La última bala de Abu Nidal

Aparte de los impactos de bala que le causaron la muerte, el cuerpo de Abu Nidal presentaba una cicatriz cárdena bajo el mentón, producto de una vieja reyerta con los guardias de su padre adoptivo, Yaser Arafat. Una prótesis le suplantaba la planta del pie derecho, que perdió al pisar una mina antipersona en el valle del Bekka, y le faltaban dos dedos de la mano izquierda, resultado del estallido de una bala en la recámara de su fusil. Atef Abu Baker, la persona que le conoció más de cerca, decía que el veterano terrorista llevaba inscritas en su cuerpo las vicisitudes del conflicto palestino-israelí. Y en el alma, las intrigas que él mismo se encargaba de agitar entre los estadistas árabes de la zona. Pero las laceraciones que mejor retratan a ese genio del mal son las que él mismo se infligió, con el fin de alterar sus rasgos faciales, cuando era perseguido por los agentes del Mosad israelí.
Abu Nidal no era como los pistoleros de ahora, que se someten a la cirugía plástica en los mismos institutos que las celebridades del cine. Al hombre que marcó una época y un estilo en el submundo del terrorismo le gustaba hacer todo con sus propias manos: desde la ejecución de los traidores dentro de su propia organización, hasta quemarse las tupidas cejas que le conferían su inconfundible aspecto mefistofélico.
El lunes se dio a conocer que el asesino más eficaz que haya producido Oriente Medio, antes de que Osama bin Laden introdujera al terrorismo en su dimensión actual, había sido encontrado muerto en su último refugio: un piso pobretón situado en un barrio de las afueras de Bagdad. Habido que no es la primera vez que se le da por muerto, para luego verle resucitar donde menos se le espera, la noticia de su deceso debe ser considerada con la debida precaución. Al principio, las propias autoridades iraquíes trataron de desconocer los hechos, de la misma manera que lo hicieron los portavoces palestinos. Pero dos días después del suceso, ya las declaraciones se hacían más elocuentes.
El jefe de los servicios secretos de Irak, Taher Jalil Habush, dijo en rueda de prensa que el terrorista palestino se había suicidado descerrajándose un tiro en la boca. Habush comentó que esa mañana un grupo de seguridad había ido a detenerle por entrar ilegalmente en el país. «Abu Nidal se mostró resignado, pidió que le dejasen recoger unos efectos personales de su dormitorio y fue entonces cuando oímos el disparo».
Para dar mayor crédito a su versión, el jefe del espionaje iraquí mostró una foto borrosa en la que aparecía un cuerpo yacente.Luego, otra imagen mostrando el arsenal que el difunto guardaba en su domicilio: ocho chalecos con bolsillos especiales para guardar explosivos, pistolas con silenciador, rifles de asalto, granadas… En resumen, todo el equipaje que Abu Nidal solía transportar cuando se proponía ejecutar a este o a aquel individuo.
El armamento, aunque anticuado, brillaba como las joyas de un escaparate: no es vano que gracias a su perfeccionismo, Abu Nidal acumulara en su historial al menos 900 muertes, fruto de los 400 atentados que su organización llevó a cabo en 20 países.A diferencia de Osama bin Laden, a quien los recientes vídeos de la CNN muestran encogiéndose de miedo cuando un avión rompe la barrera del sonido sobre su cabeza, para Abu Nidal la refriega era su hábitat natural y el olor a pólvora, su perfume predilecto.
Nadav Cohen, un experto israelí en terrorismo, establece la diferencia entre estas dos figuras siniestras: «Osama representa el intelecto y la espiritualidad (aberrante, claro está) del terror, mientras que Abu Nidal encarnaba los instintos más bestiales y primarios de ese tipo de lucha». Bestial e implacable, como demostró en 1987, cuando con la ayuda de otros tres verdugos ejecutó a unos 200 de sus propios hombres -sospechosos de querer eliminar a aquel fantasmón- en una fábrica de jabón ubicada en el valle del Bekka (El Líbano).
Abu Nidal, quien antes de adquirir dicho seudónimo se llamaba Sabri Jalil al Bana, nació en el año 1937 en la ciudad portuaria de Yafa. Hijo de un conocido terrateniente, en 1948 debió huir con su familia a Beirut cuando las tropas del naciente Estado de Israel conquistaron la ciudad.
MATAR A SADAM
Volviendo a las circunstancias de su muerte, cada vez gana mayor consistencia la hipótesis de que la presencia del pistolero en Irak tenía como fin acabar con la vida de Sadam Husein. A las insinuaciones del ya nombrado agente iraquí se suma la escueta pero significativa declaración hecha por el número dos del régimen, Tarek Aziz: «En efecto, el hombre estaba conspirando», dijo a un periodista de Al Hayat. ¿Y contra quién se puede conspirar en aquel estado centralista si no es contra Sadam?
