Dominar los temores y controlar el estrés son habilidades imprescindibles para el manejo de las crisis. Más aun, en estos tiempos que corren, en los que las amenazas que nos acechan son globales, anónimas y ubicuas.
Todos hemos experimentado ese sentimiento que nos invade cuando no sabemos qué hacer. Se presenta al exponernos a lo inesperado. El ritmo cardíaco se acelera y los oídos nos palpitan. Se nos humedecen las manos, nos da ganas de ir al baño. Nos sentimos mal, desamparados, quizás hasta indefensos. Eso es el miedo en su revoltijo de reacciones físicas, que sobreviene en dimensiones amenazadoras y dominantes.
Es a partir de aquí, que empiezan a dispararse las alarmas en el cerebro. Necesitamos desesperadamente buscar una solución. Una conexión salvadora entre los millones de células nerviosas de la corteza que nos lleve a activar una estrategia adecuada que conjure, de algún modo, el problema y reconduzca la situación. Si en el proceso, el cerebro se convence que la salida identificada puede ser correcta, las alarmas dejan de sonar y se nos quita un gran peso de encima.
Lo que he descrito aquí, es una reacción de estrés controlada y ocurre cuando una información o situación no esperada perturba los procesos cerebrales rutinarios. Es así cuando alguien que no conocemos se nos acerca demasiado o cuando estamos frente a un examen y no sabemos qué contestar.
Pero existe un nivel superior del miedo, ese que no puede contenerse en las fibras nerviosas de la corteza cerebral porque se nos presenta una situación amenazadora tal, que no contamos con referencias previas para procesarla ni para generar una estrategia creíble de salida en el cerebro. Es un bloqueo total de vías de escape para una solución, ni siquiera imaginada. En este atropello, la biología corporal produce hormonas que aceleran la sensación de obstrucción haciendo que el miedo inicial se convierta en desesperación, impotencia y desvalimiento. La reacción de estrés se vuelve incontrolable y en vano seguimos buscando una salida milagrosa que muy raras veces se presenta. No nos queda más remedio que aceptar nuestro destino.El cerebro humano, sin embargo, es un órgano poderoso que puede capitalizar las emocionesmás extremas, y a posteriori, diseñar rutas estratégicas de escape. Son caminosde emergencia que una vez creados,abren una nueva vía para analizar problemas, identificar tendencias y conseguir salidas donde otros con menos experiencia o habilidad hubieran simplemente fracasado. Esta destreza mental que en el instante crítico decide no traumarse sino salir adelante,se puede definir como resiliencia y es uno de los atributos más importantes en el liderazgo contemporáneo.
El cerebro resiliente es particularmente apreciado para la toma de decisiones bajo presión. Ningún otro animal, es capaz de soportar y superar el miedoy el estrés de manera sostenida, durante tanto tiempo y tan tenazmente como el humano. Esto ha permitido quepequeñas salidas de emergencia creadas en momentos cumbre, se hayan convertido en verdaderas autopistas para afrontar las complejidades del entorno. En este sentido, ya en publicaciones anteriores me he referido a los modelos mentales resilientes y sus competencias claves: inteligencias emocional, práctica y social, autoeficacia y disciplina. Todas ellas son destrezas que se perfeccionan en la medida que la plasticidad cerebral ensancha sus capacidades para abordar contingencias, independientemente de los éxitos o fracasos que resulten de estas.
Todos hemos tenido nuestras propias experiencias de miedo en el transcurso de la vida. Hemos aprendido a buscar salidas ingeniosas para no dejarnos dominar por las dificultades. Sabemos también cuáles son los retos y las cargas a las que preferimos no enfrentarnos. Muchos han desarrollado antenas particularmente sensibles para detectar desde muy temprano situaciones potenciales de estrés no controlado y emplean sutiles estrategias para esquivar a tiempo los problemas que se les vienen encima o para escapar justo a tiempo. Hasta dónde llega cada individuoresiliente depende un poco de su situación particular, de su genética y de sus experiencias pasadas.
Por mi parte, prefiero pensar que esa capacidad para vencer cualquier miedo, incluso el mayor de todos, el miedo a la muerte, que a algunas personas les permite sentirse exultantes antes de ser arrojadas a la hoguera o de ser crucificadas. Esa sensación que empuja a un ser humano a lanzarse a un rio caudaloso para rescatar a un niño o a ir a la guerra para salvar a la nación de un supuesto enemigo. Es ese sentimiento tan inexplicable que llamamos amor y que opera como antídoto infalible ante las amenazas del mundo externo. Sin embargo, y para demostrar lo vulnerable que somos ante fuerzas tan poderosas, el amor lleva consigo el peor de todos los miedos, y es el miedo a perder lo que se ama.
Basado en el libro Biología del Miedo de Gerald Hüther
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Fuente: el-nacional.com Imagen: emprendedores.es