La mancha Oleosa del Silencio

El Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) y la Fundación Konrad Adenauer proponen en el libro Periodismo Cercan(d)o una radiografía sobre la situación del periodismo actual en Argentina. Escrito por más de 20 periodistas, socios de FOPEA y distribuidos en todo el territorio argentino, este libro es un coral, con muchas voces que expresan lo vivido sobre el terreno, en cada redacción de diario o de una página web, en cada sala de radio o televisión, en cada aula universitaria del país. No se habla en abstracto, sino sobre las experiencias concretas de cada uno de los socios que firman artículos atravesados por la autocrítica y por la necesidad de plantear un futuro con un periodismo mejor, de mayor calidad y realizado con más profesionalismo.

En este sitio publicaremos, en entregas semanales, los capítulos de Periodismo Cercan(d)o.

CAPÍTULO 1

La mancha oleosa del silencio

Fabio Ariel Ladetto (*)

Año tras año aumentan los casos registrados por el programa de Monitoreo de Libertad de Expresión de FOPEA, con ataques y amenazas a periodistas por sus tareas profesionales y/o a los medios en los que trabajan. Los números confirman un panorama interno desolador. Hay un altísimo nivel de conflictividad; escenarios de tremenda dificultad por los actores en juego; lugares donde el crimen organizado tiene un desarrollo que limita al periodismo; un porcentaje de condenas a los agresores alarmantemente bajo; dificultades para la identificación precisa del agresor; vínculos de los atacantes con el poder político de turno en cada lugar y reiteración de casos que se pueden relacionar con un mismo grupo atacante. (F.L.)

Que un periodista se transforme en noticia implica la ruptura de una de las reglas básicas de la profesión que elegimos. Las noticias les ocurren a los otros, y nuestra misión es registrarlas, difundirlas, analizarlas y explicarlas. El cambio nos pone en el lugar no elegido de ser el objeto informativo, y nos somete a la necesidad lógica de mutar nuestra esencia, aunque sea momentáneamente.

Esa situación anormal se está dando cada vez con más frecuencia en la Argentina. Año tras año aumentan los casos registrados por el programa de Monitoreo de Libertad de Expresión de FOPEA, con ataques y amenazas a periodistas por sus tareas profesionales y/o a los medios en los que trabajan. El registro se realiza sobre la base de un trabajo exhaustivo y dedicado de nuestros corresponsales en todo el país y de la coordinación nacional.[1] Además, se efectúan misiones de relevamiento especial en determinados territorios, como las que se realizaron San Luis, Bahía Blanca, Jujuy y Santa Fe (en algunos casos con informes específicos).

Esta labor responde a una urgencia: debemos saber qué nos está pasando; no con fines estadísticos (son los menos importantes), sino para definir y aplicar estrategias que nos permitan superar situaciones y evitar que las agresiones se repitan en el futuro. En los episodios más graves, el comunicado de repudio es necesario, pero insuficiente. Lo imprescindible es que se logren cambios de fondo.

Solo en los primeros seis meses de 2014, el Monitoreo registró 108 casos. Esta cifra es muy alta. El programa de Monitoreo comenzó en 2008. Finalmente, en diciembre se contabilizaron 178 casos en el total anual del año pasado. Durante 2013 se registraron 194 casos, que perjudicaron en forma directa a 239 personas; en 2012, 172 casos; y en 2011, 122.

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Infografía sobre la impunidad. IFEX, red de Intercambio Internacional por la Libertad de Expresión.

Los números confirman un panorama interno desolador. Hay un altísimo nivel de conflictividad; escenarios de tremenda dificultad por los actores en juego; lugares donde el crimen organizado tiene un desarrollo que limita al periodismo; un porcentaje de condenas a los agresores alarmantemente bajo; dificultades para la identificación precisa del agresor; vínculos de los atacantes con el poder político de turno en cada lugar y reiteración de casos que se pueden relacionar con un mismo grupo atacante.

Alrededor del 30% de los casos es grave, dato alarmante en sí mismo. De su análisis se desprende que hay una preparación estudiada del ataque para obtener el resultado ansiado, y que ese comportamiento no nace de una reacción casual ante una situación desagradable. La maquinación requiere de una táctica determinada, tanto para la comisión del hecho delictivo como para la intervención de terceros antes y después, que provean amparo, protección e impunidad.

