MADRID. Una madre visiona un vídeo casero en presencia de varios policías. Los agentes han logrado convencerla de que su ayuda es clave para resolver un caso muy delicado. «Ése es mi salón» -se sorprende la mujer-;«esa ropa y esa crema son de mi niño pequeño, y esos son mis dos hijos, ¿por qué están ahí?». No le dejan ver mucho más, pero es suficiente para cerrar el círculo. La mujer ha identificado a sus dos pequeños como víctimas de Álvaro I. G., alias «Nanysex» o «Kova». Nunca sospechó que el canguro esporádico de sus hijos era un violador, un pederasta con la careta amable de experto informático. Los reconocimientos de las víctimas fueron una de las últimas pesquisas de una laboriosísima operación policial de la Brigada de Investigación Tecnológica (BIT), que ha supuesto un punto de inflexión en la pornografía infantil en España.
Hasta hace 20 días cientos de sodomitas de nuestro país devoraban en internet imágenes depravadas de menores, pero nunca se había encontrado la conexión con la producción, los abusos en directo grabados para luego ser expuestos en ese vergonzoso escaparate. «Creíamos que lo habíamos visto todo. Y no, la sorpresa y el horror todavía estaban esperándonos. Claro que había agresores sexuales de niños, y a muchos los hemos detenido, pero no filmaban sus acciones. Esto es nuevo y peligrosísimo porque si hemos dado con éstos puede haber más. Casi seguro que los hay», explica un jefe de sección de la BIT.
La preocupación policial tras la operación «Kova» -con cinco detenidos, entre ellos tres agresores sexuales- es más que evidente. Los pederastas de internet han saltado el listón y han pasado de distribuir y almacenar imágenes a crearlas, «a tomar la iniciativa física contra niños». No hay móviles económicos ni profesionales ni de ningún tipo: sólo dominio y exhibición.
La investigación más policial
Los agentes no tienen dudas, «ha sido la operación más difícil de investigar, pero también la más policial». Han rastreado cada paso, cada huella, cada apodo, cada objeto -lograron averiguar incluso la taquilla concreta y la hora en la que se había expedido el billete de cercanías que exhibía uno de los niños violados-, hasta recoger los frutos de una siembra de varios meses.
El trabajo de esta Brigada es oscuro, minucioso, plagado de horas y horas de búsqueda en una selva de páginas que provocan náuseas. Cada año reciben entre 5.000 y 7.000 denuncias de particulares, ONG y distintos organismos que les alertan de webs pornográficas -«a veces se nos avisa de la misma centenares de ocasiones»-. Esa colaboración es sólo una parte; la otra la proporcionan las propias herramientas de los agentes, investigaciones que parten de la nada y acaban en operaciones como la «Kova», la «Canal Grande», la «Ruber», apodos para historias que tienen nombres y rostros de niños.
La Brigada tiene cuarenta operaciones abiertas de distinta entidad. En una existen serias sospechas de que también se oculta producción, aunque sólo está en los albores. «Hasta que no se avanza no sabemos qué nos vamos a encontrar. A veces es sólo un alias que se repite, como en el caso de «Nanysex»; otras, una imagen cruzada o una dirección, o una madre angustiada por la tela de araña en la que pueda haberse enganchado su hijo».
Pocos meses antes de esta operación hubo otra sorpresa. Fue en noviembre en la «Canal Grande», en la que se arrestó a 27 menores. Los agentes de la BIT se encogen de hombros ante la pregunta de qué hace un niño de 14 ó 15 años conectado a privados pornográficos. Es una muestra más de que en internet hay una delincuencia activa, cambiante, adaptable a los retorcidos gustos de quienes se aferran a ella. Cada vez se almacenan más gigas con imágenes sodomitas, cada vez tienen más adeptos, prevalecen ahora las fotografías de niños frente a las de niñas y las edades se acortan. Hace unos años era infrecuente encontrar bebés, y hoy copan muchas páginas.
La ley contra los pederastas se ha endurecido, aunque a juicio de los investigadores la cantidad de material almacenado debería suponer penas mayores. Algunos todavía alegan que las páginas pornográficas no están identificadas, de ahí que esté en marcha un proyecto para clasificarlas con una triple X, al modo de la advertencia de los dos rombos en televisión. Y una dificultad más: los servidores de internet almacenan la información un tiempo determinado que, a la postre, resulta insuficiente y «echa muchas investigaciones a perder», en palabras de la Policía. Por ello se está elaborando un reglamento con la obligación de que estos datos se guarden durante un año.
