Luego de un incidente armado en el edificio de los tribunales, el presidente de Guatemala, Oscar Berger, expresó su preocupación por la degradación a la que en su criterio ha llegado la violencia ejercida por los pandilleros en su país.
“Me preocupa la degradación en que se encuentran las pandillas (…) Si lo hicieron a plena luz del día, enfrente de sus custodios, eso significa el grado de degradación que tienen”, dijo el mandatario del país centroamericano.
En este caso, los protagonistas del enfrentamiento fueron miembros de los grupos delictivos conocidos como “maras”. Estas organizaciones han sido calificadas como una amenaza para la seguridad nacional por Berger y su colega mexicano, Vicente Fox.
Las “maras” han ganado notoriedad con el inicio del nuevo siglo. Esto refleja un proceso de reciente data. William Kleinknecht, en su libro sobre las nuevas “mafias étnicas” (ethnic mobs), que salió a la luz pública en 1996 no hizo ni siquiera una mención superficial de este asunto. Pero nueve años después el periodista Paul Williams, en su obra The Al Qaeda Connection (Prometheus Books, 2005) dedica todo un capítulo a la descripción de estas bandas, que han extendido su presencia a casi todas las naciones centroamericanas (con la excepción por el momento de Panamá y Costa Rica), así como también a por lo menos 35 regiones de Estados Unidos, especialmente las ubicadas en el oeste y el centro de ese país.
El número total de adherentes a estos grupos es desconocido. Notas de prensa indican que serían entre 60 mil y 80 mil personas. En El Salvador, su lugar de nacimiento, habría más de 9 mil. Todo un ejército transnacional dedicado a labores hamponiles.
El vocablo “mara” pareciera tener su origen en “marabunta”, nombre de una hormiga especialmente agresiva que puebla las selvas de las américas y que suele atacar en tropel. De la misma forma actúan los adherentes a estos grupos o “mareros”.
Las primeras “maras” comenzaron a operar en El Salvador tras el proceso de pacificación. Como era inevitable, muchos integrantes de las fuerzas armadas y guerrilleros quedaron cesantes y se unieron a delincuentes de esa nación para controlar el transporte y comercio de drogas, así como también el traslado de los crecientes grupos de emigrantes ilegales que finalizaban en las calles de Texas y California. Debido a la necesidad de pasar por otros países centroamericanos, se forjaron alianzas que desembocaron en la constitución de capítulos o claques en Honduras, Nicaragua, Guatemala y México.
Al igual que los miembros de la mafia rusa (“organizatsiya”), las tríadas chinas y otros grupos criminales, los “mareros” pueden ser reconocidos por los numerosos tatuajes que llevan en sus cuerpos, incluso las mujeres. La inscripción MS-13, por ejemplo, indica la pertenencia a la Mara Salvatrucha, capítulo de la calle 13, que opera entre Los Angeles y San Salvador. Actualmente, esta banda tiene una sangrienta rivalidad con la MS-18. Pero es probable que las ansias de dinero los lleven a entendimientos en un futuro cercano.
Los presidentes de los cinco países centroamericanos señalados más arriba han establecido un acuerdo para combatir a las maras. No es para menos. En Honduras, por ejemplo, estos delincuentes se han dado el lujo de proferir amenazas contra la vida del Presidente. En ese país y en Guatemala han protagonizado motines carcelarios que han dejado cientos de muertos.
El gobierno estadounidense se unió a la preocupación de los mandatarios centroamericanos, y designó a un grupo de tarea liderado por el Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés). Esta decisión tuvo su origen no sólo en el creciente costo social de la delincuencia liderada por los “mareros”. Más aún, por las informaciones de inteligencia según las cuales estos grupos habrían llegado a un acuerdo con Al Qaeda, para dar protección a individuos de “células durmientes” de la transnacional terrorista, proveerles documentos falsos mexicanos y trasladarlos al norte del Río Grande.
La información fue publicada inicialmente por el rotativo The Washington Times en septiembre de 2004. El caso más importante, según Williams, se refiere a los servicios prestados a Adnan el-Shukrijumah, un guyanés sobre quien pesan varias órdenes de arresto por sus supuestos vínculos con la organización terrorista. El autor citó fuentes del FBI, según las cuales este individuo participó en una reunión celebrada en Pakistán en abril de 2004 para planificar una nueva versión del 11 de Septiembre, esta vez con armas de destrucción masiva.
Al igual que los procesos vividos por la Cosa Nostra y los carteles colombianos, las “maras” atraviesan un proceso de estructuración que con seguridad desembocará en importantes hechos de violencia. Esto podría dar paso a una organización más fuerte, pero también podría ser aprovechado por los diversos estados para precipitar la caída de estas pandillas, que cada día ocupan mayor número de titulares en las páginas rojas.