Al mismo tiempo que se habla de diálogo con el Gobierno, la banda terrorista aumenta la presión exigiendo dinero a los empresarios
«Es como el cáncer. No siempre te lleva a la muerte, pero cada uno de los enfermos que reciben la noticia sabe que su vida ha cambiado para siempre. Con las cartas de ETA sucede lo mismo. Después de que la has recibido ya nada vuelve a ser igual».
Quien habla es uno de los más de 1.000 empresarios que han recibido en los últimos años, en Euskadi y Navarra, la misiva de la organización terrorista en la que se les exige el pago de lo que ETA llama el impuesto revolucionario.
La extorsión económica, según fuentes de la lucha antiterrorista, está en pleno apogeo. Las últimas grandes remesas de cartas se han recibido en el mes de febrero y en la primera quincena de abril. El presunto clima de diálogo no ha hecho disminuir la macabra presión.
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Según las mismas fuentes, ha sido espectacular el aumento de las cartas recibidas entre los empresarios de Navarra. Antes podía representar la mitad de las recibidas en Euskadi. Ahora pueden sobrepasar a las del País Vasco. También es verdad que el número de las que se denuncian en Navarra es muy alto. Todos expresan con enorme claridad la importancia de la extorsión.
«ETA es una maquinaria que debe constantemente ser engrasada. Para su subsistencia necesita dinero y ese dinero sale, en su mayor parte, de la extorsión. En este momento ETA necesita unos 12 millones de euros al año para cubrir sus necesidades. Con ese dinero pagan a los comandos, los pisos francos, los sueldos de los refugiados, las falsificaciones, los viajes, la propaganda y la compra de armas. Sin dinero, no harían falta medidas policiales ni políticas. ETA dejaría de existir».
El engranaje en torno al impuesto revolucionario funciona con una eficacia implacable. El último empresario asesinado por este motivo fue José María Korta -el 8 de agosto de 2000 en Zumaia-, presidente de la patronal guipuzcoana. Un mes después una bomba destruía una discoteca propiedad de su hermano, en Deba. Desde entonces no han cesado los artefactos en empresas, hoteles e industrias. Todo para recordar que la amenaza por el impago es dramáticamente real.
«Existen dos tipos de cartas en las que se pide dinero para ETA. En la primera no hay amenazas. Se envían a simpatizantes de la causa que, de una forma más o menos voluntaria, consideran normal esa contribución económica».
«En ocasiones son los propios simpatizantes los que piden a ETA que les envíen una carta amenazante para tener una excusa para pagar. A veces se da el caso contrario. El de un empresario sorprendido porque le llega una carta pidiendo el impuesto después de que él aportara, por iniciativa propia, una cantidad considerable de dinero para el entorno abertzale».
Pero el verdadero drama se produce cuando la misiva de extorsión llega a una persona que nada tiene que ver con ese mundo.
«La carta está escrita en euskara. Luego está traducida al castellano -‘como desconocemos si sabe o no la lengua se la traducimos para su mejor comprensión’-. Antes se la mandaban al propio extorsionado y éste solía mantener en secreto todo el asunto. Desde hace un tiempo el método ha cambiado. Ahora la carta llega a nombre de un familiar y en el remite está puesto el nombre y domicilio de otro familiar. La carta no es nada sospechosa y quien la abre se entera de la extorsión que le hacen al cabeza de familia. El terror aumenta de grado. De un lado, el empresario ya no puede ocultar el drama a la familia. Además ETA demuestra así el conocimiento que tiene del entorno familiar del extorsionado -nombres y domicilios-, por lo que la angustia se multiplica».
Normalmente, una amplia remesa de cartas está franqueda en la misma fecha y localidad. La carta tipo explica la cantidad a abonar y el método de hacer efectivo el pago, que suele referirse a los cauces habituales. Comienza así una carrera frenética de muchos empresarios, que no saben a quién dirigirse.
«El método de cobro ha cambiado. Antes el pago se hacía prácticamente siempre en Francia. Desde hace unos años los cauces se han diversificado. Normalmente se exige dinero en efectivo en billetes no correlativos de 50, 20 y 10 euros. Continúa abierta la vía de sitios frecuentados o regentados por abertzales. Hace poco, un empresario le preguntó a un concejal de esa cuerda de su localidad si conocía dónde podía pagar. El concejal le comentó que él no tenía nada que ver con esas cosas pero que le dejara unos días para preguntar. Al poco tiempo le dio un nombre y el pago se hizo sin ningún contratiempo».