Si la hipótesis del frustrado magnicidio resulta a primera vista fantasiosa, se debe tomar en cuenta que en los últimos años Abu Nidal había ofrecido a Occidente sus servicios para actuar, indistintamente y con la consabida eficacia, contra cualquier blanco que le marcaran.
El ya referido Nadav Cohen afirma que el envejecido terrorista incluso mandó a un emisario a uno de los últimos convenios del G-7 (foro que reúne a las siete potencias industriales) que se celebraron en Londres con el fin de «hacerse marketing». También, al sopesar la misma hipótesis conviene tener en mente que desde hace tiempo el presidente George W. Bush se rompe la cabeza pensando en cómo liquidar a Sadam Husein, sin hallar a la persona que pueda acercarse lo suficiente a su bestia negra. Por último, el proyecto de asesinar a una de las personalidades mejor resguardadas del planeta calza a la perfección en la naturaleza megalómana de Nidal y en aquel extraño hábito que tenía de «apuñalar por la espalda» a sus benefactores: «Gozaba traicionando a sus amigos.Matar judíos era una obligación, pero su mayor deleite consistía en acabar con quienes llamaba las víboras árabes», cuenta Atef Abu Baker.
Fue en enero de 1967 cuando a Yaser Arafat le presentaron a Sabri Jalil al Bana, un técnico electricista de origen palestino que por entonces trabajaba para la petrolera estadounidense Aramco, en Arabia Saudí. Dicen los entendidos que a Arafat le bastó una ojeada para derramar su cariño sobre el joven de mirada turbia y mandíbula de primate. Y que al rais no le ha alcanzado la vida entera para arrepentirse de ese impulso irreflexivo.
ADOPTADO POR ARAFAT
Al enterarse de que el susodicho había quedado huérfano, de inmediato decidió adoptarlo, bautizándole con el nombre de guerra Abu Nidal (el padre de la lucha). Sin duda, Arafat no sospechaba cuán premonitor había sido al elegirle ese apelativo.
Abu Nidal irrumpió en el escenario de la lucha armada con unos ímpetus que dejaban estupefactos a seguidores y enemigos por igual. Partidario de supervisar él mismo las operaciones, en 1980 disparó contra un grupo de niños que salían de una escuela judía en Amberes (Bélgica). Ese mismo año fabricó la bomba que causaría nueve muertos y 30 heridos en la Gran Sinagoga de París.La repetición de un acto similar en Viena encendió la luz de alarma en los cuarteles del servicio secreto israelí (Mosad).
Los israelíes solicitaron información a la CIA norteamericana, que por entonces sondeaba a los grupos terroristas que operaban en Europa, anticipando una serie de atentados contra sus intereses.«Los mosadniks preguntaron a los tipos de la CIA que quién era ese tal Abu Nidal. La respuesta fue tan simple como certera: «he is a pain in the ass» (es un dolor en el trasero)», cuenta Nadav Cohen.
Ya había transcurrido casi una década desde que Sabri abandonara de un portazo Al Fatah (que lideraba Arafat) para formar el Fatah-Consejo Revolucionario, un grupo reducido pero selecto de las pistolas más veloces y los cerebros más calenturientos del retablo terrorista.Aunque el pretexto para disentir era la línea conciliatoria que Arafat habría adoptado frente a Israel, se sabe que la mayor parte del contingente -nunca sumó más de 1.000 hombres- se unió a Abu Nidal con la esperanza de obtener botín. Sabri se había ganado la fama de corsario y es sabido que su equipo robaba los objetos de valor de las víctimas y durante los periodos de calma se dedicaba a toda suerte de pillaje de forma individual. Se calcula que Abu Nidal llegó a amasar una fortuna de más de 800 millones de dólares mediante la extorsión de los jeques del Golfo Pérsico, a quienes amenazaba con hacer volar sus pozos petrolíferos si no contribuían con la causa.
El Mosad no le prestó verdadera atención al advenedizo, hasta que en 1982 un comando de Fatah-CR disparó a quemarropa a Shlomo Argov, embajador de Israel en Londres. En primer lugar, Abu Nidal había conseguido burlar los seis anillos concéntricos de seguridad que los israelíes levantan en torno a sus diplomáticos. En segundo lugar, el atentado contra Argov (quien sobrevivió a las balas) metió a Israel en un embrollo estratégico de dimensiones colosales, cuyas proyecciones le afectan hasta hoy. Ariel Sharon, entonces ministro de Defensa, se valió del ataque como pretexto para lanzar una ofensiva contra el mini-estado que Arafat se había edificado en El Líbano.