Las cifras de operaciones y detenidos son tan elocuentes que no haría falta más. El año pasado, los agentes que combaten a los pederastas de la red arrestaron a 167 personas y hallaron miles de imágenes de la vergüenza. Hasta mayo ya ha habido 36 detenidos, mientras las víctimas siguen creciendo. «No podemos tolerar que una madre tenga que volver a reconocer en un vídeo o en una fotografía aberrante a su bebé», afirma el jefe de sección de la BIT. «Pero pasará de nuevo». «Nanysex» tenía sus dudas: «Aquí hay poco que hacer», escribía en un correo en el que se ofrecía como voluntario en el foro «Ayudemos a un niño».
El viaje continúa en prisión
Prisión de Topas, Salamanca. La negación es la primera trinchera. Echar la culpa a la víctima, la segunda. «Las niñas me sedujeron». Las niñas, alegres y coquetas, que bailan como las «Spice Girls». Maricé Romero, psicóloga, le dice a su interlocutor que no hay carga sexual en esos movimientos, en esas risas, que no buscan la provocación, que lo que él piensa es una distorsión de su cerebro. «Sólo son niñas. No son «lolitas»». Pero el gesto del pederasta es escéptico, y Maricé es consciente de que le queda mucho trabajo por hacer.
Prisión de Navalcarnero, Madrid. Miguel Ángel L., psicólogo, ha abierto brecha. La labor de zapa le ha llevado meses. El discurso del individuo que tiene enfrente («Lo que hacemos no está tan mal») se ha quebrado. Sus ojos, lagrimosos, dan a entender que ha dejado de cosificar a la víctima, que al fin siente empatía por ella. Miguel Ángel le mira fijamente. ¿Estará fingiendo? No parece, aunque hay algunos que lo hacen. El pederasta y el especialista se encuentran, pues, en el verdadero punto de inflexión. El viaje continúa, aunque con algo más de equipaje.
Los expertos que tratan con estos depredadores de niños no tienen vocación de funámbulos, pero, en cierta forma, lo son. «La sociedad odia a los pederastas, y con razón: sus crímenes son abominables», comenta Maricé Romero. «Pero la cruda realidad es que un día volverán a la calle, y activos sexualmente. El que salga frustrado será muy peligroso. Así que más vale que se haya trabajado con ellos».
Habrá un día en que se escriba que el depravado «Nanysex» anda suelto. Caminando sobre el alambre, los psicólogos deben ganarse la confianza de tipos de esta calaña y, a la vez, guardar las distancias. Todo ello sin olvidar a las víctimas, sin olvidar el asco que los pederastas provocan en la gente de bien.
Historia personal conflictiva
Conocer los motivos es esencial para extirparlos. Los pederastas son individuos de nivel medio-alto, con una aparente adaptación al medio social y familiar. «Sin embargo, escarbando es posible encontrar una historia personal conflictiva, abusos sexuales, un exceso de permisividad o represión», continúa Romero. «Los estímulos visuales negativos que se producen en la infancia marcan de una manera brutal. Hay menores que ven la televisión por la noche sin control, que se empapan de escenas violentas o de sexo».
En Navalcarnero hay un centenar de internos condenados por agresión sexual, un tercio de ellos por pederastia. Es la prisión española con más reclusos de estas características. Miguel Ángel L. trabaja con un grupo de 15 individuos (media docena, pedófilos), dos sesiones por semana. El programa dura entre 18 y 24 meses, y se realiza cuando el interno ha cumplido la mitad de la condena. «Al principio tuvimos dificultades, pero se corrió la voz entre los presos de que la terapia era positiva. Les dejamos muy claro que no va a tener repercusiones sobre su condena. Ahora, el 30 por 100 la acepta», dice este psicólogo. «Los pederastas son los que ocupan el último lugar en el «escalafón» de la cárcel, y tienden a aislarse. La dinámica de grupo es efectiva para motivarse, e intentamos que no haya juicios de valor; más tarde, profundizamos a nivel individual».
A Maricé Romero le gusta que algunos repitan «porque interiorizan mejor lo aprendido, y nos sirven de apoyo». El programa se divide en varios módulos. «Primero se analiza la historia del pederasta y las distorsiones cognitivas que le han llevado a actuar de ese modo. Después, tratamos de derribar sus mecanismos de defensa. Aceptar el delito es el paso previo a la reparación del daño, algo que sólo logrará si identifica sus emociones negativas y las expulsa. Por último, le explicamos las terribles secuelas que sufren sus víctimas. Es el momento más crítico, pero también el más beneficioso».
Los psicólogos saben que algunos de sus pacientes no han reincidido, pero también tienen la terrible sospecha de que otros pueden hacerlo. «Los jueces y la Policía están informados. Pero es imposible vigilarlos a todos las 24 horas del día», señala Maricé Romero. «O se les incapacita, o salen. No hay puntos intermedios», añade Miguel Ángel L. «Estas personas deberían continuar con el tratamiento fuera de la prisión».