Hay empresarios que se pasan meses tratando de encontrar el camino sin conseguirlo. Es parte de la angustia. Pero el terror, que se impone en el extorsionado desde el primer momento, es muy mal consejero. Algunos intentan ponerlo en conocimiento de las Fuerzas de Seguridad. Casi todos se lo cuentan a otro empresario, el más próximo, siempre en círculos muy reducidos. Existe constancia de que varios empresarios han solventado la deuda con ETA proporcionando información sobre otros empresarios.
«El campo de los extorsionados se ha ampliado enormemente. Ahora ya no se pide como antes 500 millones. Lo que hacen es exigir unas cantidades más razonables a muchas más personas. El resultado práctico es el mismo. Los extorsionados son en este momento pequeños empresarios, comerciantes, artistas, futbolistas, cocineros o simples tenderos. Alguien que tiene un bar dice, bueno yo gano 40.000 euros al año, así que prefiero ganar un poco menos, doy 12.000 a ETA y que me dejen en paz».
Es un cálculo erróneo. Cuando uno entra en la rueda y paga, ya no sale jamás. Cada dos o tres años vuelve la petición y en cada ocasión se aumenta la cantidad exigida considerablemente.
«A los que no pagan también les llegan nuevas cartas con la amenaza más explícita. ‘Ha pasado usted a ser objetivo prioritario de ETA’. Lo más chocante es que les exigen la cantidad adeudada más el pago de los intereses que se calculan escrupulosamente según el tiempo transcurrido y el precio oficial del dinero en cada momento».
Algún delincuente ha querido aprovecharse del terror general para pedir su propio impuesto. El último ha caído en una trampa de la policía en 48 horas. Se permitía el lujo de llamar a sus víctimas por teléfono. No sabía que las cartas de ETA tienen signos propios de identificación.
«Llevan el anagrama de ETA en el anverso y la marca de un sello seco -con volumen- en todas las cartas, además del nombre y los apellidos de la persona a la que va dirigida, ETA coloca un código de identificación compuesto por letras y números. En las últimas, la cantidad de caracteres ha aumentado. Además, existen signos indetectables a simple vista que sirven para identificar cada una de las cartas con la persona a la que se la mandan. Por ejemplo, una coma mal puesta, una errata en una línea determinada o cualquier otro signo que sólo conoce el remitente. Con ello intentan disuadir a los destinatarios de que denuncien la extorsión, considerando que si lo hacen acabarán sabiendo quién de todos ellos es el que lo ha hecho».
«Es imposible saber cuántos son los que denuncian. Depende de la zona. En Navarra, el porcentaje puede ser alto, mucho mayor que en Guipúzcoa. Cuando un empresario nos enseña su carta tratamos de darle apoyo. Le aconsejamos las precauciones que debe tomar y, en la medida de lo posible, le facilitamos protección».
En ocasiones interviene el CNI. Normalmente su actitud es más técnica. Lo que a ellos les interesa es determinar el tipo de papel de la carta, su fecha de fabricación, el ordenador con el que está escrito etcétera. No se conoce la proporción entre las cartas que se denuncian y las que ETA envía.
«Existen estadísticas y números oficiales, pero la verdad es que no son demasiado fiables. Hay mucha gente que paga. Ahora, más que antes. El hecho de que ETA no haya matado en dos años no supone una disminución del miedo. Hay que tener en cuenta que en tan solo dos semanas se han colocado seis artefactos explosivos en distintas empresas. Esos avisos están directamente relacionados con el impuesto revolucionario. Es una forma eficaz de mantener el miedo y que implica poco riesgo para los que las ponen».
«En muchos casos hay empresas que tienen contemplado el impuesto en su cuenta de explotación. Lo camuflan como gastos de diversos tipos. Hay empresarios que tienen apartada una cantidad de dinero intocable por si algún día secuestran a sus hijos y tienen que pagar un rescate».
Todos los miembros de las Fuerzas de Seguridad consultados se quejan amargamente de que el Gobierno vasco difundiera, en 1992, las imágenes, grabadas por la Ertzaintza, del momento en que varios recaudadores de ETA recogían el pago del impuesto en un céntrico aparcamiento de San Sebastián.
«Se apuntaron un éxito momentáneo y mediático pero destrozaron cualquier tipo de colaboración entre los extorsionados y la policía.Fue un retroceso brutal del que aún no nos hemos recuperado».
«Ahora, la entrega del dinero suele ser sobre la marcha. Después de una larga cita en un bar, al interesado le dan las coordenadas del lugar exacto donde se hará la entrega. Un joven cualquiera se acercará al lugar y se llevará el maletín después de un pequeño intercambio de contraseñas. Para los que pagan comienza un infierno que normalmente acaba en una consulta psiquiátrica. Son pocos los que aguantan la presión de saber que con su dinero se está contribuyendo a la compra de material que servirá para cometer atentados».
