Un riesgo es cualquier cosa que puede poner en peligro a un individuo o a un grupo de personas. Detectarlo a tiempo puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. El ser humano está dotado para percibir en forma intuitiva ciertos riesgos de su entorno y preservar así su integridad física. En otros casos, esta percepción es el resultado de un aprendizaje. Por ejemplo, la vida va enseñando cuáles son las condiciones en las que una lluvia leve puede transformarse en una tormenta, y tomar a tiempo las medidas necesarias para prevenir una catástrofe personal o familiar.
En el ámbito empresarial, los riesgos deben ser evaluados convenientemente. Mientras la empresa es más grande, más riesgos debe medir y afrontar pues de lo contrario puede originarse una situación en la que sea obligatorio el cese de operaciones.
La noción sobre la evaluación de los riesgos fue aplicada inicialmente en los ámbitos de la geografía y la asistencia social. De hecho, todavía es utilizada en estos campos de conocimiento. El riesgo representa una incertidumbre. Es una situación que no se ha concretado, pero que podría ocurrir si se conjugan un conjunto de condiciones. Aún no se ha reportado ningún caso de gripe aviar en Venezuela, pero podría presentarse si fallan los controles aduaneros o sanitarios, si un ave afectada entrase al país por cualquier vía y si su presencia no es detectada con el tiempo suficiente para producir su aislamiento. Estos y otros factores son los que alimentan la posibilidad de que el riesgo genere una crisis.
Los finales de año así como los primeros días de enero tienen el sosiego necesario para hacer una adecuada evaluación de los riesgos, tanto en lo personal como en nuestras actividades laborales o empresariales. En ambos casos, sin embargo, es conveniente buscar asesorías y nuevos criterios (mientras más profesionales, mejor), que con seguridad nos permitirán visualizar importantes aspectos de la realidad y colocarlos en la balanza.
Debemos tomar en cuenta que, a pesar de su carácter aparentemente caótico, el riesgo puede y debe ser medido. ¿Cómo transformar en números algo que en realidad todavía no ha ocurrido? Debido a las máximas de experiencia. Lo vivido -en carne propia o ajena- nos indica que los riesgos tarde o temprano se transforman en realidades, tan terribles como sea nuestra falta de preparación para afrontarlos. Los japoneses, por ejemplo, aprenden desde niños cómo deben comportarse durante un sismo, lo que ha reducido al mínimo las muertes cuando se producen movimientos telúricos.
En la obra The Book of Risks (El libro de los riesgos) Larry Laudan revela que el riesgo de morir en algún accidente de tránsito en Estados Unidos es de uno por cada 11 mil personas en promedio. Pero si los que viajan tienen 19 años de edad o menos, el riesgo se incrementa de manera considerable (1 persona por cada mil 500). Esto demuestra que es posible traducir el riesgo en números y conceptos manejables por el intelecto humano. Si lanzamos los dados, en algún momento se producirá la combinación deseada. Al anotar estas cifras nos daremos cuenta de que pronto se repetirán sobre el tablero. El riesgo se comporta de manera similar.
Tanto en la geografía como en los análisis de seguridad, hay que seguir el consejo del asesor de la Corporate 4 Insurance Agency, Jack Hunglemann: al riesgo hay que ponerle nombre, pues no se puede “administrar o tratar con riesgos que nunca son identificados”. Hay que tomarse un tiempo y observar cuáles son las situaciones en la empresa que han generado hechos adversos. Aunque pequeños, tales sucesos podrían arrojar las claves para prevenir acontecimientos lamentables de gran magnitud. En este sentido, el excesivo optimismo resulta de poca utilidad.