Inttt: 112 fallecidos y 1.001 lesionados en los 2.355 siniestros ocurridos en los días libres.
La imprudencia, el exceso de velocidad, la ingesta de bebidas alcohólicas y las condiciones de las vías fueron las causas más frecuentes de los accidentes y, exceptuando al último de esos elementos, cada uno de ellos tiene su razón de ser en la conducta acelerada y estado de estrés que vive el ciudadano local.
«Cuando los venezolanos, y sobre todo los caraqueños, salen de vacaciones, sueltan esa ansiedad, esa rabia y esa depresión que generalmente está reprimida», explica Madrid, quien señala que cuando estos sentimientos se mezclan con el alcohol se aceleran los conflictos y las actitudes agresivas, tanto al manejar como en otros momentos.
Por otra parte, cuando llega la hora de regresar al hogar, a la realidad, existe la sensación de que las vacaciones fueron muy cortas, lo que aumenta la depresión, recuerda el especialista. El retorno se hace entonces tedioso y, aunque no se quiere volver a casa, tampoco se quiere estar mucho tiempo en la vía detrás de un bobo «que va a 10 km/h».
Así pues, la persona tranquila, colaboradora y cortés que era el venezolano, ha ido desapareciendo porque la sociedad ha sufrido «un proceso de desgaste gradual» que ahora sufre las consecuencias de un reinado «yoísta», dice, por su parte, Blanco.
Pero si ese ciudadano egoísta día a día se enfrenta a asfaltos más deteriorados, semáforos que no funcionan, peatones que se atraviesan o conductores que no respetan luces ni rayados, aceras que están ocupadas por ventorrillos y que impiden el paso de los que andan a pie, entonces «la violencia se va haciendo cotidiana» y «se pierde la capacidad de sorpresa», dice la psicóloga.
La anarquía es un combustible de la agresividad pero, por otra parte, «es consecuencia de la situación de impunidad que reina en la ciudad». Se trata de un círculo vicioso que atenta contra la salud mental del venezolano.
La fortuna de «ganar» un choque
Un pequeño porcentaje de caraqueños se quedó en la capital durante la Semana Santa para disfrutar, justamente, de una ciudad sin tráfico, sin mucha gente, sin ruido. La idea de llegar al destino previsto sin aguantar largas colas es una experiencia agradable que se vive pocas veces.
Más de uno de esos caraqueños, sin embargo, sufrió las consecuencias de la sensación del libertad de otro ciudadano. Es esa libertad la que hace pensar que definitivamente no existe más nadie en la vía y que lleva a un conductor a comerse una luz, una flecha o a dar una vuelta en U, generando un choque, atormentando así la vida del otro, dejándolo sin carro y sin tiempo libre para gozar de la ciudad porque ya no tiene vehículo y porque se activó el viacrucis de tratar con «tránsito», seguros y demás desgracias.
Chocar en Caracas significa que, si ganas el choque, tienes que llevar el carro para tránsito. Si el vehículo no se puede mover, tienes que gastar en una grúa o rogar para que el seguro envíe una, si hay un conductor o pasajero que sufre alguna lesión entonces los fiscales «ayudan» diciéndole a los implicados que tienen que enviar los carros «al estacionamiento de Fila de Mariches», pero que «ojalá no lo lleven porque los van a desvalijar».
Adicionalmente, el «ganador» del choque tiene que pagar por el expediente de tránsito, por la movilización del perito y por cualquier tontería que, a fin de cuentas, suma una cantidad considerable que no la paga el seguro.
En caso de que la persona pierda el choque, lo que tiene que pagar no es sólo la multa, sino también el «matraqueo» de los funcionarios, que le advierten al «perdedor»: «el seguro no le va a pagar si ve ese frenazo, yo puedo hacer que no haya frenazo. Y como si no se hubiera aprendido suficiente, el fiscal remata: «lo mejor que puede hacer usted es comprarse una Ley de Tránsito y guardarla en su guantera»._NFA