Después de grandes tragedias como las del 11 de septiembre de 2001 y el 11 de marzo de 2004 no es extraño ver cómo las autoridades hacen un llamado a los familiares de las víctimas –o de quienes se supone estaban en el sitio del suceso- para que indiquen quién era el dentista de la persona que se supone ha fallecido.
¿Qué relación guarda el trabajo de un dentista con la posibilidad de lograr una identificación positiva de unos restos humanos? En ocasiones, como en las fechas mencionadas, los cadáveres quedan auténticamente destrozados, irreconocibles. Pero es imperativo determinar los nombres y apellidos de las víctimas. De lo contrario sería muy difícil adelantar un juicio contra los responsables por tales fallecimientos. Y en el plano civil, además, los familiares no podrían hacer los cobros de los seguros de vida si no se sabe a ciencia cierta la identidad del individuo que murió.
A través de la dentadura no solamente es posible determinar la edad aproximada de las personas, sino también su sexo, si padecía de cierto tipo de enfermedades, hábitos o manías y, finalmente, sus nombres y apellidos.
Esto se logra gracias a la existencia de fichas dentales. Todo dentista guarda un registro pormenorizado sobre la evolución de las piezas dentales de sus pacientes, en especial cuando ambos han mantenido una relación prolongada. La Asociación de Odontólogos Legistas y Forenses de Argentina define a la ficha dental como “la representación gráfica y detallada de las características anatómicas y morfológicas dentarias, particularidades, traumatismos, patologías, ausencias dentales, restauraciones, tratamientos de conductos, prótesis, implantes, etc.”.
Esta representación gráfica, también llamada odontograma, es una herramienta de trabajo importante para el odontólogo forense, quien ha de comparar los datos consignados en ese registro con la información que pueda extraer de los restos dentales colectados de un cadáver. Su diagnóstico tiene la misma fuerza legal que puede tener el de un patólogo o un antropólogo forense.
En casos en los que los cadáveres han sido sometidos a altas temperaturas (como ocurrió en el Centro Mundial del Comercio de Nueva York) el trabajo de los odontólogos forenses se dificulta en extremo, pero quizá sean ellos quienes aporten los únicos indicios sobre la identidad de un occiso: los restos óseos han quedado totalmente calcinados, y las autoridades solamente han podido encontrar algunas piezas dentales con amalgamas u otro tipo de trabajo odontológico.
Otros expedientes demuestran la utilidad del trabajo desarrollado por los odontólogos forenses. En 1996, un banquero venezolano de apellido Manduca fue privado de su libertad. Los captores lo llevaron a un apartado paraje del estado Aragua, lo mataron y para evitar que posteriormente lo reconocieran le cortaron los dedos. Con un bate, los mafiosos golpearon la boca partieron casi todos sus dientes. Por último, el cadáver fue arrojado a un precipicio dentro de un vehículo en llamas. El operador financiero fue plenamente identificado, debido a que tres muelas habían quedado intactas. En ellas habían hecho un trabajo de conductos que pudo ser plenamente documentado a través de la ficha dental.
Las autoridades supieron el nombre de la víctima, pero nunca dieron con los autores intelectuales de este asesinato. Eso, por supuesto, no fue culpa de los odontólogos forenses.