En las selvas del Guaviare está la feroz escuela de los comandos del Ejército Nacional
EL TIEMPO y Citytv tuvieron acceso al centro de instrucción, donde las pruebas incluyen la simulación de un secuestro y un entierro en vida.
En las selvas del Guaviare, los 60 mejores hombres de la Armada y el Ejército son secuestrados cada año por su propio bien.
El plagio es una simulación y hace parte del entrenamiento al que se someten los más destacados oficiales y suboficiales de ambas fuerzas para obtener la codiciada boina roja de los Comandos de las Fuerzas Especiales.
Su secuestro masivo es el ingrediente más fuerte de una prueba de resistencia. Son 10 días abandonados en la selva, sin comida y en precarias condiciones físicas y sicológicas.
Este rudo entrenamiento, que cada seis meses reúne a 30 aspirantes, se inicia con un bautizo al estilo del que realizan los Nukak Makú, la última tribu nómada del mundo que vivió por 3 mil años en las tierras donde hoy está la escuela de comandos.
Los militares le dan un sorbo a la bebida sagrada de los Nukak, una especie de chicha fermentada con los secretos de la manigua, y la selva se convierte en su casa.
Por cada semana de entrenamiento, se deben pasar dos obstáculos en la pista de Comandos de Selva, que en total tiene 20. Al final del curso, la pista se debe cruzar en menos de 9 minutos.
La prueba del cementerio
Una de las pruebas más temidas es la del cementerio. Aunque el curso que fue acompañado por EL TIEMPO no estaba en la etapa para realizarla, un video de la escuela demuestra en qué consiste.
Fosas de 60 centímetros de profundidad son preparadas frente a los hombres. Los alumnos se acuestan en ellas y la tierra les empieza a caer; en cuestión de minutos están totalmente cubiertos y solo un tubo de plástico que sujetan con sus bocas les permite respirar.
Allí deben permanecer una hora, de lo contrario perderán la prueba. Un capitán les pregunta si están bien y cuando algo falla, ellos gimen a través del tubo para que los desentierren.Aquellos que no logran pasar alguno de los ejercicios deben someterse al consejo académico que determina si el alumno debe seguir o no.
“La boina no es un accesorio. Es un símbolo de inteligencia”, señala el coronel Jorge Hoyos, comandante de la Escuela.
Al final, algunos terminan con esguinces, hematomas o lesiones menores, pero con “la moral”, como la llaman ellos, de hacer parte del grupo de hombres más duros de las Fuerzas Militares.
JINETH BEDOYA LIMA
Enviada especial de EL TIEMPO
GUAVIARE