Los escándalos que ha vivido el DAS en las últimas semanas son apenas la punta del ‘iceberg’ de una compleja crisis que podría hacer naufragar la institución.
El DAS atraviesa la mayor crisis de su historia. La cadena de escándalos que han estallado recientemente sobre corrupción e infiltración mafiosa entre sus anteriores directivas da la sensación de que la institución está al borde del colapso. Hace seis meses se precipitó la salida del entonces director, Jorge Noguera, y de sus dos más cercanos funcionarios: el subdirector, José Miguel Narváez, y el director de inteligencia, Enrique Ariza. Entonces, hubo una avalancha de denuncias sobre corrupción en la institución. La Fiscalía investiga a varios funcionarios que se habrían apropiado de grandes sumas de dinero en contratos de armas y de sistemas de comunicaciones. A lo anterior se le suma el testimonio de Rafael García, ex jefe de informática del DAS que está en la cárcel acusado de borrar los expedientes delictivos de importantes capos de la mafia. García, en explosivas declaraciones a la Fiscalía, aseguró que importantes funcionarios del DAS, en particular su ex director, trabajaban en contubernio con los paramilitares. La justicia tiene el enorme reto de comprobar hasta dónde sus acusaciones son verdaderas.
El año pasado ya se avizoraban nubarrones en la institución cuando SEMANA denunció que importantes funcionarios del DAS tenían oficinas paralelas al servicio de los ‘paras’ y la mafia para hacerles espionaje a sus enemigos y servirles de escolta. Además, advertían a los capos sobre las operaciones que tenían en marcha la Policía o el Ejército. Como si fuera poco, el director de Barranquilla fue destituido por inventarse atentados terroristas contra el Presidente, para salvarlo y quedar bien con él. Tampoco ha sido clara la actuación del DAS en el uso de informantes que han hecho encarcelar injustamente a personas de bien.
Estos malos manejos llevaron a que hace cinco meses cayera toda la cúpula de la institución. Y que su nuevo director, Andrés Peñate, iniciara su gestión cambiando a cinco directores regionales. Aunque estos episodios han sido presentados como casos aislados, en realidad su repetida ocurrencia demuestra que el problema va más allá de los escándalos coyunturales.
La meritocracia es el camino
¿Se necesita el DAS?
¿Qué hacer con el DAS?
PUBLICIDAD En los últimos años, el DAS ha demostrado ser una institución ineficiente y vulnerable. Diversos analistas coinciden en que los gobiernos no tienen claro para qué sirve y por eso se le agregaron una cantidad de funciones que incluso estorban más que servir a su fin primordial. Inicialmente fue creado para la seguridad nacional, es decir, para advertir al gobierno sobre amenazas internacionales, en un contexto de guerra fría, y cuando el espionaje se puso al centro de la política. A medida que la guerra interna y el narcotráfico se convirtieron en los principales riesgos para la Nación, la Policía y el Ejército se encargaron de desarrollar la inteligencia de sus operaciones. Cada vez se hizo más difícil trazar una frontera entre lo que debía hacer el DAS y lo que harían las demás. Incluso en muchos momentos, se ha llegado a convertir en una especie de órgano represor sin control.
El DAS, como depende directamente del Presidente de la República, terminó funcionando al amaño del gobierno de turno. Sin una función clara, acabó haciendo de todo: control de inmigración, servicio de escoltas, policía judicial y hasta operaciones de contrainsurgencia. Por supuesto, también algo de inteligencia, pero con frecuentes fricciones con los demás organismos de seguridad. En el camino, el país se quedó sin una eficiente inteligencia estratégica. Había muchos ‘tiras’ y pocos profesionales que pudieran interpretar de manera inteligente los datos. De ahí que cuando el actual gobierno diseñó la estrategia de seguridad democrática, su talón de Aquiles resultó ser una dramática falla en la inteligencia.