A las persecuciones “clásicas” a la prensa, que incluyen los despidos y castigos laborales basados en cuestiones ideológicas, se presenta un hecho nuevo que es de especial y gran preocupación: la aparición de la presión directa de bandas organizadas del narcotráfico sobre los periodistas que las investigan y que escriben sobre su accionar delictivo, que obviamente cuenta con una amplia protección. En 2014 hemos registrado amenazas en Rosario y en Mendoza que no tienen antecedentes y que escapan a la perversa lógica de que es un gaje del oficio: en el ADN de nuestra labor no aparece tener que sufrir agresiones o intimidaciones. Y menos aún poner en riesgo la vida, la que le fue arrebatada cobardemente a José Luis Cabezas en 1997 y cuyo recuerdo sigue vigente y se reaviva cada vez que se ve a la mayoría de sus asesinos en libertad.

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Autor: Hermenegildo Sábat

Esta lucha en defensa de la labor profesional del periodista no es por los periodistas en sí. Se emprende por la sociedad en su conjunto.

Nunca podemos saber a cuántas personas afecta un ataque. Apenas si podemos afirmar que golpearon a uno o a varios, pero indirectamente el hecho se esparce como una mancha de petróleo que crece sin que nadie la detenga. Una proyección simple y lineal permite multiplicar cada agredido por cinco: esposa, dos hijos, padre y madre atemorizados por lo sucedido, que pueden incluso pedirle que cambie de trabajo, lo que suma al episodio violento un fuerte sentimiento de culpa por afectar la vida familiar. En el entorno más íntimo se pueden sumar fácilmente una decena más de personas conmovidas (hermanos, abuelos/nietos, primos, amigos fuera del periodismo), mientras que en el ámbito laboral, la agresión rompe la rutina y perjudica la labor cotidiana: se atiende al afectado directo antes de seguir con la producción noticiosa. Luego, se piensa sobre cómo habría actuado cada periodista si hubiese estado en el lugar de los hechos.

PERSONAS AFECTADAS

  • Proyección de casos a 2014 – 200 periodistas amenazados/atacados/vulnerados
  • Círculo cercano afectado – 1.000 personas (200 x 5)
  • Entorno íntimo – 2.400 personas (200 x 12)
  • Golpe directo a 3.600 personas

PRODUCCIÓN NOTICIOSA AFECTADA

  • Medio periodístico perjudicado – depende del número de trabajadores. Cifras de dos, tres, cuatro dígitos
  • Lectores/seguidores del medio – miles, dependiendo del medio (por ejemplo, en el caso de amenazas narco a periodistas de La Nación, debemos hablar de cientos de miles de lectores en papel y web)

Un número, cien, mil, carece de valor. Muchas veces, las cifras sirven más para ocultar que para revelar. Una estadística de casos resulta fría y distante si no está acompañada de la carnadura del que sufrió el golpe en su cuerpo o de la familia que no pudo dormir por la amenaza; de ese dolor y de ese miedo. El aporte del periodismo a la democracia se resquebraja cuando alguien debe pensar dos veces cuál es el costo personal de cumplir con su rol social de cubrir una noticia.

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Publicación en la página web de IFEX, red de Intercambio Internacional por la    Libertad de Expresión.

Pero hay más. Cada hecho, sin importar su intensidad ni el resultado, afecta a la sociedad en su conjunto. Se multiplica exponencialmente porque el agresor busca que no se sepa algo, que no trascienda determinado hecho, que se asegure la impunidad para sí o para otros. En el instante en que se escucha una amenaza o se trata de esquivar un golpe, el objetivo está alcanzado: el periodista no puede cumplir con su labor porque sus sentidos y su energía están puestos en recuperar su propia tranquilidad. Más aún cuando un medio se ve imposibilitado de llegar a su público: decenas de personas ven cercenada su expectativa de difundir hechos e ideas y miles no pueden acceder a esa noticia inédita (en tanto escrito y no publicado, y sus equivalentes en radio, televisión, internet y cuanto soporte pueda crearse a futuro).