Los que no pagan tienen otro tipo de infierno. Los más pudientes suelen destinar una parte del dinero que tendrían que haber pagado a su propia seguridad y a la de su familia. Las grandes empresas invierten fuertes sumas en este apartado. Pero son los pequeños comerciantes, precisamente los más acosados por las últimas remesas de cartas, los que menos pueden comprar su seguridad.
«Marcharse de la zona no es una garantía. Ultimamente ETA localiza a los empresarios en cualquier lugar de España y les sigue enviando allí sus misivas. Además están los parientes contra los que también van las amenazas. Y es imposible que se vayan todos».
Para el presidente de la Confederación de Empresarios de Navarra, José Manuel Ayesa, el tema se mueve en el ámbito privado.
«Son muy pocos los empresarios que ponen en conocimiento de la Confederación su problema. Pagar no supone quitarse el problema de encima. La experiencia nos dice que aunque pagues, al cabo de un tiempo vuelven a extorsionarte. Nosotros consideramos que es muy eficaz ponerlo en conocimiento de las autoridades. Pero para eso es necesario generar confianza y asegurarles de que su denuncia nunca va a trascender a los medios de comunicación. Debemos reconocer que aquí el miedo ha disminuido en los últimos tiempos. ETA tiene ahora menos capacidad de presión».
«La mayor preocupación de un extorsionado es siempre la familia. La valentía de nuestros empresarios es grande. Conozco a muy pocos que se hayan marchado. En realidad, no conozco a ninguno que se haya decidido a abandonar Navarra sólo por eso».
Uno de los casos más significativos es el de un importante empresario que reunió a sus trabajadores para explicarles la carta amenaza que había recibido. Les comentó que defendería sus puestos de trabajo y que en ningún caso iba a escapar. Más tarde reconoció en privado que, sin quererlo, los terroristas le habían hecho más grande como persona y como empresario.
Ayesa insiste en que a nivel empresarial Navarra no se ha resentido por ese tema. «De hecho, somos una zona en la que aumentan las inversiones exteriores. El problema es más psicológico que real. La peor parte se la llevan las pequeñas empresas que no pueden sufragarse una seguridad adecuada. La policía ha ofrecido cursillos de seguridad para estos empresarios, pero la respuesta ha sido mínima, no han demostrado interés. Cada uno se busca la solución individual, un cierto cambio de hábitos o las medidas de autoprotección que cada uno pueda adoptar».
Respecto al anuncio de una posible negociación con ETA, Ayesa es rotundo: «Navarra nunca puede ser moneda de cambio y en ese sentido siempre nos mostraremos absolutamente firmes. Un cambio en la actual relación de las autonomías -la de ahora nos parece muy válida- empeoraría la situación. En ese sentido es demencial que el Gobierno se preste a una negociación con ETA. Terrorismo no es sólo matar, es también la extorsión a los empresarios. Si se cerraran las fuentes de financiación de ETA, ésta se acabaría».
Asesinatos y bombas ‘convincentes’
ETA cumple sus amenazas. Es la base del razonamiento para que muchos empresarios hayan pagado el impuesto a lo largo de los últimos 30 años. La documentación encontrada en la fábrica de muebles Sokoa, en Hendaya, en noviembre de 1986, sirvió para constatar algo que todos sabían: el impuesto era una realidad tan poderosa como para recaudar en seis años 1.163 millones de pesetas. La Audiencia Nacional, en aquella ocasión, identificó a más de 1.000 empresarios que supuestamente habían pagado el impuesto.
En 1992, la Ertzaintza hizo pública la operación Easo. Los espectadores pudieron ver en televisión las imágenes patéticas de varios empresarios pagando a los recaudadores de ETA en un aparcamiento subterráneo de San Sebastián.
En el 93, la Audiencia Nacional condenó a José Carlos Apezteguía y a Juan Manuel Idarraga a 40 y 35 años de prisión, como encargados de cobrar la extorsión. También fueron condenados Jon Andoni Solagurenbeascoa, de LAB, y el ex dirigente de HB Alvaro Reizabal.
El máximo dirigente de la red de extorsión en esa época, Felipe San Epifanio, fue condenado a 44 años de cárcel en 1995. La Audiencia Nacional condenó a Carlos Almorza en 2003 a 11 años de prisión por dirigir la red de extorsión.
Desde el 7 de abril del 76, ETA ha asesinado a 40 industriales. También a colocado decenas de bombas en los negocios de numerosos industriales. Los últimas seis, en tan sólo 15 días del pasado mayo.
Fuente: El Mundo
06.06.05