Una inteligencia débil que se ha visto reflejada en capturas masivas basadas en el testimonio de informantes poco fiables, y cuyas versiones nunca se contrastan, y que redundan en un esfuerzo judicial inútil. En operaciones frustradas, como la que se intentó hacer hace dos años en Ecuador, y donde se pretendía la captura de ‘Raúl Reyes’, pero se arruinó por una acción descoordinada de agentes del DAS. O la captura del guerrillero Rodrigo Granda en Venezuela, que le causó un daño considerable al país cuando el presidente Uribe tuvo que disculparse con el gobierno de Chávez.
Para completar el panorama, el DAS, la institución por excelencia de la inteligencia estratégica, se quedó rezagada frente a otras instituciones, como bien lo explica un reciente informe de la Fundación Ideas para la Paz (ver recuadro ¿Se necesita el DAS ). A finales de los años 90, al calor de la guerra contra las drogas y contra las guerrillas, tanto la Policía como las Fuerza Militares acometieron procesos de modernización. Se fortalecieron financieramente, sus hombres han recibido capacitación en muchos terrenos y sus planes operacionales se han ajustado a las nuevas realidades. El DAS, en cambio, nunca se reestructuró ni se puso al día. Muchos países cuyas agencias de inteligencia también se habían quedado atrás optaron por disolverlas y volver a empezar de cero. Incluso con problemas mucho peores de corrupción, como el caso de Vladimiro Montesinos, jefe de la inteligencia del gobierno de Alberto Fujimori, en Perú.
En un contexto como este, no es extraño que cada tanto tiempo salga a la luz pública un escándalo de grandes proporciones. El asunto no es simplemente cambiar de dirección o de estructura. El nuevo director del DAS, Andrés Peñate (ver recuadro ‘La meritocracia es el camino’), es reconocido como un hombre competente y honesto. Su idea es modificar las funciones y la estructura de la entidad, siguiendo las recomendaciones de una comisión de expertos. Sin duda, Peñate le imprimirá un estilo gerencial a este organismo, y reforzará sus funciones de inteligencia. También seguramente sacará provecho de los cientos de hombres y mujeres que han trabajado en el DAS con esmero y honradez, y que son la base para hacerle una reingeniería a la entidad.
Pero hay problemas que no se resolverán con una mejor gerencia. Más que una reingeniería, posiblemente se necesite una refundación. Hacer borrón y cuenta nueva. Definir de qué se habla cuando se dice inteligencia estratégica, concentrar a la entidad en sus tareas esenciales y, sobre todo, buscar un cambio de mentalidad. Que se superen de una vez por todas los rezagos de la guerra fría que le hace ver al DAS a los enemigos donde no están, y lo que es peor, a considerar aliados a criminales sin ley ni Dios. También es urgente la profesionalización para frenar la carrera de corrupción en que ha caído. Así, tal vez en el futuro, Colombia pueda estar mejor preparado para un crimen que se ha globalizado, y unas mafias que son, de lejos, mucho más sofisticadas que el DAS. Ese es el debate de fondo que hay que dar urgentemente en el país.
¿Se necesita el DAS?En toda crisis hay una oportunidad, dice el dicho. La crisis del DAS es una gran oportunidad para abrir el debate y preguntar: ¿se necesita el DAS? Las inverosímiles incriminaciones entre antiguos funcionarios tienen perpleja a la opinión. Evidentemente, los expedientes y las grabaciones están saliendo de los cajones; todo indica que el espectáculo continuará hasta cuando caigan los que tienen que caer. Pero no por eso hay que perder de vista el fondo del asunto, que es por qué está pasando lo que está pasando. La respuesta es que el DAS es una institución anacrónica fundada en un modelo que no da más. Si se aprovecha la crisis, mucho bien puede salir de tanto mal.
El DAS, como es sabido, nace en la dictadura de Rojas Pinilla con el nombre de Sic. Se trata de una típica Policía política de la época que le sirve al régimen de guardia pretoriana. El Frente Nacional lo adapta a sus necesidades; con el tiempo, el DAS acumula un rimero de funciones, pero nunca aclara su perfil, que depende de los caprichos del director de turno. Entre tanto, ocurren las reformas constitucionales de los 90, se crean nuevas instituciones -la Fiscalía y el CTI- y el DAS sigue su paso como un dinosaurio. De ahí no sólo la duplicidad de funciones y el desperdicio de recursos, sino la incongruencia entre dos modelos de cómo gobernar.