Ciertos vacíos son difíciles de llenar. El del silencio, por ejemplo. Lo no dicho, lo no difundido, lo no conocido no se reemplaza por el ruido, por la confusión, por el aturdimiento. El golpe (real o simbólico, lo mismo da atento al resultado) busca alcanzar, precisamente, el vacío. La nada. La no noticia.

Sería injusto afirmar que estamos en el peor país del continente para ejercer el periodismo. También sería falso y una mentira. Estamos muy lejos de Honduras, México o incluso Brasil, países atravesados por los asesinatos de periodistas. Pero no hace falta una muerte para exigir protección y justicia, para defender el libre ejercicio de la profesión, para reclamar el amparo a las víctimas.

La sociedad debe tomar conciencia acerca del significado de los ataques a los periodistas, desde el ejemplo superior que deben dar sus autoridades, las que están sometidas al escrutinio público por su propia voluntad: ellas se postularon libremente para ocupar un cargo, y lo que hagan (y dejen de hacer) está expuesto al control ciudadano.

Hostigar al periodista que molesta

Como característica general, el periodista agredido es molesto, fastidioso, cuenta lo que no debe y debe pagar las consecuencias de haberse atrevido a cumplir su función en una comunidad que se define democrática. Es el que reivindica una actividad periodística profesional que no sea condescendiente, servil ni sometida a intereses políticos o económicos.

Nuestra labor fastidia al poder (político, económico, religioso, militar, gremial o el que sea), y así debe ser. “No hay un solo caso de periodista esclavo que sea recordado por la Historia, del mismo modo que tampoco merecen el recuerdo los militares cobardes o los médicos al servicio de la muerte. Que quede claro que los periodistas sometidos al poder solo pueden esperar poder y dinero, pero nunca reconocimiento, honor o respeto”, escribió el español Francisco Rubiales Moreno. Cuando se lo enfrenta a la verdad, el poder muchas veces opta por una salida vergonzante: el puño en alto, el golpe miserable, el insulto a los gritos, la amenaza, la censura.

No solo ese abanico de situaciones nos afecta. Estamos cansados de ser descalificados por causa de la empresa en la cual trabajamos, como si el ser empleado implicase una aprobación explícita o implícita de la línea editorial y de las opiniones institucionales del medio. Esa actitud es una muestra más de una intolerancia social generalizada.

Las campañas de hostigamiento público son una forma de la violencia y son más graves en los lugares donde menos personas viven, en las comunidades más pequeñas. La vecindad expone más aún al periodista.

También denunciamos un preocupante aumento de los casos de discriminación, que impiden a ciertos periodistas o a ciertos medios la cobertura de eventos o la obtención de información, aunque ella esté en oficinas públicas; el manejo arbitrario de la pauta publicitaria estatal; las presiones empresarias extorsivas para que no se difundan noticias contra sus intereses, y las prácticas, cada vez más frecuentes dentro de los medios, de imponer contenidos comerciales o editoriales en las notas periodísticas. Además, en las dos últimas encuestas nacionales que realizó FOPEA a los periodistas (abarcaron a socios y a no socios), concretadas en 2011 y 2014, la situación que más preocupa es el bajo nivel salarial de las remuneraciones. En la primera encuesta que realizó FOPEA, en 2005, este tema aparecía en el tercer lugar[2]. Cobrar un sueldo digno forma parte de los postulados éticos de la profesión.

Libertad sin homogeneización

Desde FOPEA trabajamos por un periodismo libre, ético y de calidad, al servicio de la democracia y que ayude a los ciudadanos a tomar las mejores decisiones, en cumplimiento de la función social que tiene nuestra profesión. Para alcanzarlo, debemos lograr un espacio público (los medios) para expresar los hechos y las ideas en juego, sin miedo a las represalias, a las persecuciones o a las sanciones.

El discurso único, venga de donde provenga, conspira contra nuestra identidad, porque una voz que se calla es una violación de nuestro mandato. Somos y existimos legítimamente en tanto haya muchas ideas y se puedan decir. “La libertad de expresión solo existe cuando se aplica a las opiniones que se reprueban”, sostuvo Serge Halimi, director de Le Monde Diplomatique.