La invasión del país de los cedros costó a Israel miles de bajas, catalizó el surgimiento del grupo islámico Hizbulá y contribuyó al estallido de la Intifada. Pero resulta más trágico aún que, desde la perspectiva judía, si Yaser Arafat hubiera terminado de apoderarse de El Líbano, construyendo allí su Estado, Israel se hubiera quedado con los territorios históricos de Judea y Samaria.
Muchos de los analistas han considerado a Abu Nidal como a una especie de monstruo de feria dentro del terrorismo: un tipo aborrecible pero inofensivo desde el punto de vista de las relaciones internacionales.Su biografía está jalonada de sucesos que desmienten esa subvaloración.En 1978, ordenó la ejecución de Saed Hamami y de Isaldín Kelak, embajadores de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Londres y París respectivamente. Arafat había encargado a Hamami y a Kelak establecer los primeros contactos diplomáticos con la cúpula israelí. En 1983 ya se habían sentado las bases del diálogo, cuando un pistolero de Fatah CR asesinó a Isam Sirtaui, portavoz de la OLP, en Albufeira (Portugal). Con la muerte de Sirtaui, figura clave, las conversaciones se postergaron por toda una década.
En 1986, las tropelías de Abu Nidal estuvieron a punto de desatar una guerra entre EEUU y Libia. Fue cuando sus hombres atacaron una discoteca en Berlín frecuentada por marines norteamericanos, matando a ocho de ellos. Alemania culpó erróneamente al presidente libio Gadafi, lo que desencadenó el raid de la aviación estadounidense contra Trípoli y un cuasi bloqueo por parte de la VI Flota.
Voluble como una prima dona assoluta, obsesionado con la idea de que los líderes árabes le negaban la gloria que se merecía, Nidal trató dos veces de asesinar a Arafat, por lo que la OLP le sentenció a muerte. En 1996 disparó contra el hotel cairota donde se alojaba el ya fallecido presidente sirio Hafez Asad y en 1989 planificó matar al egipcio Hosni Mubarak en Adis Abeba.Parece cierto que en 1991 contó con ayuda del Mosad para asesinar en Túnez a Abu Yiad, jefe de la Inteligencia palestina y amigo personal del rais.
Aunque los israelíes lo nieguen con vehemencia, en muchas etapas los desvaríos de Abu Nidal coincidían con los intereses del Estado hebreo. Por lo demás, aunque resulte paradójico, entre los postulados del architerrorista no figuraba la creación de un Estado palestino.En realidad, el único ideal que le motivaba fue aquel que confesó en la entrevista que concedió en 1999 al diario France-Pays Arabes: «Quiero ser un espíritu del mal, de aquellos que deambulan de noche, causando pesadillas».
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EN BUSCA Y CAPTURA
Muerto Abu Nidal y desaparecido en combate Osama bin Laden, estos son los cinco hombres más buscados del mundo, según el Departamento de Estado de EEUU.
El maestro. Fazul Abdullah Mohammed, 28 años, nacido en las Islas Comoras. Está acusado de haber participado en las explosiones de las embajadas de EEUU en Tanzania y Kenia, en 1998. Murieron 224 civiles y más de 5.000 personas resultaron heridas de distinta gravedad. Se ofrece una recompensa de cinco millones de euros por su paradero.
El médico. Ayman Al-Zawahiri, 51 años. Fundador de la Yihad islámica en Egipto, su país de origen, es asesor y médico personal de Osama bin Laden. Se le acusa del asesinato de ciudadanos americanos dentro y fuera de EEUU, así como de haber participado en la voladura de algunas de sus embajadas en África. Hasta 25 millones de euros de recompensa se ofrece por alguna información que conduzca a su arresto.
El secuestrador. Ali Atwa, 42 años, libanés. Pertenece supuestamente a la organización terrorista Hizbolá. Está acusado de haber participado, en junio de 1985, en la planificación y secuestro de un avión comercial y del asesinato de un ciudadano estadounidense. Recompensa: cinco millones de euros.
El cerebro. Khaled Shaikh Mohammad, 38 años. Se cree que nació en Kuwait o en Pakistán. En 1995 planificó la explosión de 12 aviones civiles sobre el Océano Pacífico. Se ofrecen cinco millones de euros por su cabeza.
El camionero. Sheikh Ahmed Salim Swedan, 31 años, de Kenia.Es administrador de una agencia de transportes, se le acusa de la muerte de estadounidenses en el extranjero. Recompensa: cinco millones de euros.

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