Esos vaivenes políticos también dejan al DAS por fuera del proceso de modernización que emprenden la Policía y las Fuerzas Militares. Es precisamente en la inteligencia donde la profesionalización ha dado más frutos: en 1995 la Policía saca la inteligencia de la policía judicial y crea la Dipol, mientras que el Ejército aprende de los errores de la disuelta Brigada XX y crea en 1998 la Cime. La clave en ambos casos está en separar la inteligencia de las operaciones, para que la inteligencia no se vaya por su lado en busca de ‘positivos’. Ningún proceso de especialización comparable se ha dado en el DAS, que aún tiene los cables cruzados, además de una mucho menor capacidad de recoger inteligencia. Y por eso es ilusorio pensar que será el DAS el que dirija la ‘inteligencia estratégica’ del país.
El DAS tiene un problema adicional: la carrera administrativa. Como todo funcionario del Estado colombiano, el detective del DAS sabe que los cargos directivos están reservados para el gobierno de turno. (Rafael García -hoy acusado por la Fiscalía- llegó de un brinco de la Sociedad Portuaria de Santa Marta a jefe de sistemas del DAS.) Ese tapón les quita incentivos a los de abajo y los hace más vulnerables a la corrupción. En contraste, un oficial de las Fuerzas Militares o de la Policía tiene más que perder -sus ascensos- y tiene una institución de donde ‘agarrarse’. Además, una institucionalidad tan frágil hace que las seccionales del DAS sean una presa fácil para los poderes locales. En varios departamentos, el DAS se convirtió en un juguete de los paramilitares.
Esos niveles de penetración hacen que el DAS, en lugar de proteger, sea un enorme boquete en la seguridad del Estado. ¿Qué hacer? La tentación es siempre cambiar las cabezas para recuperar legitimidad, pero esas soluciones corren el riesgo de convertirse en soluciones de vitrina que no hacen más que prolongar la agonía. Tampoco parece posible resolver el problema con meritocracia, como de manera admirable intenta el nuevo director: nada garantiza que su sucesor mantendrá esas políticas de profesionalización y todo el sistema conspira en su contra. Habría también que decidir ‘para qué’ se profesionaliza. Si es para ser una agencia de inteligencia, el DAS no tiene con qué: una cosa es un detective, y otra, un agente o analista de inteligencia.
Y habría, por último, que esclarecer la relación entre las diferentes funciones del DAS, en especial entre la inteligencia y la Policía judicial. Hay razones poderosas para separar las dos funciones, sobre todo los riesgos ya señalados que crea la ‘cultura del positivo’ y el mayor interés que despierta en la delincuencia un agente con facultades de policía judicial. Como dicen los mexicanos: «cuando la inteligencia tiene manos, agarra».
Si lo que se pretende es crear una agencia de inteligencia, la única solución es repartir las cartas de nuevo. Al respecto, la Fundación Ideas para la Paz hizo unas sugerencias (‘Siguiendo el conflicto No. 42’)*: transferir los recursos de policía judicial al CTI; transferir la oficina de Interpol a la Policía, transferir la expedición de certificados judiciales a la Fiscalía; crear una dirección de policía de fronteras; y crear un departamento de protección de personas.
De lo que se trata en realidad es de ajustar las instituciones a niveles normales de eficacia y legitimidad. El conflicto no es una disculpa para no actuar: es poco lo que aporta el DAS. Muchos países del continente ya pasaron por eso. Luego de un gran escándalo de connivencia con la mafia, los mexicanos disolvieron en 1985 la antigua DSF, una institución muy similar al DAS, y crearon luego el Cisen, una agencia de inteligencia civil sin facultades de policía judicial. Lo mismo hicieron los chilenos al crear la Dispi -hoy ‘ANI’- en 1993 y los brasileños, la Abin en 1995. Atrás quedaron las viejas dictaduras, la seguridad nacional y las policías políticas ineptas que desaparecen gente y asesinan a quien se les antoja. Es hora también de cerrar el DAS.