En este punto ya no hablamos solamente de la tolerancia al pensamiento del otro, aunque nos moleste, sino de la necesidad profunda de comprometernos con este principio para el respeto de un derecho individual que es complejo y de alcance colectivo: la libertad de expresión se consuma cuando una idea le llega a un otro, cuando el proceso de la comunicación se completa y una opinión puede ser compartida o refutada por quien esté interesado. No alcanza con pensar algo si no se lo puede contrastar con las voces de quienes lo rodean en el espacio real o virtual.

La homogeneización de la expresión pública, el criterio de que el único mensaje válido es el que me favorece, la conceptualización de noticias buenas o malas según me convengan, rompe el principio del respeto que alega Halimi. Y corrompe el espíritu democrático, que debe basarse en las diferencias antes que en las similitudes.

Periodismo y servicio público

Cada profesión tiene un mandato moral. El nuestro es buscar la verdad, tal como lo expresamos en el primer punto del Código de Ética que predicamos desde FOPEA. Para otros será la justicia, ganar un campeonato deportivo, descubrir un nuevo planeta, conquistar el poder o sanar el cuerpo o el alma. Ninguna está por encima o es más importante que otra, pero ciertas ausencias tienen consecuencias sociales más graves que las restantes, ya que si no se encuentra un médico o un juez, algún otro lo reemplazará; pero si un periodista no puede difundir lo que sabe, nadie se va a enterar: muchas veces, solo él lo sabe y solo él está dispuesto a contarlo.

La incorporación del concepto de que cuando se logra evitar que se publique una nota se agrede a la comunidad porque se la privó de información, llevará también a aumentar los niveles de exigencia hasta llegar a los propios periodistas, a quienes se les podrá reclamar que expulsen el fantasma de la autocensura. Y también a los dueños de medios, que no podrán exigir nunca más a sus empleados que una noticia se acomode a los intereses de anunciantes (públicos o privados), relativizando o falseando datos. La sociedad es la dueña de la noticia. Estas son algunas de las fronteras últimas de la libertad de expresión, a la que se llegará al final de un camino arduo y que no solo pasa por el ideal de una sociedad sin agresiones físicas o verbales, sino por la más tangible asunción de las responsabilidades individuales con un objetivo colectivo. Cada uno en su sitio y desde su lugar, para conseguir el bien común.

En este sentido, la función periodística, en sí, encierra una paradoja: nuestra labor implica desprendernos del yo para trabajar por el nosotros, pero para que cada uno elija libremente según sus objetivos personales. Tan al servicio del otro debemos estar, que nuestra misión nos obliga a respetar las ideas de todos, no solo las de quienes coincidan con nuestros pensamientos. Somos, entonces, los servidores públicos ideales, ya que no podemos actuar según nuestros deseos sino respetando los hechos y sus múltiples interpretaciones y lecturas.

El necesario marco normativo

FOPEA viene reclamando al Congreso de la Nación la aprobación de distintas normas que mejorarían la relación de la sociedad con el Estado y el desarrollo profesional de los periodistas. Entre ellas, aún sin visos de sanción, se enumeran de modo no excluyente:

una ley de Acceso a la Información Pública Nacional, que respete los principios internacionales de gratuidad, no fundamentación de los pedidos que se realizan, deber del Estado de realizar informes, sencillez procedimental y otros que hacen a este derecho humano;

regulación legal del régimen de otorgamiento de la publicidad oficial en los tres poderes del Estado Nacional, que responda a la exigencia constitucional de dar cuenta de los actos públicos; esto permitirá transparentar las relaciones con los medios, evitará el esquema actual de premios y castigos según posiciones editoriales, y le dará poder a la sociedad para fiscalizar su cumplimiento;

sanción de un régimen específico para los medios públicos del país, que garantice la existencia de un sistema estatal no gubernamental;

aprobación de la Cláusula de Conciencia de los periodistas, que sea una barrera protectora de su independencia e integridad moral, deontológica y profesional frente a hechos producidos por el empleador periodístico que los afecten gravemente y para preservar el derecho de todos los ciudadanos a recibir una información adecuada y veraz;

derogación de toda norma que limite o amenace el libre ejercicio periodístico, como ciertas disposiciones existentes en la llamada Ley Antiterrorista o en otras disposiciones, para continuar con la correcta línea trazada con la supresión de las leyes que penalizaban la calumnia y la injuria;

determinación de un tope económico a las sanciones contra los periodistas por demandas civiles, cuando los trabajos periodísticos cuestionados legalmente traten temas de interés público.

