El riesgo ha sido definido como la probabilidad de que suceda un hecho adverso. Se trata de una noción que nos ha llegado con la modernidad. En la Grecia antigua, los ciudadanos creían que el curso de sus vidas ya había sido escrito por las deidades, incluso antes de nacer. A esto lo denominaban fatum. Descartes y los iluministas incorporaron al pensamiento humano la convicción de que el hombre es el dueño de su propio destino.
La idea del riesgo implica que los hechos posibles pueden concretarse como consecuencia de las acciones nuestras y de las personas que nos rodean. Riesgo es incertidumbre, pero en cierta medida también es libertad. Cuando no sabemos qué va a suceder se produce un vacío de información que atacamos de manera casi instintiva, ya sea indagando a nuestro alrededor o haciendo inferencias y deducciones sobre la base de los datos que nos ha aportado nuestra experiencia. Descubrimos entonces que cada situación nos plantea diversas alternativas, y escogemos. Este proceso se desarrolla a diario prácticamente en cada actividad que realizamos. A veces no nos percatamos de las consecuencias que esto tiene.
El riesgo tiene múltiples dimensiones. Los economistas hablan con frecuencia de un riesgo-país, cuyos índices o expresiones numéricas reflejan la probabilidad de que un Estado pueda cumplir con sus compromisos financieros. Esta noción interesa especialmente a los inversionistas de las llamadas “economías emergentes”, donde la expectativa de grandes ganancias se ve ensombrecida por factores tales como la inestabilidad política, el cambio constante de las legislaciones, la criminalidad, etc.
Pero ese es un riesgo visto en términos “macro”, que escaso interés inspiran en el ciudadano común. A éste más bien le interesa si un hecho contraproducente le afectará en su vida cotidiana durante las próximas horas o días. Esto no quiere decir que en términos reales uno sea más o menos importante que el otro, sino que genera más atención entre los pobladores que los otros aspectos. Esta situación quedó en evidencia en el film ¿Qué vas a hacer el día después de mañana?, cuando los burócratas del gobierno estadounidense se mofaban de la teoría, defendida por un profesor de meteorología, sobre el riesgo que implicaba el calentamiento global del clima para la persistencia de la raza humana.
Reparar la casa, manejar un automóvil o ejercitarse en deportes extremos son todas actividades que comportan una dosis de riesgo. En algunas el peligro de sufrir una lesión es tan inminente que tomamos previsiones en exceso. El paracaidista está obligado por razones procedimentales a revisar todas las amarras seguros de la pieza que minutos después moderará su caída. Otras, en cambio, son asumidas en forma absolutamente desprevenida. Y es precisamente allí cuando las cosas pueden salir mal.