Señor Presidente, quizás sea uno de los pocos televidentes asiduos a suscadenas, las cuales en ocasiones por cierto me parecen por demás pedagógicas, porqueusted logra hacernos entender todo aquello que expone, factor que lo ha hechoser un gran comunicador y alcanzar las posiciones de liderazgo que ostenta.Pero disculpe señor Presidente, en materia de delito usted se equivoca.
Usted continuamente mantiene, como también lo hizo en su cadena del pasado16 de julio, una tesis que en criminología está más que descartada y que trata»el robo o el hurto famélico», esto es que una persona comete eldelito de hurto o robo por satisfacer sus necesidades básicas de alimento, yque en la legislación patria puede ser una causa de justificación enmarcadadentro del estado de necesidad.
Aunque entiendo que políticamente esto suene muy bien y gane muchos adeptos,no es real, ni en la teoría ni en la práctica. Quizás estos conceptos puedanestar relacionados con pensadores políticos que usted menciona como el ChéGuevara u otros, pero criminológicamente hablando están muy lejos de larealidad.
Sé que usted siendo oficial activo hace unos años -cuando trabajaba con el distinguidogeneral Arnoldo Rodríguez- desarrolló sobre todo una gran sensibilidad social yposiblemente vivió y palpó de cerca las necesidades de nuestro pueblo en lo queen aquel entonces se llamaban «operaciones cívico militares» lascuales con gran acierto usted rescató.
Yo -siendo funcionario de PTJ- en esa época subía los cerros de Caracascombatiendo la delincuencia y también tenía parecida sensibilidad ante el dramaque se vive a diario en nuestros barrios, pero por mi experiencia de aqueltiempo jamás vi ningún delincuente atracando o cobrando peaje en un barrio porhambre. Lo que veía eran cientos de trabajadores que subían el cerro luego decumplir su jornada de trabajo, con su bolsa de pan y su litro de leche, quecuando no los atracaban los delincuentes, -y no por hambre precisamente- losparaba la policía por horas, en los famosos y anacrónicos operativos conocidoscomo «redadas» las cuales en la actualidad avalan sus ministros deseguridad ciudadana.
Este delincuente no lo hace por hambre como usted plantea, lo hace por otrasmotivaciones criminológicas que debemos atacar en este país donde jamás haexistido la primera columna de la política criminal, es decir la prevención, osea atacar el delito en su génesis. En nuestros barrios las comunidades sonsanas y trabajadoras y el delito no surge por una desigualdad económica ni poruna reacción contra la injusticia social. Sin descartar la influencia que puedatener la miseria sobre el hecho delictivo, tal y como lo expresa la corrientecriminológica socialista también conocida como «crítica», señorPresidente, nuestro delincuente no es precisamente un padre de familiadesesperado por conseguir el pan para su gente que arroja por tierra susprincipios y valores y se lanza al delito.
En criminología existen muchas escuelas que tratan de explicar porqué elhombre da el paso al delito. Desde el positivismo de Lombroso, quien manteníaque el criminal era producto de una anormalidad individual derivada de unaconstitución primitiva y salvaje, «atávica», de quien por ciertoactualmente por los recientes estudios del genoma humano algunos nospreguntamos si es que Lombroso tenía razón, paseándonos por Enrico Ferri, quienle agregó a los factores biológicos, los geográficos, se llega a las escuelasque indican que la criminalidad es esencialmente un fenómeno social. En laconstante lucha por explicar si el delincuente nace o se hace o simplemente esuna combinación de ambos factores, lo que sí está descartado es que eldelincuente actúe motivado esencialmente por llevar la comida a su casa.
Si hoy el fenómeno de la delincuencia no lo enfrentamos con políticascoherentes y científicas y continuamos justificando el fenómeno, éste seguiráen crecimiento y crecerán las cifras actuales de muertos de fines de semana, dondefácilmente superaremos en nuestro territorio, las muertes ocurridas en Bagdadluego de los bombardeos o del bloqueo económico.