 Estos son la mayoría de los temas que nos afligen y nos desvelan desde el Monitoreo de Libertad de Expresión, aunque la lista no está agotada. En esa encrucijada nos encontramos en este momento en la Argentina; en el punto límite de reivindicar la matriz filosófica y ontológica de nuestra profesión (única forma de honrarla y de ser parte de ella) o sucumbir a las presiones, las tentaciones y las amenazas y caer en el foso de la ignominia, el desprecio y el olvido.

Cada periodista que se rebela contra el miedo, vence sus propios fantasmas, se alza con dignidad y orgullo, y reclama lo que le corresponde, cobijado por sus pares y por la sociedad, se recorta en el horizonte de la esperanza compartida por un futuro mejor.

[1] El Monitoreo de Libertad de Expresión del Foro de Periodismo Argentino es coordinado a nivel nacional por Mónica Baumgratz, con corresponsales en las diferentes provincias que relevan los casos locales y la colaboración de los miembros de la Comisión Directiva de FOPEA Gabriel Michi, Alfredo Zacarías y Hugo Alonso. Los responsables en cada provincia son:

Buenos Aires, Conurbano Oeste: Alejandro Suárez – Buenos Aires, Zona Norte: Liliana Berardi – Buenos Aires, Zona Sur: Sandra Crucianelli – Catamarca: Alejandra Saravia – Chaco: Darío Díaz – Chubut: Paula Moreno – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Silvia Mercado y Gustavo Hierro – Córdoba: Diego Marconetti – Corrientes: Judith Córdoba –  Entre Ríos: Valentín Bisogni – Formosa: Diego Madoery – Jujuy: Amalia Eizayaga – La Pampa: Gustavo Laurnagaray – La Rioja: Julio Aiub Morales – Mar del Plata: Gabriel Viñals y Ricardo Rivas – Mendoza: Luis Gregorio – Misiones: Norma Lunge – Neuquén: Diego von Sprecher y Luis Leiva – Río Negro: Diego von Sprecher y Luis Leiva – Rosario: Juan Roberto Mascardi – Salta: Martín Rodríguez de laVega – San Luis: Oscar Ángel Flores – Santa Cruz: Mariela Arias – Santiago del Estero: Julio Rodríguez – Tucumán: Santiago Pérez Cerimele.

NOTA: Martín Rodríguez de la Vega. Yo creo que debe ir con minúscula el “de la”. Estuve repasando la normativa a raíz de tu consulta. Según la Academia, si el apellido comienza con preposición y va precedido del nombre de pila, la prepos va en minúscula. Y el artículo tb. Si no va precedido del nombre va con mayúscula, y el art. Queda en minúscula. O sea, en este caso, siempre el art. va en minúscula. “Rodríguez de la Vega” parece un apellido compuesto, uno solo, no doble apellido. Precedido del nombre. Yo diría que va en minúscula.

[2] Los informes están disponibles en www.fopea.org.

(*) Fabio Ariel Ladetto – Presidente de FOPEA desde 2011. Ingresó a este foro en 2003 y se desempeñó como vocal y vicepresidente. Periodista con 25 años de trayectoria en la prensa tucumana, en radios y en gráfica. Abogado. Cursa la Maestría de Periodismo en la Universidad Nacional de La Plata (adeuda la tesis). Desde 1994 es periodista del diario La Gaceta (se desempeñó en el área Política y actualmente coordina Espectáculos). Hace 20 años que es corresponsal en Tucumán de la agencia nacional Diarios y Noticias (DYN). Es docente en la Universidad Nacional de Tucumán y en la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino. Fue dirigente de la Asociación de Prensa de Tucumán.