Palabras tóxicas y crímenes de opinión
Lawrence Summers, ex rector de la Universidad de Harvard, y Mahmud Ahmadineyad, presidente de Irán, no podrían ser más diferentes. Representan mundos y valores radicalmente opuestos. Pero recientemente, cada uno por su cuenta, protagonizaron incidentes que ilustran tanto las ventajas de debatir abiertamente ideas que son ofensivas para muchos como el hecho de que en el mundo de hoy la censura no sólo la practican gobiernos represivos, sino también prestigiosas universidades.
Hace un par de meses, tanto el presidente Ahmadineyad como el profesor Summers fueron invitados a hablar en dos universidades de Estados Unidos.
La Universidad de Columbia, que invitó al presidente iraní, fue inmediatamente criticada: «Es como si hubiesen invitado a Hitler antes de la guerra», dijo uno de los detractores. Otros argumentaron que al invitarle, Columbia le estaba ofreciendo a Ahmadineyad un escenario que prestigiaba sus ideas. Como se sabe, el presidente de Irán no está seguro de que el Holocausto haya ocurrido realmente. «Hay que investigar esos hechos mucho mejor», ha dicho. Pero de lo que sí está seguro Ahmadineyad es de que hay que borrar al Estado de Israel del mapa, deseo que ha expresado varias veces. Los defensores de la idea de invitarlo decían que él ya estaba legitimado al ser presidente de un país y que, más bien, su charla en Columbia crearía la oportunidad para que sus ideas fueran ventiladas ante el mundo sin la protección que le da la censura que existe en Irán. La universidad decidió seguir adelante con su plan y Ahmadineyad fue invitado.
El día de la charla, el rector, Lee Bollinger, decidió utilizar sus palabras introductorias no para darle la bienvenida al presidente Ahmadineyad, sino para hacerle saber lo que pensaba de él. Después de recordar las persecuciones y violaciones a los derechos humanos que son comunes en Irán, Bollinger dijo: «Aclaremos entonces desde el principio que usted, señor presidente, exhibe todos los signos de un cruel y mezquino dictador». Y esto fue solo el abreboca. Con respecto al hecho de que Ahmadineyad hubiese declarado que el Holocausto era una «leyenda» y una «invención», Bollinger expresó: «Decirle esto a analfabetos o ignorantes es hacer propaganda peligrosa. Pero cuando usted lo dice aquí, simplemente hace el ridículo. Así que, o es usted irresponsablemente provocador o está sorprendentemente desinformado».
Después de oír esta introducción, que claramente lo tomó por sorpresa, el presidente Ahmadineyad dio su discurso, no sin antes lamentarse de la descortesía en el trato de su anfitrión. De ese discurso fue poco lo memorable y sólo queda como anécdota que, según Ahmadineyad, en Irán no hay persecuciones contra los homosexuales porque allí, simplemente, eso no se da: «En Irán no tenemos homosexuales como en vuestro país».
¿Qué tiene que ver Lawrence Summers con todo esto? Pues que a él no lo dejaron hablar.
El ex rector de Harvard, ex ministro de Hacienda de Estados Unidos y uno de los economistas más respetados del mundo, había sido invitado por la Universidad de California en Davis a hablar sobre educación superior ante un pequeño grupo. Al enterarse de esta invitación, 300 profesoras de la universidad firmaron una carta exigiendo la retirada de la invitación, ya que, según ellas, el profesor Summers «representa el prejuicio racial y de género dentro la academia». La universidad se apresuró a cumplir la petición y le pidió a Summers que no acudiera.
¿Por qué el derecho que se le reconoció al presidente de un oprobioso régimen se le quitó a un respetado intelectual?
Porque en 2006 Summers tuvo que renunciar a su cargo como rector de Harvard después de un seminario académico donde hizo preguntas que muchos interpretaron como sexistas. De nada sirvieron aclaratorias, múltiples disculpas publicas, ni la observación de que en la universidad que aparece en todas las listas como la mejor del mundo no puede haber restricción alguna a la libertad de expresión. «Si en esta universidad estudiamos sin miedo hasta las más peligrosas bacterias, ¿cómo es posible que a Summers le hayan obligado a renunciar por haber hecho preguntas políticamente incorrectas en público?», se preguntaba indignado un profesor de Harvard. Pero así fue. Y la acusación de discriminación racial se basa en el hecho de que en una conversación privada con Cornel West, profesor de estudios afro-americanos, Summers cuestionó su dedicación y el rigor académico de su trabajo. West inmediatamente hizo pública la conversación y denunció a Summers por darle un trato que él consideró discriminatorio.
Las experiencias de Summers y Ahmadineyad son aleccionadoras. Gracias a la Universidad de Columbia, que resistió las presiones que intentaban impedir la discusión de ideas que para muchos son tóxicas, el mundo pudo conocer algo mejor cuáles son estas ideas y cerciorarse del pequeño calibre intelectual de quien las defiende. Y las censuras y sanciones a Summers ilustran de manera dramática cómo el conformismo con las ideas políticamente correctas puede convertirse en una poderosa fuente de represión intelectual aún en ambientes, como el universitario, donde la libertad de opinión debe ser un valor sagrado.
Paradójicamente, en el mundo de hoy ciertos académicos parecen tenerle tanto miedo a las ideas como el que sienten los tiranos que despiden de sus cargos y silencian a quienes expresan opiniones que no son de su agrado.
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El País, 25 de noviembre de 2007